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Obispo Auxiliar

Fiesta del Bautismo del Señor

Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar


De manera pedagógica el Año Litúrgico ubica la Fiesta del Bautismo del Señor que celebramos este domingo, como el enlace entre el Tiempo de Navidad que hoy finaliza y el inicio del Tiempo Ordinario.

Concluir las celebraciones navideñas, con la fiesta del Bautismo del Señor, hecho que marca el inicio de la vida pública de Cristo, nos hace recordar que el acontecimiento del nacimiento del Salvador nunca puede separarse del acontecimiento pascual; el niño nacido en Belén, es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el mismo que predicó, el mismo que hizo milagros, el mismo que murió en una cruz, el mismo que resucitó y ascendió al cielo para hacer partícipe a cada miembro de la familia humana de la heredad de su gloria.

Ver, en este último día de la Navidad, a Jesús adulto, recibiendo el bautismo en el Jordán de manos de Juan, nos ayuda entonces a comprender este misterio profundo del Dios que se hace hombre para salvarnos.

La Palabra de Dios proclamada, nos ayuda a adentrarnos en este misterio.  La profecía de Isaías anuncia el consuelo para el sufrido pueblo de Israel que está en el exilio, consuelo que se fundamenta en que el Señor llega lleno de poder, un poder manifestado en el cuidado y la cercanía de un pastor que lleva en brazos a los corderos recién nacidos y cuida a las ovejas que acaban de dar a luz.  Una cercanía que claramente vemos reflejada en Cristo, Dios con nosotros, que asume nuestra condición humana, para ser el Buen Pastor que protege y da la vida por nosotros.

Esto lo ha dicho también San Pablo en la segunda lectura, al recordar, en su carta a Tito, que Cristo se entregó para redimirnos, purificarnos y convertirnos en su pueblo.  Lo ha hecho con su muerte y resurrección y uniéndonos a Él por medio del bautismo que por la acción del Espíritu Santo nosregenera, nos renueva, nos justifica y nos hace herederos de la vida eterna.

Es precisamente éste, el bautismo que Juan el Bautista anuncia, al afirmar que él no es el Mesías, que él bautiza con agua, pero que el verdadero Mesías vendrá a bautizar con Espíritu Santo y fuego y como dice San Gregorio Nacianzo en el Oficio de Lectura de este día:  él ha bajado al Jordán para santificarlo y así iniciarnos a nosotros, por el Espíritu Santo y el agua en los sagrados misterios.

Este año en particular, la fiesta del Bautismo del Señor, nos hace reflexionar sobre nuestro propio bautismo, recordándonos dos elementos fundamentales: que el bautismo nos hace nuevas creaturas y que el bautismo que nos compromete a ser testigos de Cristo.

El bautismo que, con el Espíritu Santo y fuego, anuncia Juan en el evangelio, es el sello indeleble con el cual es marcado el ser humano y por el cual es liberado de la mancha del pecado original, es configurado con Cristo y por tanto es transformado en hijo, en miembro de la Iglesia y en heredero de la vida eterna (Cfr. CEC 1213).

Por tanto, por el bautismo, verdaderamente, somos transformados en nuevas creaturas y somos configurados con Cristo, para morir con Él y resucitar con Él, viviendo en este mundo peregrino de manera sobria, justa y fiel a Dios, como nos ha dicho la segunda lectura.

Nos enseña el papa Francisco «Tal estupenda realidad de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús, el Siervo obediente, y reproducir en nosotros mismos sus rasgos, es decir:  mansedumbre, humildad y ternura. Sin embargo, esto no es fácil.  ¡Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible! El Espíritu Santo, recibido por primera vez el día de nuestro Bautismo, nos abre el corazón a la Verdad, a toda la Verdad. El Espíritu empuja nuestra vida hacia el camino laborioso pero feliz de la caridad y de la solidaridad hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre» (Angelus 10.01.2016).

Este es precisamente el segundo elemento que se nos recuerda en esta fiesta:  el compromiso de imitar a Cristo y de ser su testigo, esto lo haremos actuando como Él, conscientes de que es posible hacerlo sólo con la fuerza del Espíritu Santo, el mismo que en el Jordán anunció el inicio del ministerio público de Cristo y que en nuestro bautismo nos impulsa a vivir según sus enseñanzas.

Renovemos nuestros compromisos bautismales, abriendo nuestro corazón a la acción Espíritu Santo que en los sacramentos nos ha ungido y nos ha fortalecido para ser testigos del evangelio.