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Obispo Auxiliar

Ser presencia de la misericordia de Dios

(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, XIV del Tiempo Ordinario


El domingo anterior el evangelio de San Lucas nos indicaba que Jesús, con firme determinación, había iniciado su camino hacia Jerusalén, para cumplir con su misión de salvar al género humano, por medio de su muerte y de su resurrección.

En este camino hacia Jerusalén, Jesús tiene planeado pasar por distintos pueblos, por lo que envía los setenta y dos que hecho sus discípulos, para que preparen su llegada en estos lugares, que serían todos los pueblos de la tierra, ya que el número setenta y dos, hace referencia a los descendientes de Noé (Gn 10, 1), que poblaron todo el mundo.

Esta preparación consiste en que los discípulos realicen las mismas acciones de Cristo, es decir, que prediquen el Reino y que lo hagan presente por medio del anuncio de la paz, de la curación de los enfermos y de la expulsión de los espíritus inmundos.

Por tanto, Jesús, hace partícipe de su potestad a quienes envía, para que de esta manera, la predicación y los signos de misericordia y compasión por la humanidad, que él mismo realiza, los puedan hacer también sus discípulos.

Estos gestos, que muestran al Dios misericordioso y compasivo, que Cristo ha venido a revelar, son el cumplimiento de las promesas hechas en la profecía de Isaías y que escuchábamos en la primera lectura.

Tomada de lo que se ha llamado, el libro de la consolación, la primera lectura presenta un pueblo que regresa del exilio en Babilonia, pero que no encuentra la esperada gloria de Jerusalén, sino más bien se encuentra una ciudad en ruinas y un Templo destruido.  Ante esto, el Señor consuela a su pueblo ?como un niño en brazos de su madre? anunciando alegría, prometiendo alimentos en abundancia y asegurando que la paz y la gloria recorrerán la Ciudad Santa.  El mismo Señor se compromete a reconstruir Jerusalén.

La oración colecta, nos dice quién es el que cumple esta promesa realizada en el libro del profeta Isaías:  Es Cristo, por medio de su humillación en la cruz, quien viene a reconstruir, no sólo Jerusalén sino todo el mundo derrumbado.

Esta reconstrucción, se da por medio de las acciones realizadas por Cristo, es decir por su predicación, sus milagros y sus gestos misericordiosos por la humanidad, siendo el gesto más misericordioso, su entrega en la Cruz, para darnos la salvación.

Y aunque es claro, que este acontecimiento salvífico es realizado, únicamente, por Cristo, la palabra de Dios de este domingo, también nos deja claro, que la misión encomendada a los setenta y dos discípulos, ha sido hacer presente la misericordia del Señor a todos los pueblos de la tierra.

Por lo que, la petición del Señor de orar para que se envíe operarios a la mies, sigue siendo necesaria hoy.

Porque también hoy se hace necesario que la humanidad entera haga experiencia de este Dios que consuela a cada ser humano, como una madre consuela a sus hijos, manifestando su amor en medio de sus situaciones de dolor, porque llena de paz sus corazones, los llena con su fuerza ante las luchas contra el mal.

Hoy sigue siendo necesario reconstruir un mundo afectado por distintas situaciones de dolor y de desesperanza por medio de las mismas acciones que Jesús ha realizado al anunciar su Reino.

Esto es misión de cada bautizado, llamado a ser, como los setenta y dos discípulos, presencia de la misericordia de Dios entre los hermanos.

Para poder asumir esta misión, es necesario seguir las instrucciones que Cristo dio a sus discípulos y que el papa Benedicto XVI nos ha explicado: «En efecto, Jesús dice que "la mies es mucha, y los obreros pocos" (Lc 10, 2).  En el campo de Dios hay trabajo para todos.  Pero Cristo no se limita a enviar:  da también a los misioneros reglas de comportamiento claras y precisas.  Ante todo, los envía "de dos en dos" para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno.  Les advierte que serán "como corderos en medio de lobos", es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz; no llevarán consigo ni alforja ni dinero, para vivir de lo que la Providencia les proporcione; curarán a los enfermos, como signo de la misericordia de Dios; se irán de donde sean rechazados, limitándose a poner en guardia sobre la responsabilidad de rechazar el reino de Dios» (08.07.2007).

Por tanto, pidamos la gracia de Dios, para ser discípulos verdaderos de Cristo, viviendo de la Providencia Divina y siendo testigos de la fraternidad, de la paz y de la misericordia de Dios, en medio de las situaciones difíciles que vive la humanida.