(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
Los Hechos de los Apóstoles nos describen el evento de Pentecostés como aquella experiencia en la que el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos e imprime en ellos la fortaleza y la vitalidad para asumir el compromiso de testimoniar el Evangelio a todos los pueblos. A su vez, san Pablo nos habla del Espíritu desde otro enfoque pues, además de suscitar el vigor para llevar adelante la misión encomendada por Cristo, el Espíritu Santo está presente y actuante en la vida de cada cristiano: "el Espíritu de Dios habita en nosotros" (Cf. Romanos 8, 9).
Es el Espíritu Santo quien penetra hasta lo más íntimo de nuestros corazones, renovando con su acción nuestra vida, "pues no recibimos un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibimos un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (Romanos 8, 2.15).
El Espíritu de Dios nos mueve a transformar nuestro modo de pensar, de actuar y de ser. Como nos enseña san Pablo, "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Romanos 8, 26-27).
Por todo ello, Pentecostés es una invitación a estar más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. Ningún cambio sustancial y duradero podemos suscitarlo por nuestro propio empeño pues el amor, como fuerza transformadora también es un don del Espíritu: "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5, 5). Ciertamente, "el Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el corazón de Cristo y nos mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado" "[1]
De hecho, "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gálatas 5, 22). Un cristiano que se deje conducir por el Espíritu de Dios no cesará jamás en su lucha por construir un mundo mejor en donde la búsqueda del bien de los demás y de la humanidad entera están en primer lugar.
Inspirado en este mismo texto de la carta de san Pablo a los Gálatas, el Papa Francisco nos recuerda que el Espíritu Santo nos empuja a buscar siempre lo bueno. "Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material".[2]
Finalmente, la palabra de Dios nos enseña que el Espíritu Santo es ante todo impulsor de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la Eucaristía con una expresión de san Pablo: "la comunión del Espíritu Santo [es decir, la que por Él actúa] esté con todos ustedes" (2 Corintios 13,13).
En síntesis, el Espíritu Santo nos anima a fundar relaciones fraternas orientando nuestra vida hacia los grandes valores del amor, de la alegría, de la comunión y de la esperanza. El Espíritu transforma y potencia por su acción el cambio en la persona y en la sociedad.
Dejémonos impregnar con la luz del Espíritu, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor de nuestra vida. Pidamos al Espíritu Santo que derrame sus dones en nuestros corazones para vivir una profunda relación con Dios y con los demás. Con toda claridad nos lo enseña el mismo San Pablo, la caridad es el principal carisma que nos conduce a la presencia misma de quien es la Fuente misma del amor.