(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
Para nosotros, los creyentes, anunciar a Cristo Resucitado conlleva el compromiso de promover el sentido más hondo de la vida y el mejor modelo para ser humanos de verdad. A la luz de la Pascua, la apuesta por el ser humano, por su dignificación y respeto, por la defensa a ultranza del derecho a la vida, amén del trabajo por la justicia, la paz y la verdad, quedan más que justificados. Unidos a Él venceremos todas las formas de violencia y muerte que acechan en el camino pues el Dios de la vida tiene la última palabra.
En efecto, el Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús Resucitado siendo, a la vez, el núcleo central de su misión redentora: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Jn 10, 10) Y en esa vida donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre. En Cristo se expresa la grandeza y el valor de la vida humana desde su comienzo.
El Evangelio de la vida no es una doctrina distinta ni distante a la Palabra revelada, al contrario, está en su raíz, pues es desde el Resucitado que descubrimos el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y con él afirmamos el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política.[1]
Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta el núcleo de su fe en la encarnación y resurrección del Hijo de Dios, y la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida a todos (cf. Mc 16, 15). Hoy este anuncio es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa. [2]
Anunciar el Evangelio de la vida es colocar a la persona como centro fundamental de la política, la economía y la cultura. Respetar la vida es el principio legitimador básico de todo gobierno. Desde esta profunda convicción y desde su perspectiva interna de esperanza y futuro, es que todos hemos de sentirnos invoculcrados en instaurar la cultura de la vida.
Y es que, ese Evangelio de la vida se encarna al ofrecer a los ciudadanos ambientes seguros, sin violencia comenzando por la misma familia. También, actuando de manera efectiva, para la creación de empleos dignos, justamente remunerados, dejando de lado toda avaricia y egoísmo.
Considero fundamental en esta perspectiva que miremos nuestro ser costarricense, la identidad que hemos logrado a lo largo de nuestra historia patria, para que sean nuestras convicciones las que pesen y no algunos convenios internacionales, tal vez, firmados sin mayor reflexión sobre el futuro, los que, por una ideología sin sentido, nos dominen. Actuar contra esos sin sentidos, no significa que debamos apartarnos de defender los verdaderos derechos humanos, acogiendo, acompañando y abriendo espacios para todas las personas.
Por todo ello, como discípulos de Cristo debemos prestar un inmenso servicio a la humanidad anunciando el Evangelio de la Vida: Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario.[3]
Con el Señor Resucitado rechacemos la cultura de la muerte y abramos el corazón a la Vida. De modo especial, pido a los católicos y a todos los creyentes, no hipotecar su porvenir por presiones ideológicas, sino cultivar y fortalecer la cultura de la vida que es el verdadero futuro que debemos construir.
EN VERDAD RESUCITÓ EL SEÑOR, ALELUYA