Mons. Daniel Blanco, VIII Domingo de Pascua
La Iglesia, concluye las celebraciones pascuales con la solemnidad de Pentecostés, fiesta en la que conmemoramos el cumplimento de la promesa de Cristo, que escuchamos en el evangelio que se ha proclamado: «el Padre les dará otro Paráclito que estará siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad» (Jn. 14, 16).
El libro de los Hechos de los Apósteles, indica que el envío del Espíritu Paráclito, prometido por Cristo, acontece durante la fiesta de Pentecostés, una fiesta judía, celebrada cincuenta días después de la Pascua, en la que se daba gracias por las tablas de la ley dadas a Moisés en el Sinaí, las cuales contenían los diez mandamientos y que son el signo con el que YHWH hace alianza con su pueblo.
Esto nos ayuda a comprender la profundidad de que el acontecimiento del envío del Espíritu Santo, sucediera, precisamente, el día Pentecostés.
El Nuevo Testamento nos enseña que Cristo, no inscribe la ley en unas tablas de piedra, sino que la inscribe en el corazón del hombre (Rom. 2, 15), y lo hace, precisamente, con su Espíritu, el cual infunde en el corazón de cada ser humano.
Este Espíritu viene a renovarlo todo, como lo proclamamos en el salmo responsorial: renueva la faz de la tierra y renueva la creación entera. Por tanto, este Espíritu, renueva a cada persona humana y eso es lo que nos ha recordado la palabra de Dios proclamada este domingo.
Porque la lectura de los Hechos de los Apóstoles, además de indicarnos que el envío del Espíritu fue el día de Pentecostés, dice que la comunidad apostólica se ve totalmente renovada; los apóstoles son nuevas creaturas, el Espíritu infudido en sus corazones los ha transformado.
Aquellos mismos que huyeron la noche del jueves santo, ahora anuncian con valentía a Cristo; Pedro, que negó al Señor, ahora con total fortaleza se dice testigo de la Resurrección. El Espíritu que hace recordar todas las cosas y que enseña la verdad, impulsa a la comunidad apostólica para que anuncie esa verdad, la cual escucharon de la boca del mismo Cristo.
Esta verdad, además, se anuncia en todos las lenguas conocidas en la época y que estaban representadas en la larga lista de pueblos que narra la primera lectura. Es un único mensaje, un único anuncio, una única verdad, que todos comprenden, a pesar de la diferencia de idioma. Por tanto, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, es principio de unidad, porque desde el día de Pentecostés, habla todas las lenguas, como nos recordaba el papa emérito (23.05.2010), o como lo dice también, de manera muy hermosa, el prefacio de la eucaristía de esta fiesta: El Espíritu une en una misma fe, a quienes el pecado había dividido en la diversidad de lenguas.
Vemos, pues, que la promesa de Cristo se cumple: el Espíritu Santo, no sólo nunca abandona a la Iglesia, sino que viene a renovarla y a impulsarla para que con fuerza y valentía anuncie la verdad del evangelio predicado por Cristo. Asimismo suscita gran cantidad de distintos carismas, para que esa misión pueda ser asumida en cada coyuntura histórica y hasta los confines del mundo.
Por esto San Pablo, aproximadamente treinta años después de Pentecostés, le recuerda a la comunidad cristiana de Roma, una ciudad distante geográficamente de Jerusalén, que en ellos también habita verdaderamente el Espíritu Santo y que si se dejan guiar por el Espíritu de Dios, serán hijos de Dios y sus acciones darán testimonio de esto.
Estas acciones deben ser precisamente, el anuncio alegre y valiente del evangelio de Cristo y el trabajo arduo para que en la diversidad de carismas, esta predicación del evangelio se fortalezca con el testimonio de unidad de todos los cristianos.
Hoy la Iglesia, y por tanto cada bautizado, debe asumir ese mismo llamado, es decir, dejarnos guiar por el Espíritu, para formar la única familia de los hijos de Dios, una familia que anuncia la verdad del evangelio y que vive la unidad como mayor signo testimonial.
El santo padre Francisco nos invita a pedir esto al Espíritu Santo, cuando en la fiesta de Pentecostés del año 2019 nos enseñaba esta oración: «Espíritu Santo, armonía de Dios, tú que transformas el miedo en confianza y la clausura en don, ven a nosotros. Danos la alegría de la resurrección, la juventud perenne del corazón. Espíritu Santo, armonía nuestra, tú que nos haces un solo cuerpo, infunde tu paz en la Iglesia y en el mundo. Espíritu Santo, haznos artesanos de concordia, sembradores de bien, apóstoles de esperanza» (09.06.2019).