Responsive image

Obispo Auxiliar

Ser fieles al mensaje de Cristo

(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, Domingo XX del Tiempo Ordinario


Como nos ha narrado el evangelio de San Lucas desde hace varias semanas, Jesús está peregrinando hacia la ciudad santa de Jerusalén.

Es precisamente en esta ciudad donde Jesús, con su Cruz y Resurrección, va a pasar por un Bautismo, como él mismo dice en el evangelio.  Este bautismo traerá fuego a la tierra que es el fuego del Espíritu Santo que viene al mundo, fruto del acontecimiento pascual.

Este Espíritu Santo, que está presente plenamente en el Mesías Salvador, es quien anima e impulsa la misión pública de Cristo.

La Misión de Cristo, como la misión profética de Jeremías, ha causado controversia y ha provocado la persecución contra cada uno de ellos.

La primera lectura recordaba cómo Jeremías es lanzado a una cisterna debido a su predicación.  Esta situación de persecución que, atentó incluso contra la vida del profeta, es fruto de la molestia del Rey y de los poderosos de su tiempo, especialmente de quienes estaban al frente del Templo, porque Jeremías los llamó a realizar un culto auténtico, que los llevara a la conversión, al cumplimiento de los mandamientos y al amor a los hermanos, de lo contrario todo lo realizado sería un culto vacío.

Así mismo la predicación de Cristo, molestó a los sumos sacerdotes, a los jefes del pueblo y a los grupos poderosos como a los fariseos y a los escribas, por la misma razón:  Jesús los llamaba a realizar un culto agradable al Señor, es decir, un culto no centrado solamente en elementos externos, sino un culto en el cual se encuentra el impulso para vivir el amor a los hermanos.

Esta predicación de Jesús y la forma en que es recibida por estas personas, es lo que permite comprender la frase que Cristo dice en el evangelio:  no he venido a traer paz sino división.

¿Cómo entender que el Mesías, que entre sus prerrogativas es ser, precisamente, el príncipe de la paz, pueda afirmar que viene a traer división?

Claramente la radicalidad profética y por tanto la radicalidad de la buena noticia predicada por Cristo, no ha sido bien recibida y ha incomodado a algunos, encontrando por tanto, opositores.  Esto será lo que llevará a Cristo hasta la muerte en la cruz.

Y por esta razón, Jesús advierte que será también así para quien lo siga y anuncie con fidelidad su mensaje, como nos recordaba el papa emérito, que nos advertía que:  quien sea un testigo fiel del evangelio «se convertirá, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias» (Benedicto XVI, 19.08.2007).

Precisamente éste es el recordatorio que la palabra de Dios nos hace este domingo a todos los que nos decimos cristianos:  ser fieles al mensaje de Cristo, con nuestras palabras y nuestras obras, nos hará ser signos de contradicción, muchas veces, incluso con aquellas que son nuestras personas más cercanas.

La semana pasada, la carta a los Hebreos, de la que estamos escuchando la segunda lectura, nos ponía como referentes a los patriarcas del antiguo testamento, como aquellos que fueron firmes en la fe y ejemplo de fidelidad a Dios, aunque esto significara para ellos momentos de sufrimiento.

Hoy la segunda lectura, en continuación con este discurso, nos llama, a cada uno de nosotros, a ser, incluso más fieles que los patriarcas, porque nosotros conocemos a Cristo y hemos recibido los dones del acontecimiento pascual, es decir, el don del Espíritu Santo, que nos ha transformado, tanto en el bautismo como en la confirmación.

Por tanto, nuestro camino, debe ser el mismo peregrinar de Cristo:

·      Primero, anunciando con fidelidad el mensaje del Reino, es decir, que impulsados por el mismo Espíritu del Mesías Salvador, cumplamos la ley del amor, que nos hace morir a nosotros mismos para ser servidores de los hermanos.

·      Segundo, que nuestro culto, sea un culto verdaderamente agradable al Padre, porque, más que elementos externos, somos conscientes, de que todos los fieles (clérigos, consagrados y laicos), en las celebraciones sacramentales, y particularmente en la Eucaristía, actualizamos el único sacrificio de Cristo, que trae salvación para todo el género humano y nos alimenta, fortalece y capacita para amar y servir como lo hizo el mismo Jesús.

·      Y por último, que esta fortaleza que nos da el Espíritu del Señor en los sacramentos, nos ayude a ser perseverantes y firmes en el momento en que lleguen las incomprensiones, la crítica y la persecución, por vivir la fidelidad y la radicalidad del evangelio, y así nada nos aparte, como lo hemos pedido en la oración colecta, de amar en todo y sobre todo a Dios, Nuestro Señor.