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¿Vale la pena ser sacerdote hoy?

Seminarista Ernesto Mora Prado

"Los últimos años han traído consigo en el tema del sacerdote un muro enorme de lamentaciones, contra el que se golpean la cabeza hasta hacerse sangre muchos sacerdotes y obispos que se sienten desamparados y laicos que se hallan perplejos"[1], es lo que teólogos como el Dr. Gisbert Greshake[2] afirman. 

Hoy en día podríamos caer en un sincretismo religioso y despreciar el don maravillo que Dios ha puesto para eternizar su obra de amor, que es el sacerdote. Se piensa que el sacerdote está limitado en su cien por ciento por su condición humana, y es verdad, pero el sacerdote es transformado y asistido cien por ciento por el Espíritu Santo que le llama cada día a entregarse. El sacerdote de hoy lleva consigo una manifestación de crisis profunda al lado de una sociedad líquida[3], caracterizada por no mantener un rumbo determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho tiempo la misma forma, es cambiante fácilmente, es maleable en su estructura más profunda. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre, llena de miedos, inestable e incluso depresiva. Así es como existe una enorme y crucial preocupación por "no perder el tren de las actualizaciones". 

Mirando desde esa perspectiva, da la impresión con respecto a la falta de jóvenes sacerdotes y seminaristas que, a muchos jóvenes, hoy les falta disposición para ofrecerse en este ministerio. Surge la pregunta ¿será realmente esa la crisis vocacional actual? ¿Cuál es la motivación de un joven para responder o no a la llamada del Señor al sacerdocio? ¿será que en medio de todo el caos actual vale la pena ser sacerdote? ¿se puede ser realmente feliz y fiel en el proceso de configuración? ¿Qué ven los jóvenes realmente en el sacerdote aquí y ahora? 

Hasta hoy es evidente una crisis sacerdotal pero no es debido a que el mundo no lo legitima, tampoco es debido a que a veces pareciera inútil la eficacia de su labor pastoral de entrega diaria, tampoco es debido a que hallan dificultades pastorales y confusión con respecto a su función o papel en medio del pueblo, la crisis gira en torno a algo más profundo que tiene como punto final de un sacerdote débil y frustrado, infeliz e inconsciente del don que Dios lo confió, y todo influenciado por débil y frustrada humanidad, por unas sociedad liquida. Entonces la crisis actual del mundo y del sacerdote es una crisis de identidad para no pocos sacerdotes y muchos laicos.

El sacerdote es un hombre maduro, consciente y alegre en la vivencia de su identidad sacerdotal, un hombre que lucha a diario por vivir su celibato, un hombre de oración, siendo la Eucaristía manantial y cumbre. Un hombre que vive la íntima fraternidad sacramental del presbiterio unido en y con el Obispo. Que se actualiza intelectualmente constantemente, que trabaja junto con los demás presbíteros en la planificación pastoral. Al estilo del Buen Pastor, un hombre que conoce a su pueblo y está cercano a él. Ante el tema de la crisis de identidad hay que recuperar la fuente sacerdotal de Cristo, es con él y gracias a su ministerio eterno sacerdotal que adquiere sentido y rigor el sacerdocio ministerial en la Iglesia[4].

Hoy yo quiero decirle a todos los jóvenes de Costa Rica que ¡Sí vale la pena ser sacerdote en medio de una sociedad líquida!, ¡Sí vale la pena seguir predicando su buena noticia de salvación!, ¡Sí vale pena saber que gracias al Sacerdote, Cristo [sumo Pastor, Esposo, Víctima y Cabeza] se hace presente en el sacerdocio ministerial de la Iglesia! ¡Sí hay sacerdotes que son plenamente felices! ¡Sí hay sacerdotes que luchan por los pobres y descartados de la sociedad líquida! ¡Sí hay sacerdotes que oran y hay sacerdotes que viven cada día en la entrega como si fuera el primer, ultimo y único día de sus vidas! Ser sacerdote es ser testigo del Amor, un Amor que no se cansa de llamarte y de buscarte. ¡Sí vale la pena, vale la vida!



[1] Gisbert Greshake, El Sacerdote hoy, Salamanca, 2006

[2] Teólogo católico y profesor de dogmática, estudió filosofía, teología y música sacra de 1954 a 1961 en la Universidad de Münster y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, ordenado sacerdote en 1960 y obtiene su doctorado algunos años después asistiendo al teólogo Walter Kasper. Sus investigaciones y enseñanzas teológicas se centran en la escatología, la gracia, la espiritualidad y la teología eclesiástica.

[3] Ziygmunt Bauman

[4] CECOR, ?El Sacerdote que queremos II?, 2009, p18