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Obispo Auxiliar

Nadie es profeta en su propia tierra

(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez, IV Domingo del Tiempo Ordinario


Hace quince días, cuando iniciábamos los domingos del tiempo ordinario, se nos presentaba el episodio de las bodas de Caná, como el momento con el que daba inicio el ministerio público de Jesús.  Ese domingo se nos recordaba que la Hora de Jesús es el acontecimiento pascual, es decir, el momento de la cruz y de la resurrección que trae salvación para la humanidad.

Por tanto, se nos recordada que todo el camino realizado por Jesús, todo su ministerio público es un peregrinar hacia el calvario y que toda su predicación y todas sus acciones tienden hacia el momento de la cruz.

Esto, Jesús lo ha querido dejar claro cuando explica el pasaje de Isaías en la sinagoga de Nazaret, porque al decir que hoy esta palabra se ha cumplido y que las profecías se están realizando en él, está diciendo, no sólo, que él es el Mesías anunciado y esperado, sino también que él tendrá que asumir la suerte de los profetas.

El pasaje del profeta Jeremías en la primera lectura, señala que el camino de los profetas, no es el camino de triunfo o de grandeza de uno que hace muchos milagros, sino que es un camino en el que se anuncia la palabra de Dios.  Una palabra que incluso puede incomodar y que puede ocasionar persecución.

Jeremías es llamado desde el seno de su madre y fue constituido profeta para anunciar conversión a un pueblo que se había olvidado de Dios y de la alianza y que no cumplía con los mandamientos.  Este mensaje no va a gustar a muchos, incomodará al pueblo y provocará la persecución y el dolor del profeta.

Esto mismo es lo que sucede con Cristo, como lo escuchábamos en el evangelio:  aquellos que se alegraron ante el mensaje en la sinagoga de Nazaret, cuando se les deja claro que la misión de Cristo es el profetismo, el anuncio de la palabra, la cercanía a los oprimidos, a los pobres y a los enfermos y no la realización de signos milagrosos en medio de aquel pueblo incrédulo, serán los mismos que lo llevarán a las afueras para intentar acabar con su vida, porque nadie es profeta en su propia tierra.

El cumplimiento de la profecía de Isaías en la persona de Cristo, hace referencia a que Jesús, profeta por excelencia, actúa en medio de su pueblo del mismo modo que los profetas del antiguo testamento, el mismo Jesús pone de ejemplo a Elías y Eliseo que no hicieron grandes signos en medio del pueblo elegido, sino que aquellos que recibieron milagros por parte de la acción de Dios por medio de los profetas, fueron personas provenientes de pueblos paganos:  Namán el cirio, es sanado de lepra y la viuda de Sarepta recibe el milagro de la multiplicación de la harina y el aceite.

El programa presentado por Cristo en Nazaret, es decir la predicación, la cercanía a los pobres, a los enfermos y a los oprimidos, vuelve a indicar que su misión es la salvación de la humanidad, que su Hora es el acontecimiento de la cruz que trae salvación para la humanidad y no signos que van a descalificar la acción divina que más que milagros busca la conversión y la salvación del ser humano.

Eso debe ser, también, lo que marque el camino del cristiano, que como nos recuerda el concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium 12, es llamado a ser profeta en medio del mundo de hoy; y ser profeta significa anunciar la buena nueva como lo hizo Cristo, es decir siendo cercanos a aquel que sufre, al oprimido, al enfermo y al pobre.

Ser profeta nunca será buscar sobresalir o querer estar por encima de los demás.  El profetismo de los bautizados es llevar, como Cristo, una vida de entrega a Dios, traducida en servicio, generosidad, amor y misericordia a los hermanos.  Eso es lo que pedimos en este domingo en la oración colecta:  que podamos siempre adorar a Dios y amar a los hermanos.

Este es el camino que nos permite construir sociedades más justas y solidarias, sociedades que buscan el bien común.  Este domingo estamos pidiendo a Dios que nos ayude a construir este tipo de sociedad en nuestro país, que se prepara para una jornada electoral.  Para que todos, electores y elegidos, ejerciendo nuestro profetismo, pongamos nuestro grano de arena y así construyamos una sociedad más solidaria y cada vez más semejante al Reino de justicia, de amor y de paz predicado e instaurado por Jesucristo.