(VIDEO) Monseñor José Rafael Quirós Quirós , Arzobispo Metropolitano
El pasado 8 de diciembre, celebramos la clausura del Año de San José convocado por el Santo Padre, con motivo del 150 aniversario de su proclamación como Patrono de la Iglesia Universal. Ha sido un año que nos ha permitido mirar de cerca a este fiel Custodio de Jesús y de María. José ha sido ese referente aspiracional en el que cada creyente, siguiendo su ejemplo, ha podido fortalecer su vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios.
Como una gracia especial del Señor, en este contexto de alegría y fe, siete jóvenes diáconos: Nelson Antonio Caballero Mejía, Joel Levi Ortíz, Ignacio Martín Mora Monge, Pablo Daniel Morales Corrales, Mariano José Sánchez Bontempo, Yogel Narciso Sánchez Ladera y José Joaquín Solano Ramírez fueron consagrados presbíteros. Agradecidos por el don de Dios, un don que se lleva en «vasijas de barro» y que, una y otra vez, a pesar de nuestra debilidad humana, hace visible su amor en el mundo, han dicho sí al llamado que el Señor les ha hecho: «Carguen con mi yugo y aprenda de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
Por esta feliz coincidencia, estos nuevos sacerdotes tendrán, en adelante, a San José como maestro de vida espiritual y de discernimiento, y quién más apto para indicar el camino a seguir que aquel que "superada toda rebelión y dejando a un lado sus legítimos planes personales, amó y acogió a María y a Jesús, una esposa y un hijo muy diferentes de la visión de la vida familiar que él podía desear, pero por ello tanto más apreciados y amados por él". (En otras palabras), " José no buscó explicaciones para la sorprendente y misteriosa realidad a la que se enfrentaba, sino que la acogió con fe, amándola tal como era."[1]
Como San José, todo sacerdote es un padre que custodia con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, el rebaño que se le ha encomendado, y que sabe no le pertenece. Su mirada ha de estar fija en Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio. Un sacerdote que se inspira en la paternidad de San José, entiende que custodiar significa amar con ternura a quienes le han sido confiados, pensar ante todo en su bien y en su felicidad, con discreción y perseverante generosidad.
Se trata de una actitud interior que lleva a no perder nunca de vista a los demás, manteniendo siempre un corazón vigilante, atento y orante, como el del pastor que nunca abandona a su rebaño: "Un sacerdote está llamado a esto ( ... ) es decir, a ser un custodio atento y listo para cambiar, según lo que la situación requiera; a no ser "monolítico", rígido y como enyesado en un modo de ejercer el ministerio que quizás sea bueno en sí mismo, pero que no es capaz de captar los cambios y las necesidades de la comunidad."[2]
Cuando un pastor ama y conoce a su rebaño, "sabe hacerse el servidor de todos", recuerda el Papa Francisco; no se pone a sí mismo y a sus propias ideas en el centro, sino el bien de aquellos a los que está llamado a custodiar, evitando las tentaciones opuestas de la dominación y la despreocupación.
Por ello, es indispensable recordar que el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de hombres con sus limitaciones para estar, a través de ellos, presente entre los hombres y actuar en su favor y esa presencia debe poner de manifiesto, ante todo, el amor de Cristo, Buen Pastor, por sus ovejas: "Como sacerdotes, queremos ser personas que, en comunión con su amor por los hombres, cuidemos de ellos, les hagamos experimentar en lo concreto esta atención de Dios".[3]
Pido al Señor que estos jóvenes sacerdotes, a imitación de San José, ofrezcan su vida a Dios como instrumento para la realización de un plan más grande, en un servicio prestado en la humildad, un servicio generoso e incansable, hasta el silencioso final de su propia vida.