(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, V Domingo de Cuaresma
El tiempo de la cuaresma es un peregrinaje que tiene como meta la conmemoración anual de la Pascua de Cristo y busca que durante estos cuarenta días, todos los cristianos nos preparemos para celebrar esta fiesta, la más importante del año, con un corazón renovado.
La oración, el ayuno, la caridad y las demás obras de piedad que realizamos en este tiempo, nos deben ayudar en este camino de renovación, que llamamos conversión, y que busca que nos identifiquemos cada vez más profundamente con Cristo para tener, como hemos pedido en la oración colecta, el mismo grado de amor con el cual Jesús se entregó por la salvación del mundo.
Este camino de conversión, si lo hacemos con un corazón humilde y abierto al Señor, nos debe ayudar a reconocer, como lo ha hecho Pablo en la segunda lectura, que no hemos alcanzado el ideal de la perfección, que alcanzaremos sólo en la Vida Eterna, pero también, como Pablo, nos debe llevar a reconocer a Cristo, como nuestro bien supremo, y de este modo dejar todo aquello que nos aleje o nos impida alcanzar este bien.
Reconocer el hecho de no haber alcanzado la perfección va de la mano al hecho de reconocernos limitados y pecadores, y por tanto, necesitados de la gracia y misericordia de Dios, para poder continuar esta carrera hacia la meta que es el cielo, impulsados por la fuerza que da el amor y el perdón del Señor.
Para animarnos a poner nuestra vida en las manos misericordiosas de Dios, este V Domingo de Cuaresma, la liturgia de la palabra nos ha regalado en el pasaje evangélico, la narración de la mujer adúltera, la cual es presentada ante Jesús, por los escribas y fariseos.
San Juan, indica que quienes llevan a esta mujer ante Jesús, lo hacen con la única intención de ponerle una trampa y poder acusarlo. Esto porque ciertamente la ley de Moisés indicaba que la persona encontrada en adulterio debía ser apedreada, por lo tanto, si Jesús indicaba que no se cumpliera esta pena, podrían acusarlo de violar la ley de Moisés, pero si indicaba que debía ser apedreada, podrían acusarlo con las autoridades romanas, que no permitían a los judíos aplicar la pena de muerte, ya que esto sólo podía hacerlo el procurador romano.
Ante esta encrucijada, Jesús guarda silencio y escribe en el suelo con el dedo. Aunque el evangelio no dice qué escribía Jesús, los estudiosos han hecho distintas especulaciones y generalmente indican que Jesús escribía en el suelo los pecados de quienes le habían llevado a la mujer encontrada en adulterio.
Otros estudiosos, siguiendo a San Agustín, dicen que lo que escribía Jesús era la ley de Moisés (como Dios escribió con el dedo en las tablas de la ley). Esa ley decía que no sólo la mujer, sino también el hombre encontrado en adulterio debía ser apedreado (Lv. 20, 10), cosa que fariseos y escribas no habían cumplido, llevando delante de Jesús únicamente a la mujer.
Es después de mucha insistencia que Jesús da una respuesta: Quien está libre de pecado que tire la primera piedra. Dice el evangelio que, después de esto, todos se retiraron, empezando por los más viejos dejando solos a Jesús y a la mujer.
Aquello que Jesús escribía en el suelo, haría que los acusadores se retiraran, los puso en evidencia, fuera porque estaban escritos sus pecados, fuera porque evidenciaba que manipularon la ley de Moisés, hizo que los más viejos, los que tenían más experiencia y conocimiento de la ley y que eran más conscientes de sus pecados, dieran ejemplo y se fueran de primero.
Una vez que Jesús queda solo con la mujer que ha cometido adulterio, y viendo que nadie pudo condenarla, Jesús, manifiesta su misericordia y le dice tampoco yo te condeno indicándole que ha sido perdonada, que él, que es Dios-con-nosotros, no la condena y que puede retomar su vida.
Pero la misericordia de Jesús, va más allá del perdón, la misericordia también enseña la verdad, Jesús exhorta y guía a aquella mujer, recordándole que no debe volver a pecar y, también, la misericordia de Dios da la gracia que renueva y da la fuerza, para dejar atrás el pasado y vivir en la novedad de Dios.
La misericordia de Dios, revelada por Cristo es, por tanto, ese torrente de agua que convierte el desierto en un jardín, que borra lo antiguo y que hace todo nuevo, como lo ha anunciado Isaías en la primera lectura.
Y el mismo Jesús, ha dejado el sacramento de la Reconciliación, como ese regalo de gracia por el cual nos hace experimentar esa misericordia de Dios, que nos perdona, nos guía y enseña el camino a seguir y nos llena con su gracia para luchar contra el pecado. Nos enseña el papa emérito «Jesús, absolviendo a la mujer de su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien [?] Dios sólo desea para nosotros el bien y la vida; se ocupa de la salud de nuestra alma por medio de sus ministros, liberándonos del mal con el sacramento de la Reconciliación, a fin de que nadie se pierda, sino que todos puedan convertirse» (21.03.2010).
Estos últimos días de la cuaresma, acá en Costa Rica, se caracterizan por las liturgias penitenciales que se organizan en las parroquias. Que todos podamos, como Pablo, reconocer que no somos perfectos y que necesitamos la gracia y la misericordia de Dios, para que acercándonos al sacramento del perdón y experimentando ese torrente de gracia que borra lo antiguo y hace nuevas todas las cosas, celebremos, renovados y con mucho gozo las fiestas pascuales que ya están cerca.