Edwin Ramírez Quirós, II Formando Discípulos Misioneros de Cristo
El pasado miércoles de Ceniza como parte inicio del santo tiempo de la Cuaresma, la Palabra de Dios que se nos ofrecía en la celebración de ese día, nos indicaba el apóstol Pablo en su segunda carta a la comunidad de Corinto, que, ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación (cf. 2 Corintios 6, 2) y precisamente con esta invitación se nos propone la posibilidad de iniciar un camino de preparación que nos llevaría poco a poco a una vivencia del Misterio Pascual de un manera más consciente, pero sobre todo, a una preparación interior y exterior que culminará en la noche de la Pascua donde contemplaremos el triunfo de la vida, de la luz y del bien sobre todo aquello oscuro y negativo así como también en nuestra vida se manifestará el triunfo de Cristo.
Pareciera que en estos últimos dos años de pandemia provocados por el Covid-19, la vivencia de la Cuaresma ha tomado dos rumbos. Por un lado, la nostalgia y la ausencia de las diversas prácticas de piedad popular tan arraigadas en nuestra cultura y vivencia de la fe; y, por otro lado, la conciencia de una preparación más espiritual e interior centrada en la profundización de la oración, la Palabra de Dios y en el misterio pascual. Estas dos dimensiones han venido marcando una tendencia en los que nos decimos creyentes porque nos hacen falta los signos externos, pero más allá de eso debería llevarnos a una contemplación mayor de los misterios de la fe.
Estamos a las puertas de la Semana Santa, y podríamos volver a ilusionarnos con las celebraciones, los actos de piedad popular, las procesiones y todo el corre- corre que se vive en nuestras comunidades y parroquias viviendo los días del Triduo Pascual con un gran entusiasmo y piedad por la falta de esas expresiones de años anteriores y quedarnos con la mera tradición de que un año más pasó la Semana Santa. O podríamos vivir esta Semana Mayor con una renovada piedad y espiritualidad, ciertamente dando el valor tan hermoso que tienen las manifestaciones de piedad popular de nuestras comunidades, pero haciendo que esas cosas realmente se profundicen en nuestra vivencia cristiana de la fe, experimentando el paso de Cristo muerto y resucitado por nuestra vida, aprovechando este tiempo como tiempo de conversión, de una escucha más frecuente y eficaz de la Palabra de Dios, de la caridad con el prójimo, de la contemplación profunda del amor de Cristo que se manifiesta en la cruz y de una vida renovada por la Resurrección del Señor. Que hermoso sería si pudiéramos dar este paso y convertir los signos externos en momentos de oración, de reflexión, de auténtica caridad, de meditación en los acontecimientos de nuestra salvación, de crecimiento espiritual, de renovada conversión personal, y palpar como en nuestra propia experiencia de vida Cristo nos hace partícipe de su pasión, de su muerte, de su vida y de su gloria.
También, el Papa Francisco lo mencionaba en su mensaje para la Cuaresma de este año, no debemos cansarnos de hacer el bien, y no solamente durante la Cuaresma porque la Iglesia nos lo pide con vehemencia o en la Semana Santa para estar en paz con Dios y con los demás como dicen algunos, sino que el bien que hagamos y la caridad que practiquemos debería ser el fruto de esa renovada piedad y espiritualidad. Pidámosle al Señor la gracia de vivir lo que falta de esta Cuaresma y la Semana Santa que se avecina, hacerlo de una manera intensa, pero profunda, no exterior y vacía sino con una adhesión al misterio que se celebra. Y que Él recompense a tantos hermanos y hermanas que regalan su tiempo para disponer y preparar todo lo necesario en nuestras parroquias, desde las personas que limpian el templo hasta los que engalanan las bellas imágenes y procesiones, que cada una de las acciones que hagamos en esta Semana Santa se conviertan en oración, en una ofrenda agradable a los ojos del Señor y podamos decir que realmente vivimos una semana diferente después de varios años y con júbilo aclamemos en la noche santa de la Pascua que, «será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo» (Extracto Pregón Pascual).