(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez
La celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, con la que iniciamos la Semana Santa, parece presentarnos un contraste entre los gritos de júbilo con los que la multitud aclama a Jesús como Rey, al entrar en Jerusalén y los gritos de la muchedumbre que, pocos días después, piden su crucifixión.
Pero más que una contradicción, esto muestra el camino elegido por Dios para traer la salvación a la humanidad, es decir el camino de la encarnación del Verbo, que pasa por el mundo haciendo el bien, y que revela, con su predicación y sus acciones, que Dios es un padre misericordioso. Esto suscita que sea reconocido como el Mesías esperado y por tanto, al llegar a Jerusalén, es aclamado como Rey.
Pero Jesús ha manifestado, con toda claridad, que ese mesianismo se vive desde la entrega de su vida y desde el servicio; nunca según prerrogativas del poder humano, y, por esto, no es comprendido ni por los jefes de los judíos ni por la generalidad del pueblo elegido, quienes al no ver cumplidas sus expectativas deciden acabar con la vida de Jesús.
Por esto, la conmemoración de este Domingo, presenta a Cristo, llevando al extremo esa entrega, la cual se realiza voluntariamente, por pura misericordia y amor a la humanidad, para cumplir la voluntad del Padre y así sellar una alianza nueva y eterna con su sangre derramada en la cruz, que trae la salvación a la humanidad.
En los últimos tres domingos de la cuaresma, San Lucas, el evangelista de la misericordia, ha presentado a Jesús como aquel que viene a revelar a Dios como un Padre rico en compasión, amor y misericordia. Un padre que tiene paciencia, como el viñador ante la higuera que no da fruto, un padre que recibe con los brazos abiertos al hijo pródigo y un padre que no condena a la mujer adultera, sino que la perdona y la fortalece para que no peque más.
La narración de la pasión según San Lucas, que se proclama en la eucaristía de este Domingo de Ramos, sigue manifestando ese rasgo característico de Jesús.
La pasión del Señor narra la entrega de Jesús, luego de un proceso lleno de mentiras, burlas, injusticias y traiciones; y ante esta realidad, la respuesta de Jesús es la misericordia, porque Él se entrega voluntariamente, es el siervo de YWHW, que Isaías presenta en la primera lectura, ofreciendo libremente su vida a insultos y golpes para hacer la voluntad del Padre, que es salvar a la humanidad.
Esa misericordia también la atestigua San Pablo en el himno que se ha proclamado en la segunda lectura, afirmando que Jesús se anonadó a sí mismo, que se autohumilló y que aceptó la muerte por amor al género humano.
Esa misericordia, en la narración de la Pasión, se ve claramente reflejada en varios momentos:
· Ante el anuncio de la traición de Pedro, Jesús promete que orará por él, para que no desfallezca y confirme a sus hermanos en la fe. Jesús ora por quien lo traiciona.
· En el momento del prendimiento, cuando se corta la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús detiene los actos de violencia y sana la oreja de aquel hombre.
· Camino hacia el calvario, se muestra cercano y compasivo con las mujeres que se encuentra en el camino.
· Una vez clavado en la cruz, pide al Padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que hacen y promete el paraíso al ladrón arrepentido.
Nos recuerda el Santo Padre «Jesús, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio» (20.03.2016).
Esta celebración nos introduce en los misterios de nuestra salvación que conmemoraremos en esta Semana Santa. Misterios que manifiestan cuánto Dios tiene misericordia de nosotros, porque permite que su Hijo Único pase por un acontecimiento, humanamente, cruel e injusto, como lo es la muerte en cruz, para que, por este acontecimiento, que culmina con la resurrección, recibamos el regalo de la vida perfecta, uniendo la vida del ser humano, a la misma vida gloriosa de Cristo.
Ante esta verdad de nuestra fe, el papa Francisco nos hace una invitación: «Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos encaminarnos por este camino, deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, que es la catedra de Dios».
Hemos pedido al Señor en la oración colecta, que podamos seguir las enseñanzas de la pasión de Cristo para participar así de su gloriosa resurrección -es la misma invitación que nos ha hecho el Santo Padre- por eso vivamos, estos días santos y siempre, la imitación constante de Cristo, manifestando misericordia por el otro, es así como viviremos realmente la conmemoración de los acontecimientos de nuestra salvación y peregrinamos hacia la gloria de la Pascua.
Pero más que una contradicción, esto muestra el camino elegido por Dios para traer la salvación a la humanidad, es decir el camino de la encarnación del Verbo, que pasa por el mundo haciendo el bien, y que revela, con su predicación y sus acciones, que Dios es un padre misericordioso. Esto suscita que sea reconocido como el Mesías esperado y por tanto, al llegar a Jerusalén, es aclamado como Rey.
Pero Jesús ha manifestado, con toda claridad, que ese mesianismo se vive desde la entrega de su vida y desde el servicio; nunca según prerrogativas del poder humano, y, por esto, no es comprendido ni por los jefes de los judíos ni por la generalidad del pueblo elegido, quienes al no ver cumplidas sus expectativas deciden acabar con la vida de Jesús.
Por esto, la conmemoración de este Domingo, presenta a Cristo, llevando al extremo esa entrega, la cual se realiza voluntariamente, por pura misericordia y amor a la humanidad, para cumplir la voluntad del Padre y así sellar una alianza nueva y eterna con su sangre derramada en la cruz, que trae la salvación a la humanidad.
En los últimos tres domingos de la cuaresma, San Lucas, el evangelista de la misericordia, ha presentado a Jesús como aquel que viene a revelar a Dios como un Padre rico en compasión, amor y misericordia. Un padre que tiene paciencia, como el viñador ante la higuera que no da fruto, un padre que recibe con los brazos abiertos al hijo pródigo y un padre que no condena a la mujer adultera, sino que la perdona y la fortalece para que no peque más.
La narración de la pasión según San Lucas, que se proclama en la eucaristía de este Domingo de Ramos, sigue manifestando ese rasgo característico de Jesús.
La pasión del Señor narra la entrega de Jesús, luego de un proceso lleno de mentiras, burlas, injusticias y traiciones; y ante esta realidad, la respuesta de Jesús es la misericordia, porque Él se entrega voluntariamente, es el siervo de YWHW, que Isaías presenta en la primera lectura, ofreciendo libremente su vida a insultos y golpes para hacer la voluntad del Padre, que es salvar a la humanidad.
Esa misericordia también la atestigua San Pablo en el himno que se ha proclamado en la segunda lectura, afirmando que Jesús se anonadó a sí mismo, que se autohumilló y que aceptó la muerte por amor al género humano.
Esa misericordia, en la narración de la Pasión, se ve claramente reflejada en varios momentos:
· Ante el anuncio de la traición de Pedro, Jesús promete que orará por él, para que no desfallezca y confirme a sus hermanos en la fe. Jesús ora por quien lo traiciona.
· En el momento del prendimiento, cuando se corta la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús detiene los actos de violencia y sana la oreja de aquel hombre.
· Camino hacia el calvario, se muestra cercano y compasivo con las mujeres que se encuentra en el camino.
· Una vez clavado en la cruz, pide al Padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que hacen y promete el paraíso al ladrón arrepentido.
Nos recuerda el Santo Padre «Jesús, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio» (20.03.2016).
Esta celebración nos introduce en los misterios de nuestra salvación que conmemoraremos en esta Semana Santa. Misterios que manifiestan cuánto Dios tiene misericordia de nosotros, porque permite que su Hijo Único pase por un acontecimiento, humanamente, cruel e injusto, como lo es la muerte en cruz, para que, por este acontecimiento, que culmina con la resurrección, recibamos el regalo de la vida perfecta, uniendo la vida del ser humano, a la misma vida gloriosa de Cristo.
Ante esta verdad de nuestra fe, el papa Francisco nos hace una invitación: «Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos encaminarnos por este camino, deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, que es la ?catedra de Dios?».
Hemos pedido al Señor en la oración colecta, que podamos seguir las enseñanzas de la pasión de Cristo para participar así de su gloriosa resurrección -es la misma invitación que nos ha hecho el Santo Padre- por eso vivamos, estos días santos y siempre, la imitación constante de Cristo, manifestando misericordia por el otro, es así como viviremos realmente la conmemoración de los acontecimientos de nuestra salvación y peregrinamos hacia la gloria de la Pascua.