(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo metropolitano
Todos los años, mayo es el mes dedicado a la Santísima Virgen María, tiempo privilegiado en el que el pueblo católico honra a la Madre de Dios y Madre nuestra. Con ello, nos hacemos eco de las palabras del Evangelio: ?Desde ahora, todas las generaciones me llamarán dichosa? (Lucas 1,28). En efecto, para nosotros creyentes, la misión de María siempre será fundamental, pues esta mujer y madre fue capaz de asumir el plan de salvación de Dios para la humanidad, convirtiéndose, de este modo, en la primera discípula de Jesús.
Podríamos preguntarnos: ¿Qué significa ser discípulo de Cristo? Al respecto el Señor nos responde: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.? Juan 15, 7-8). María vive, antes que ninguno, la entrega de sí a Dios respondiendo al ángel: ?He aquí la esclava del Señor" (cf. Lucas 1, 38).
Su actuación no se limita al pasado, antes bien, a través de la historia, María nos ha ido fortaleciendo como pueblo. "Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre". [1]
María como discípula de Cristo, avanza siempre con el pueblo recordándole, desde su canto del Magnificat, que Dios es siempre fiel a sus promesas y que la esperanza nunca se deja vencer.
Con verdadero gozo constatamos que María es parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, "entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana".[2]
En este sentido, veo oportuno recordar que el Papa Francisco consagró, el pasado 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación, al Corazón inmaculado de María a toda la humanidad y a las naciones en conflicto, particularmente, a Rusia y Ucrania. Con este acto, el Santo Padre nos anima a recurrir a María en toda tribulación, pues ella es nuestra Madre, nos ama y nos conoce, nada de lo que nos preocupa se le oculta. De hecho, su ternura providente y su presencia maternal nos devuelve la paz, porque ella, siempre fiel nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
"En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura". [3]
Como María, entreguemos nuestra vida para que Cristo sea anunciado y vivido con profunda convicción. María aparece en Caná de Galilea como aquella que cree en Jesús y su fe provoca la primera "señal", contribuyendo a suscitar la fe de los discípulos. Pidamos hoy que la Madre de Dios interceda por nosotros y que, como discípulos de Cristo, pongamos toda nuestra confianza en la gracia de Dios convencidos de que sin Él nada podemos hacer (cfr. Juan 15,5), pues lo que distingue a un discípulo fiel es su firme determinación de caminar tras las huellas de Jesús.