Mons. Daniel Blanco, V Domingo del Tiempo Ordinario
La palabra de Dios proclamada los domingos anteriores, ha ido marcando el itinerario del ministerio público de Cristo, indicando que Jesús es el Mesías anunciado y esperado desde antiguo. Él, con su predicación anuncia la llegada del Reino y con sus gestos manifiesta la cercanía y la misericordia de Dios con la humanidad, misericordia que llegará a su plenitud con el acontecimiento pascual que trae la salvación para todo el género humano.
Este domingo, la palabra de Dios, nos muestra otro elemento que marca el inicio del ministerio público de Jesús y que caracteriza el modo con el cual el Señor actúa en favor de la humanidad: Dios cuenta con la colaboración del ser humano para llevar adelante su plan de salvación.
La primera lectura nos narra la vocación de Isaías. En medio de una manifestación de la santidad de Dios, que desde el templo de Jerusalén inunda toda la tierra de su gloria, Isaías se reconoce impuro y pequeño para asumir la misión de profeta. Pero es Dios mismo, con el gesto de enviar a uno de sus serafines a tocar con una de las brasas del altar los labios de Isaías, quien lo purifica, lo perdona y lo prepara para asumir su misión de profeta. Esta experiencia hace que Isaías se sienta apto (Dios mismo lo ha capacitado) y por tanto puede responder: «Aquí estoy, Señor envíame».
El texto del evangelio presenta a Jesús de nuevo en Cafarnaún, a la orilla del lago, ante una gran multitud que escucha su predicación. El evangelista indica que en ese mismo momento están los pescadores haciendo su trabajo y Jesús usa la barca de Simón para poder predicar desde ahí.
Estos humildes pescadores de Galilea, tienen su primer encuentro con Jesús, en medio de su trabajo. Es ahí, cuando están lavando las redes después de una noche en la que no lograron pescar nada, cuando Jesús los llama a remar mar adentro y a echar nuevamente las redes.
Los expertos pescadores, sabían que no tenía sentido volver al mar; si no habían pescado nada durante la noche, menos lo harían a la luz del día, con una multitud de personas alrededor del lago. Pero Simón, que ha reconocido a Jesús como un maestro y lo obedece diciendo: «confiado en tu palabra, echaré las redes», y se da la pesca milagrosa.
Ante este milagro, Simón ya no llama maestro a Jesús, sino que lo llama Señor, lo identifica como Dios y como Mesías y por tanto se aparta y se confiesa pecador; y dice Lucas que lo mismo pasaba con Santiago y Juan.
Pero Jesús no ve la situación humilde ni pecadora de estos hombres, ve el corazón y la fe que han tenido al volver mar adentro a echar las redes y por esto los llama y los capacita, haciéndolos pescadores de hombres. La respuesta de Pedro, Santiago y Juan será radical: dejándolo todo, lo siguieron.
San Pablo, en la segunda lectura, también relata su vocación. Cristo resucitado, que después de aparecerse a todos los apóstoles y a la primera comunidad cristiana, se apareció también a él, y reconoce que este encuentro con el Señor cambió su vida y lo transformó de perseguidor de la Iglesia en apóstol de Cristo.
La palabra de Dios de este domingo, nos recuerda a todos que Dios cuenta con nosotros para que colaboremos en su plan de salvación. Cuenta con nosotros para que anunciemos su Palabra y la verdad de su resurrección, para que manifestemos su misericordia con los que sufren y para que trabajemos en la construcción de su Reino. Todo esto haciéndolo desde las diferentes vocaciones a las que el Señor llama a los bautizados y con la seguridad de que Dios nos ha capacitado para hacerlo.
El papa emérito, al respecto nos recordaba «El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva» (10.02.2013).
Respondamos con generosidad al Señor, que nos ha querido asociar a su obra salvadora y que podamos decir como Pablo por gracia de Dios, soy lo que soy y su gracia no ha sido estéril en mí, porque hemos puesto nuestra vida, desde nuestra vocación bautismal, al servicio de Dios y de los hermanos, colaborando con el Señor en su plan de salvación.