Mons. Daniel Blanco, Domingo XXI del Tiempo Ordinario (VIDEO)
Jesús, como nos recuerda el evangelio de este domingo, sigue su camino hacia la Ciudad Santa de Jerusalén, donde entregará su vida para dar cumplimiento a su misión de salvar a todo el género humano.
La palabra de Dios proclamada, tiene como hilo conductor una verdad fundamental de la fe cristiana: Cristo, con el acontecimiento pascual, ha salvado a todos los seres humanos, de toda raza, lengua, pueblo y nación.
Cristo ha revelado que Dios es un padre misericordioso que quiere que todos los hombres se salvensuperando la idea que algunos tenían, aún en tiempos de Jesús, que la salvación era para un pequeño y privilegiado grupo de personas.
El profeta Isaías, en el texto de la primera lectura de este domingo, indica que el regreso a la Tierra Prometida, luego del exilio en Babilonia, es manifestación de esa misericordia de Dios que ha regalado su salvación no sólo al pueblo elegido, sino a todas las personas de toda nación y toda lengua y por tanto la gloria que el Señor promete por medio del profeta, la podrá contemplar todo ser humano sin ningún tipo de distinción.
Así miso, Cristo, en el evangelio, indica también, que el Reino no está destinado a un grupo específico de personas o a una nacionalidad exclusiva, sino que «vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios», manifestando así que todos los seres humanos, por misericordia del Señor, han recibido el regalo de la redención, sin ningún tipo de diferencia.
Esta verdad queda plasmada en el Magisterio de la Iglesia, porque la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium indica que «todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo permaneciendo uno y único debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para cumplir así el designio de la voluntad de Dios, que en un principio creó una sola naturaleza humana y determinó luego congregar en un solo pueblo a sus hijos que estaban dispersos» (Lumen gentium, n. 13).
Por esta razón, ante la pregunta de uno que sale al encuentro de Jesús y le pregunta cuántos serán los que se salven, el Señor no da un número determinado, sino que indica que la salvación es para todo ser humano sin distinción, pero que debe cumplirse con una condición: entrar por la puerta estrecha que lleva al Reino.
Jesús deja claro, que en el camino de la participación del Reino, no existe ningún tipo de «privilegio» para algunos, porque digan conocerlo, ser sus amigos o haber sido cercanos a él en algún momento de su vida, sino que este camino implica pasar por esa puerta estrecha.
Nos explica el papa Benedicto XVI «La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el carné de identidad que nos distingue como sus ?amigos? auténticos; es el ?pasaporte? que nos permitirá entrar en la vida eterna [?] El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es ?estrecho? porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo». (26.08.2007).
Esa será por tanto esa puerta estrecha de la que se nos habla en el evangelio de este domingo: una vida que se configura con la de Cristo y que peregrina hacia la plenitud del Reino, viviendo como lo ha hecho Jesús, es decir, cumpliendo la voluntad del Padre y sirviendo con generosidad a los hermanos, aunque esto signifique algún tipo de esfuerzo o sacrificio.
Esto precisamente es lo que hemos pedido al Señor en oración colecta: que deseemos lo que Él nos promete, es decir la vida plena del Reino y que amemos lo que nos manda, es decir la vivencia del mandamiento del amor con todos los hermanos sin distinción.
Que la Palabra de Dios que nos guía y el encuentro con Jesús en la Eucaristía, que nos alimenta y nos fortalece, nos ayude a todos para que entremos por la puerta estrecha a la vida plena del Reino, que se nos ha donado con la muerte y resurrección de Cristo.