(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
El apóstol Pablo dirige a los creyentes de Éfeso este ferviente deseo "Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados en el amor y en él puedan edificarse. Que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, cuán ancho, y cuán largo, y alto y profundo es, en una palabra, que conozcan este amor de Cristo que supera todo conocimiento" (Efesios 3, 17-19).
Ese Amor inconmensurable de Cristo por nosotros, fuente inagotable de vida y consuelo para quienes le conocemos, se nos ha representado en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús cuya devoción está profundamente arraigada en la fe de nuestro pueblo. Es firme su convicción de que, "en el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo; en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios". [1]
El corazón es considerado en la Sagrada Escritura como el centro de la persona y el lugar de sus decisiones, de modo que esta devoción nos lleva a contemplar lo que es esencial en la vida cristiana, en concreto, el amor. ¡El corazón de Cristo se estremece de compasión! Su amor inmenso le lleva a inmolarse en la cruz: ?Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
Su corazón, coronado de espinas y traspasado por la lanza, es una exhortación a la unidad, al amor y a la fraternidad que viene de aquel que, siendo "manso y humilde de corazón" (Mateo 11,29), amó hasta dar la vida por nosotros de modo que, en su nombre, vivamos los verdaderos valores y las bienaventuranzas del Reino y encontremos la paz y el descanso en él.
Pero, además, Cristo quiere morar en nuestros corazones, por eso, "deja que Jesús venga a ti, sane tus heridas y te enseñe a ver con el corazón. Sólo Él conoce verdaderamente el corazón del hombre, sólo Él puede liberarlo de la cerrazón y la rigidez y abrirlo a la vida y la esperanza".[2] Según lo había anunciado el profeta "Les daré un corazón nuevo, y les infundiré un espíritu nuevo en su interior. Arrancaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne". (Ez. 36, 26).
Cristo quiere que le correspondamos y así encender el fuego del amor que da verdadero sentido a nuestra existencia pues, su amor trae consigo el impulso generoso de la donación de sí mismo, tal como el Señor lo ha hecho.
Su corazón llama a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas. Jesús nos pide abrirnos a ese amor y testimoniarlo a los hermanos mediante un servicio humilde, sincero y desinteresado.
En momentos de incertidumbre ante la crisis generalizada que como sociedad enfrentamos, en contraposición al egoísmo y al individualismo que sólo nos llevan a buscar nuestros propios beneficios e imponer nuestros intereses, llevemos ese amor de Cristo a los más desposeídos, a los que se sienten sin ánimo para continuar, a las personas desempleadas, enfermas y abandonadas, seamos expresión de cercanía, ternura y compasión al mejor estilo del amor de Dios. Esta será la forma en que podemos expresar nuestra verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Como María, que guardó en su corazón las palabras de su Hijo y hoy sigue velando con maternal solicitud sobre todos nosotros, reafirmemos con nuestro testimonio la centralidad del amor que se traduce en compromiso con los hermanos.
"Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío"