(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, Domingo XIX del Tiempo Ordinario
El domingo anterior, Jesús insistía en la necesidad de no apegarse a los bienes de este mundo y a poner el corazón en los bienes del cielo, confiando únicamente en Dios que dará la verdadera riqueza: la herencia eterna del cielo.
Continuando con esta temática, Jesús sigue enseñando que es necesario que todo ser humano acumule un tesoro en el cielo, porque donde está el tesoro está el corazón.
El llamado de Cristo es para que toda persona humana trabaje con la mirada puesta en el eternidad, confiando en que las promesas de Dios se van a cumplir.
Tanto la primera como la segunda lectura, hacen este llamado a confiar en las promesas de Dios, poniendo como ejemplo experiencias del antiguo testamento.
La lectura del libro de la Sabiduría, indica que el pueblo de Israel, incluso viviendo como esclavos en Egipto, confiaban con firmeza en la promesa de la liberación, y esta confianza les dio la fuerza para soportar ese tiempo de esclavitud porque sabían que serían cubiertos de gloria.
La carta a los Hebreos, hace un elogio a la fe de los patriarcas (Abraham, Sara, Isaac y Jacob), especialmente señala a Abraham, como aquel que por su gran fe supo obedecer al llamado de Dios de dejarlo todo, confiando en la promesa de una tierra y una descendencia, confianza tal, que obedeció incluso cuando se puso a prueba su fe al pedírsele el sacrificio de Isaac, porque Abraham, sabía que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos.
Esta total confianza en Dios y en su promesa de salvación es la que Jesús pide que se tenga, cuando en las parábolas del evangelio de este domingo manifiesta que el creyente debe estar listo, con la túnica ceñida y las lámparas encendidas, en la espera de la llegada del señor de la casa.
La indicación de la túnica ceñida, según la forma de vestir de aquella época, es referencia a estar preparado para salir a trabajar o a ponerse en marcha para un viaje, es decir, que el estar listos para el encuentro con el Señor, significa que el trabajo cotidiano lo realizamos con los pies en la tierra y con la mirada, llena de esperanza, en el cielo.
Eso queda aún más claro, cuando, a la pregunta de Pedro, Jesús responde con otra parábola indicando que aquel que tenga una responsabilidad, debe ser encontrado por el amo haciendo lo que le corresponde.
Jesús no indica que nuestra misión implique actos extraordinarios o que nos saquen de la realidad, sino que indica claramente que se nos debe encontrar haciendo lo que nos corresponde según la vocación de cada quien.
Por tanto, estar preparados no significa que nos desapeguemos de nuestro quehacer diario o que no asumamos nuestras responsabilidades humanas y cristianas, mientras aún estamos en este mundo. Por el contrario, se nos indica que es necesario hacer lo que nos corresponde en la vida familiar y laboral, sin desatender nunca nuestra responsabilidad cristiana con el prójimo.
Nos enseña el papa Francisco: «Jesús nos recuerda hoy que la espera de la beatitud eterna no nos dispensa del compromiso de hacer más justo y más habitable el mundo. Es más, justamente nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos impulsa a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles» (07.08.2016).
Pidamos, como lo hemos hecho en la oración colecta, que el Señor intensifique en todos nosotros el espíritu de hijos de Dios, es decir, que seamos más conscientes de que esa filiación nos da como herencia, el cielo; y de esta forma todos los creyentes, mirando siempre hacia el reino celestial, haciendo lo que nos corresponde y dando frutos de buenas obras, estemos preparados para el momento en que se cumpla en nosotros la promesa que profesamos cada domingo cuando afirmamos que esperamos la vida del mundo futuro.