Mons. Daniel Blanco, V Domingo de Pascua (VIDEO)
Durante este tiempo de pascua, hemos estado escuchando en la segunda lectura, textos del libro del Apocalipsis.
Este libro, busca llenar de esperanza a los cristianos que vivían la persecución por parte del imperio romano.
Esta esperanza se basa en la verdad fundamental de nuestra fe cristiana: el triunfo de Cristo sobre la muerte y cómo esta victoria alcanza a todo el género humano. El domingo anterior, se indicaba que era una multitud incontable la que, habiendo lavado sus túnicas en la sangre del Cordero, estaban frente al trono de Dios.
Hoy se nos dice, que ese Dios, que está sentado en el trono, hace nuevas todas las cosas y hace descender un cielo nuevo y una tierra nueva, que será la morada que Dios mismo compartirá con la humanidad y donde no hay ni muerte, ni duelo, ni lágrimas, porque el mal ha sido aniquilado. Dios ha querido compartir su gloria y su plenitud con el ser humano.
Precisamente por esto es que Jesús, en el evangelio de este domingo, al acercarse el momento de la cruz, llama a este momento la hora de la glorificación, porque el acontecimiento pascual (pasión, muerte y resurrección de Cristo), es la acción con la cual Dios realiza la obra salvadora, glorificándose a sí mismo y glorificando a todo el género humano, al que hace partícipe de su misma vida.
Esta verdad esencial de nuestra fe es lo que llena de esperanza a las comunidades cristianas que, en medio de la persecución, tienen claro que ninguna situación de dolor o sufrimiento, tiene la última palabra en la vida del ser humano, sino que lo que es realmente definitivo es la participación en la morada que Dios ha querido crear para compartir con la humanidad.
Podríamos preguntarnos: ¿cuál es la razón por la cual Dios hace esto?, ¿por qué ha querido hacer partícipe de su gloria a la persona humana?
La única respuesta que podemos dar es que Dios hace esto por amor, porque la esencia de Dios es amar y nos ha amado hasta el extremo, «con un amor universal, sin condiciones y sin límites, que encuentra su cumbre sobre la cruz» como nos enseña el papa Francisco (19.05.2019).
Por tanto, la esperanza del cristiano, va más allá de un sentimiento de seguridad por saberse partícipe de la salvación, sino que implica también una identificación del creyente con Cristo que lo ama y que lo impulsa a amar. De ahí que el modo en que el cristiano es reconocido debe ser porque ama como Cristo.
Por esto Jesús nos deja el mandamiento del amor. Él mismo ha dicho que es el signo característico del cristiano, porque quienes hemos sido amados hasta el extremo por Dios, debemos responder viviendo el amor al hermano, como Cristo nos ha amado. Ese será el principal fruto bueno que el bautizado debe dar y que hemos pedido la gracia para lograrlo en la oración colecta.
Esta esperanza cristiana que mueve a amar, es lo que impulsa también a los primeros apóstoles a dejarlo todo para ir a anunciar el evangelio.
La primera lectura, presenta el final del primer viaje misionero de Pablo, que junto a Bernabé, en medio de tribulaciones, persecuciones, recorrieron muchas ciudades importantes de la época, para predicar la verdad de Jesucristo y fundar comunidades cristianas. Esto se entiende sólo porque es el amor a Dios y al prójimo lo que impulsa al apóstol a salir a la misión para anunciar el evangelio y servir a los hermanos, aun cuando eso signifique asumir momentos difíciles.
El tiempo de la Pascua siempre es un momento propicio para fortalecer la esperanza cristiana fundada en el don maravilloso de la salvación, como regalo del amor inmenso de Dios por la humanidad, al unirnos a la gloria de su Hijo Jesucristo.
Esa esperanza se fortalece, precisamente cuando, al experimentar el amor de Dios, somos capacitados e impulsados para amar al hermano como Jesús lo ha hecho con nosotros.
Que este tiempo de gracia que estamos viviendo, nos fortalezca, nos capacite y nos impulse a amar, como lo hizo Jesús, y que sea siempre el modo como nos distingamos los cristianos y demos testimonio de nuestra fe.