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Obispo Auxiliar

Jesús, nuestro Rey-Mesías-Pastor

(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez, IV Domingo de Adviento


Llegamos al último domingo del Adviento y toda la celebración litúrgica de este día nos prepara para la conmemoración de la Navidad que ya está muy próxima.

La liturgia de la palabra presenta el nacimiento del Mesías como el cumplimiento de todas las promesas del Antiguo Testamento; es decir, que el niño que nace en Belén es el nuevo David que viene a reinar como Buen Pastor, dando salvación a todo el género humano.

Este es el anuncio que ha proclamado el profeta Miqueas.  Ante la incapacidad de los descendientes de David para gobernar el pueblo elegido según las enseñanzas de Dios, se anuncia la llegada de un verdadero sucesor de David, nacido no en una gran ciudad, sino en la pequeña Belén, de donde fue sacado David de su trabajo de pastor para ser ungido como Rey.  Por tanto, este jefe de Israel, está llamado a ser pastor de su pueblo, como lo fue David, y reinará con las prerrogativas mesiánicas, es decir llevando unidad, paz y concordia a Israel.

El nuevo testamento señala con toda claridad que esta profecía de Miqueas se cumple únicamente con el nacimiento de Jesucristo, ya que ningún descendiente de David, ni provino de Belén, ni logró consolidar ni la unidad ni la paz en Israel.

Jesucristo es, por tanto, el Rey-Mesías que como Buen Pastor cuida, apacienta y protege a su pueblo.  Lo hace asumiendo nuestra misma condición humana en las entrañas de María y entregándose como víctima agradable al Padre en el sacrificio de su misma vida con el cual nos ha salvado y nos ha santificado como lo ha explicado el autor de la carta a los Hebreos en la segunda lectura.

Esta acción, que manifiesta el mesianismo de Cristo en las actitudes del pastor que apacienta y protege a su pueblo, lo vemos reflejado incluso estando Jesús aún en las entrañas de su madre.  El evangelio presenta a María que presurosa sale a casa de Isabel, la Virgen es portadora de Dios, y aquel que está en su vientre actúa de inmediato, haciendo que Isabel quede llena del Espíritu Santo y que el Bautista, también en el seno de su madre, salte de gozo al encontrarse con su Señor y Salvador.

Toda la escena de la visitación muestra la acción de Dios que entra en la historia para cumplir todas las promesas anunciadas en el Antiguo Testamento.  El Mesías esperado transforma la vida de María y de aquellos con los que ella se encuentra, llenándose de júbilo porque la salvación ha llegado para toda la humanidad.

Nos enseña el papa emérito «Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado.  La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad.  El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera:  Dios está a punto de visitar a su pueblo» (Angelus, 16.12.2012).

También, esta escena muestra el modo cómo los cristianos nos preparamos para la conmemoración del nacimiento de nuestro salvador, porque el gozo que experimentan los protagonistas del evangelio ante el cumplimiento de las promesas no se limita a un sentimiento de alegría, sino que los mueve al encuentro, al amor y a la alabanza.

María, al conocer por boca del ángel la situación de Isabel, sale presurosa a su encuentro como portadora de Dios, como ya se dijo anteriormente, pero también para ayudar desinteresadamente a quien por su edad avanzada y sus seis meses de embarazo necesitaría su colaboración.

Este encuentro, motivado por el amor al prójimo y la vivencia de la caridad, culmina con la alabanza a Dios por las maravillas que realiza en la historia y cómo en el cumplimiento de las promesas, la historia de todo el género humano es transformada, por el Mesías que toma carne en el vientre de María, en Historia de Salvación.

Por tanto, nuestra preparación para la próxima conmemoración del nacimiento del Mesías, también debe llevarnos a vivir estas mismas acciones, es decir el encuentro con el hermano, la vivencia del amor y de la caridad y la alabanza por la acción salvífica de Dios en nuestra vida y en la historia de la humanidad.

Estamos llamados, entonces, a centrar nuestras próximas celebraciones en Jesús, nuestro Rey-Mesías-Pastor y a imitar a María, que en su espera del Salvador, salió al encuentro de quien la necesitaba, siendo portadora de alegría y de caridad, y uniéndose con quienes se encontró en la alabanza a Dios por su acción salvífica en favor de la humanidad.