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Obispo Auxiliar

El sermón de la llanura

Mons. Daniel Blanco, VI Domingo del Tiempo Ordinario


Este domingo VI del Tiempo Ordinario, hemos iniciado la lectura del discurso de Cristo, que en el evangelio de San Lucas, se conoce como el sermón de la llanura.

Este discurso inicia con las bienaventuranzas; que en San Lucas son cuatro, acompañadas además de cuatro amonestaciones.

Jesús inicia este discurso diciendo que son dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y los que son perseguidos por el hecho de ser cristianos, porque recibirán el consuelo de Dios y la bienaventuranza eterna.

En contraposición, Jesús amonesta diciendo que ay de aquellos que son ricos, de los que se hartan, de los que ríen y de los que son alabados por todo el mundo, porque han recibido el consuelo aquí en la tierra y no han sido capaces de trabajar por la bienaventuranza futura.

Estas palabras tan fuertes de Jesús podemos comprenderlas a la luz del salmo responsorial propuesto para este domingo y de la lectura del profeta Jeremías.

La respuesta del salmo primero dice: «Dichoso el hombre que confía en el Señor».  Es decir que la bienaventuranza anunciada por Cristo, radica en poner la confianza únicamente en el Señor y no en las cosas de este mundo.

Así lo ha dicho también, con total claridad, el profeta Jeremías: «Maldito el que confía en el hombre y bendito el que confía en el Señor y pone en él su esperanza».

¿Qué es lo que nos quiere recordar la palabra de Dios este domingo?

Jesús, no le está dando categorías morales a la pobreza o la riqueza, pero sí está indicando que para el pobre, el hambriento, el perseguido y el triste; debido a su condición de vulnerabilidad y de abandono, le es más fácil poner su vida en las manos de Dios, porque no tiene nada a qué atarse en este mundo y por tanto Dios toma el lugar que le corresponde, es decir Dios es el TODO de aquellos que más están sufriendo.

Diferente, podría suceder con los que, materialmente hablando, tienen todo en este mundo.  Su vida, su felicidad, su confianza y su esperanza están puestas en bienes o personas, que al final de cuentas son pasajeros e imperfectos, pero que empiezan a ocupar el lugar de Dios, hasta que fácilmente lo destronan del todo.

¡Cuánto sufrimiento se vive, cuando estos bienes o estas personas faltan!, como nos ha dicho el profeta:  la vida se torna árida como el desierto, como un cardo en la estepa.

Insisto, Jesús no está dando categorías morales a la riqueza o a los bienes materiales, pero sí quiere enseñarnos que éstos deben ocupar el lugar que les corresponde y que nunca pueden ocupar el puesto que sólo puede tener Dios, ya que la verdadera felicidad, la felicidad plena, esa que constantemente busca el ser humano, la felicidad que es para siempre y no para un momento, sólo se encuentra en Cristo; ningún bien material, ninguna riqueza de este mundo dará esa felicidad verdadera.

Así nos lo recordaba el papa Francisco: «La página del Evangelio de hoy nos invita, pues, a reflexionar sobre el profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor. Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y sin embargo tan difícil de alcanzar» (19.02.2019).

Esa felicidad auténtica es la que Pablo nos ha recordado en la segunda lectura de este domingo:  Nuestra esperanza no se reduce a las cosas de esta vida, porque seríamos los hombres más infelices del mundo.  Cristo ha resucitado y nosotros vamos a resucitar con Él, por esto es que somos realmente bienaventurados y es por esta dicha por la que debemos luchar.

Por eso pidamos al Señor, como lo hemos hecho en la oración colecta, que su gracia, nos haga rectos y sinceros corazón para que Dios habite en nosotros y que Él sea nuestro TODO y que nunca lo despojemos del lugar que sólo Él debe ocupar.