Explica el Santo Padre, que, al contarnos la historia de Tomás el Evangelio nos dice que el Señor no busca cristianos perfectos, que nunca duden y siempre hagan alarde de una fe segura. No, afirma. La aventura de la fe, como para Tomás, está hecha de luces y sombras. Si no, ¿qué tipo de fe sería? Conoce momentos de consuelo, impulso y entusiasmo, pero también de cansancio, pérdida, dudas y oscuridad.
El Señor no busca cristianos perfectos. Les digo: tengo miedo cuando veo a algunos cristianos, a alguna asociación de cristianos que se creen los perfectos. El Señor no busca cristianos perfectos; el Señor no busca cristianos que nunca duden y siempre hagan alarde de una fe segura. Cuando un cristiano es así, hay algo que no va bien.
Mejor una fe imperfecta pero humilde
Sucede que, según el Sumo Pontífice, las crisis de la vida y la fe muchas veces nos hacen humildes porque nos despojan de la idea de tener razón, de ser mejores que los demás. Las crisis no son pecado, son camino, no debemos temerles, asegura. Ellas nos ayudan a reconocer nuestra necesidad, aquella de Dios, de volver al Señor para experimentar su amor: por eso es mejor una fe imperfecta pero humilde, que siempre vuelve a Jesús, que una fe fuerte pero presuntuosa, que nos hace orgullosos y arrogantes. Eso porque el Señor que no se rinde, no se cansa de nosotros, no tiene miedo de nuestras crisis y debilidades, asegura Francisco. Él siempre vuelve: cuando se cierran las puertas, vuelve; cuando dudamos, vuelve; cuando, como Tomás, necesitamos encontrarlo y tocarlo más de cerca, vuelve.
Siempre vuelve, toca a la puerta siempre, y no con signos poderosos que nos harían sentir pequeños e inadecuados, también vergonzosos, sino con sus llagas, vuelve mostrándonos sus llagas que son signos de su amor que ha desposado nuestras fragilidades.
Jesús es el Señor de las otras oportunidades
Por eso el Obispo de Roma también hoy, en el Domingo de Misericordia, no se cansa de repetirnos que Jesús, el Resucitado, sólo espera que lo busquemos, que lo invoquemos, incluso que protestemos, como Tomás, llevándole nuestras necesidades y nuestra incredulidad.
Él vuelve, porque es paciente y misericordioso. Viene a abrir los cenáculos de nuestros miedos y de nuestra incredulidad, porque siempre quiere darnos otra oportunidad. Jesús es el Señor de las otras oportunidades: siempre nos da otra, siempre.
Pensemos, invita también el Santo Padre, en la última vez que, durante un momento difícil o un período de crisis, nos hemos encerrado en nosotros mismos, atrincherándonos en nuestros problemas y dejando a Jesús fuera de casa. Pero también prometámonos, la próxima vez, en nuestro cansancio, buscar a Jesús, volver a Él, a su perdón, a esas llagas que nos han curado. Así seremos capaces también de compasión, de acercarnos sin rigidez ni prejuicios a las llagas de los demás.