Mons. Daniel Blanco, III Domingo de Pascua
Este tercer domingo de la Pascua, la liturgia de la Palabra nos presenta en el texto del Evangelio de San Juan, el relato de la tercera aparición del Resucitado a los apóstoles.
Esta narración muestra a los apóstoles, en el lago de Tiberíades, realizando el trabajo que hacían cuando Jesús los llamó a ser sus apóstoles, es decir los apóstoles estaban pescando.
Pareciera que, luego de lo acontecido en los días de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, los apóstoles decidieron volver a la vida previa a su encuentro con Jesús, a la vida que habían dejado totalmente para seguir al maestro, es decir a la vida como pescadores; y es muy significativo que, dejando atrás lo vivido con Jesús, el evangelio señala que sus redes vuelven a estar vacías.
Pero, nuevamente, estando ellos en el lago y en su trabajo como pescadores, Jesús los llama y los consolida como apóstoles.
El modo en que el Resucitado viene al encuentro de sus apóstoles, es muy similar al momento que los llama por primera vez: A la orilla del lago y ante una noche sin poder pescar nada, Jesús les indica que echen las redes nuevamente y se da la pesca milagrosa, tal y como sucedió la primera vez. Esto hace que el discípulo amado haga profesión de fe, tal y como lo hizo Tomás la semana pasada, al decirle a sus compañeros «es el Señor», es decir, reconocen a su maestro, como el Dios hecho hombre.
Otro elemento que resalta el evangelista es que a diferencia de la primera pesca milagrosa, esta vez la red no se rompió. Esto manifiesta que Cristo ha hecho nuevas todas las cosas con su resurrección y el llamado a ser pescadores de hombres también se renueva, por lo que los apóstoles asumen ese compromiso de anunciar la Palabra a la humanidad y llevar a todo el género humano hacia Cristo, para formar así una comunidad, unificada con la fuerza irrompible y perenne del Espíritu del Resucitado.
Este momento de renovación se complementa con el regalo de sentarse a comer con Cristo Resucitado, esto fortalece el llamado de aquellos apóstoles, que, decepcionados habían vuelto a su vida anterior, pero ahora, su encuentro con el Resucitado consolida su ser testigos de Cristo.
En el caso de Pedro, esa consolidación como apóstol y como el primero entre los apóstoles, necesitaba cimentarse con una reivindicación, porque aquel que había negado tres veces a Jesús, será consultado tres veces, por el mismo Cristo, por su amor hacia Él. La respuesta sincera de Pedro, al decir: «tú lo sabes todo, tu sabes que te amo», lo restituirá como apóstol, como el primero entre los apóstoles, al cual Jesús le encomienda el cuidado de su rebaño, el cuidado de la Iglesia.
Esta consolidación del grupo apostólico, que se transforma y se renueva al encontrarse con el Resucitado, se refleja claramente en la narración de la primera lectura; cuando en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos, anuncian, con alegría y sin ningún temor, la verdad de la resurrección.
Una verdad que las autoridades les han prohibido anunciar, pero que ellos están convencidos que no pueden guardarse para sí, deben anunciarla, aunque esto les cueste la libertad o la misma vida, ellos saben que «deben obedecer a Dios antes que a los hombres» y cumplir el mandado de Cristo.
Ante esto, los apóstoles son azotados, pero aquello les provoca felicidad, porque lo han sufrido por el nombre de Jesús y saben que Él cumplirá su palabra: «Bienaventurados si son perseguidos por mi causa, porque tendrán una recompensa grande en el cielo» (Mt. 5, 11).
Esta Pascua, en la que hemos renovado nuestros compromisos bautismales, es el momento, para consolidar, también nosotros, nuestro llamado a ser apóstoles, manifestando al mundo, como el discípulo amado, que el Señor ha resucitado y está en medio de nosotros y reivindicando, como Pedro, nuestras negaciones y pecados, con nuestro compromiso de amar. Anunciando la alegría de la resurrección, como dice el papa Francisco: «haciendo reflejar la alegría y la esperanza en los corazones, en los rostros, en los gestos y en las palabras, entre aquellos con quienes nos encontramos; especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados» (Cfr. Regina C?li, 10.04.2016).
Este es el llamado que el mismo Señor nos hace este domingo, un llamado que recuerda nuestro compromiso bautismal: Vivir la alegría pascual, una alegría que sólo nos puede dar Cristo Resucitado, una alegría tan grande que se comparte y que se anuncia, dando testimonio con palabras, con gestos y principalmente con acciones de misericordia, que hagan experimentar a los que están sufriendo, el gozo de la resurrección.