Mons. Daniel Blanco, III Domingo de Cuaresma
El Salmo 102, que la liturgia de este III Domingo de Cuaresma nos propone, proclama que El Señor es compasivo y misericordioso, una sentencia de la Sagrada Escritura que indica el modo de ser Dios y que resume toda la Liturgia de la Palabra de este Domingo.
En el camino cuaresmal, que hemos estado realizando por más de dos semanas, la palabra de Dios ha sido insistente en recordarnos la necesidad de conversión, es decir, la necesidad de reconocer con humildad nuestras limitaciones y pecados y volver el corazón a Dios, pidiendo su gracia y su fuerza para cambiar.
Este llamado a la conversión, también lo escuchamos este domingo. San Pablo en su carta a los corintios, recordando los pecados del pueblo de Israel durante el éxodo, animaba a la incipiente comunidad cristiana de Corinto, a ser constantes en la conversión, para no dar la espalda al Señor como lo hicieron los antepasados.
También, en el mismo evangelio de este domingo, se presenta a Jesús recordando que todos somos pecadores y que debemos convertirnos. Ante la muerte violenta de algunas personas (muerte considerada en la época como fruto de sus pecados), Jesús advierte que éstos, no perdieron su vida por ser más pecadores que los demás, sino que, aquella situación recuerda que todos debemos ser conscientes de nuestros pecados y buscar la conversión.
Pero al mismo tiempo, con la narración de la parábola de la higuera que no da fruto, Jesús recuerda la compasión y la misericordia de Dios. La figura de la higuera, que en la Sagrada Escritura era signo del pueblo de Israel infiel, es utilizada por Jesús, para recordar que el Señor, más que ver el pecado del ser humano, se comporta como padre amoroso, siendo paciente y esperando la conversión de sus hijos una y otra vez.
También el libro del Éxodo, en la primera lectura, relata el momento culmen de la vocación de Moisés, cuando en la zarza que ardía y no se consumía, Dios se revela como aquel que ve la opresión de su pueblo, oye sus lamentos y conoce sus sufrimientos, es decir, es un Dios que no es lejano o indiferente, al contrario, está pendiente del sufrimiento de su pueblo y llama a Moisés, para que, en su nombre, libere a Israel de la opresión en Egipto.
Asimismo, el dar a conocer su nombre: YHWH, yo soy el que soy; manifiesta la trascendencia de este Dios que, verdaderamente es eterno, pero a la vez es cercano, porque siempre ha estado, está y estará al lado de su pueblo.
Por tanto, el camino cuaresmal, que siempre nos hace recordar nuestra condición de pecadores, para que busquemos la conversión; hoy también quiere confortarnos, recordándonos que incluso en medio de nuestra limitación y pecado, Dios continuamente viene a nuestro encuentro, escuchando nuestras angustias, manifestando su compasión y su misericordia, perdonando nuestros pecados, siendo paciente y regalándonos su gracia, para que como hemos rezado en la oración colecta aun cuando nos agobia la propia conciencia, nos reconforte siempre la misericordia de Dios.
Nos recordaba el papa Francisco en el año de la misericordia «Jesús tiene una paciencia invencible. ¿Han pensado en la paciencia de Dios? ¿Han pensado también en su obstinada preocupación por los pecadores? ¡Cómo es que aún vivimos con impaciencia en relación a nosotros mismos! Nunca es demasiado tarde para convertirse, ¡nunca! Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera [?] Cuántas veces ?nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el cielo?, cuántas veces nosotros estamos ahí, ahí? [a punto de caer] y el Señor nos salva: nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y ésta es su misericordia. Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos hoy» (07.03.2010).