Mons. Daniel Blanco, VIII Domingo del Tiempo Ordinario
Los últimos domingos, hemos venido escuchando el sermón de la llanura, en el cual Jesús ha manifestado que son dichosos aquellos que, con humildad, reconocen su pobreza y ponen su vida en las manos del Señor.
Este modo de ser del creyente, se debe ver manifiesto en gestos concretos, como la actitud de amar incluso al enemigo, tal y como se nos recordaba el domingo anterior.
Asimismo, este domingo, en la continuación de este discurso, Jesús da instrucciones sobre otras acciones concretas que ayudan a manifestar que una persona ha optado por Cristo, que Dios es su todo, que es una persona dichosa, usando las mismas palabras con la que Jesús iniciaba este discurso, porque la vida del bienaventurado se debe notar en la vivencia cotidiana.
Jesús indica que el discípulo debe conocerse por sus frutos, es decir que las acciones del discípulo deben ser coherentes con su nombre de cristiano porque un árbol bueno dará frutos buenos y un árbol enfermo dará frutos malos.
Ya en el libro del eclesiástico, el sabio de Antiguo Testamento, que busca guiar al creyente a vivir según la voluntad de Dios y cumpliendo sus mandamientos ha indicado algo similar, en la primera lectura, al afirmar que por sus palabras se conoce al hombre, es decir que la verdadera sabiduría de una persona es vivir adherido a la voluntad de Dios y que sus palabras y acciones manifiesten esa vivencia de la fe.
Según estas consideraciones, tanto las del libro del eclesiástico como las de Cristo en el evangelio, nos debemos preguntar: ¿cuáles deben ser esos frutos, según la enseñanza de Jesús? El mismo evangelio nos da la respuesta:
· Primeramente Jesús indica, que un ciego no puede guiar a otro ciego. Jesús hace un llamado, especialmente a quienes tienen la responsabilidad de guiar a otros (padres de familia, pastores, maestros, autoridades públicas), a asumir con seriedad esta misión, dejándose guiar por el Señor para que tanto el que guía como el que es guiado sean conducidos a la meta del encuentro con el Padre del cielo.
· Segundo, Jesús nos exhorta a no juzgar, porque nadie tiene la autoridad de señalar los errores del otro, ya que todos somos limitados y pecadores. Nos dice el papa Francisco al respecto «es más fácil o más cómodo percibir y condenar los defectos y los pecados de los demás, sin darnos cuenta de los nuestros con la misma claridad [?] debemos ser conscientes de ello y, antes de condenar a los otros, mirar dentro de nosotros mismos. Así, podemos actuar de manera creíble, con humildad, dando testimonio de la caridad» (03.03.2019).
· Y por último nos dice Jesús una máxima que deja al descubierto una realidad de toda persona humana: «de la abundancia del corazón habla la boca». El Señor nos quiere recordar que tanto las palabras como las acciones manifiestan nuestro ser cristianos, por tanto, así como estamos llamados a ayudar a guiar hacia Dios al hermano, a amar al enemigo y a no juzgar a nadie, también debemos procurar tener un corazón limpio, que se vea reflejado en las palabras que pronuncia la boca, porque quien tiene un corazón puro no critica destructivamente, no miente buscando beneficiarse a sí mismo y dañar al hermano, no usa palabras despectivas para ensuciar la fama del prójimo.
Pidamos a Dios la gracia de vivir de esta manera nuestra fe, dando buenos frutos con palabras y con acciones, y así, como nos ha dicho Pablo en la segunda lectura, después de permanecer constantes trabajando con fervor en la obra de Cristo, recibamos la recompensa de participar de la misma victoria de Jesucristo, victoria sobre la muerte y el pecado que nos introduce en la vida gloriosa del cielo.