(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo metropolitano
Al celebrar la solemnidad de la Asunción de la Virgen María este 15 de agosto, como Iglesia que peregrina en la historia, expresamos nuestra alegría y alabamos a Dios porque la Madre del Señor entra triunfante en la gloria del cielo. En el misterio de su Asunción, aparece el significado pleno y definitivo de las palabras que ella misma pronunció respondiendo al saludo de Isabel: «Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso» (Lc 1, 49).
Ella, la Virgen de Nazaret, gracias a la Resurrección del Señor, unida profundamente al misterio del Hijo de Dios, correspondió plenamente con su sí a la voluntad divina, participó íntimamente en la misión de Cristo y fue la primera en entrar después de él en la gloria, en cuerpo y alma, en la integridad de su ser humano.
El cielo ya no es para nosotros una realidad lejana y desconocida. En el cielo tenemos una madre: Y la Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo dijo. La hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos nosotros: He aquí a tu madre. En el cielo tenemos una madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón.[1] Y por ello, en esta solemnidad la contemplamos como signo de consuelo y de esperanza (cf. Prefacio de la Solemnidad) para cada uno de sus hijos.
La alegría de la Madre es motivo de alegría inmensa para todos sus hijos y, en nuestro país, especialmente en esta fecha, reconocemos en el don de la maternidad y en el papel de la mujer en la sociedad, una sublime vocación cargada, generalmente, de entrega y heroísmo.
Sin duda, el día de la Madre es, también, una fiesta que la familia celebra con alegría y gratitud que contrasta, con tristeza, con visiones ideológicas pesimistas y contrarias a la maternidad impuestas en estos tiempos, en particular, la ideología de género que pretende desvirtuar la naturaleza misma de la mujer.
De manera contundente afirmó San Juan Pablo II: En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es todavía objeto de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en América es también el rostro de las mujeres (?) La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad humana, común a todas las personas. Ella denuncia la discriminación, el abuso sexual y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios.[2]
En esta misma dirección, el Papa Francisco nos exhorta a reivindicar a la mujer, cuyo cuerpo se sacrifica en altares profanos como la publicidad, el lucro o la pornografía, denunciando que la maternidad es continuamente humillada por una sociedad que sólo busca el crecimiento económico.
Desde la grandeza de María, podemos afirmar sin temor, que el cuerpo de la mujer debe ser liberado del consumismo, debe ser respetado y honrado, porque el cuerpo de la Mujer, María, concibió y dio a luz al Amor que nos ha salvado, la humanidad debería poner en el centro a las mujeres porque son fuente de vida, pero con dolor hoy vemos que son continuamente ofendidas, golpeadas, violadas, inducidas a prostituirse y a eliminar la vida que llevan en su vientre. Toda violencia infligida a la mujer es una profanación de Dios, nacido de una mujer. La salvación para la humanidad vino del cuerpo de una mujer: de cómo tratamos el cuerpo de la mujer comprendemos nuestro nivel de humanidad.[3]
La celebración del día de la madre debe mover la voluntad de quienes lideran los programas de la salud, del trabajo y de la vivienda para que la mujer pueda cumplir más dignamente su misión en la sociedad.
Pido al Señor bendiga copiosamente a todas las mujeres y, en este día a las madres, reconociendo que ellas son un regalo para la sociedad y para la comunidad eclesial. Ellas son singno de la fecundidad de la Iglesia, por la acción del Espíritu. Ustedes desempeñan una misión única e insustituible y el Señor sabrá recompensar el don de su entrega generosa, como también la generosidad, el sacrificio y desvelo ofrecidos por sus hijos y por su familia.