(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez, II Domingo de Adviento
Continuamos el camino del tiempo del adviento con el mismo llamado que se nos hizo el domingo anterior: Estar preparados, ya que no sabemos el día ni la hora en que el Señor va a regresar.
La palabra de Dios de este segundo domingo del adviento, busca puntualizar qué significa estar preparados y qué acciones debemos realizar para que nuestra vida manifieste esa preparación constante mientras esperamos la segunda venida de Cristo.
El hermoso cántico de Baruc hace una invitación al pueblo elegido a cambiar el traje de luto en traje de fiesta y a ponerse en camino hacia la libertad de la tierra prometida después del tiempo del destierro, manifestando que la época dolorosa que significó el exilio en Babilonia ha concluido y que en el tiempo de Dios el mal nunca tiene la última palabra, porque, como ha recordado el oráculo de Isaías citado en el evangelio, «todos verán la salvación de Dios».
De este modo se nos recuerda, en primer lugar, que el creyente debe vivir la esperanza anunciando constantemente, con gozo y total seguridad, que ningún signo de dolor o sufrimiento tendrá su última palabra en la vida de la humanidad sino que el Señor mismo nos protege y nos acompaña siempre en nuestro caminar por este mundo, llevándonos hacia «la alegría de su gloria, su luz y su misericordia», como lo ha prometido en esta primera lectura.
Asimismo San Pablo, en la segunda lectura, anima a los filipenses a vivir la auténtica esperanza cristiana, porque esta comunidad anhela con ansias la segunda venida del Señor y por esto los exhorta a crecer en el amor para que en el día de Cristo lleguen, limpios, irreprochables y cargados de frutos de justicia. Por tanto la esperanza cristiana implica crecer en el amor y la misericordia mientras peregrinamos en este mundo, teniendo la convicción de que el Reino se construye desde el ahora de la historia y se perfeccionará con la gloriosa venida de Cristo.
Esta certeza de que Dios transforma la historia humana con la instauración de su Reino la tiene clara San Lucas, al contextualizar con rigor histórico el momento en que se inicia la predicación del Bautista, precisamente porque Dios transforma la historia humana en Historia de Salvación, verdad que nos permite vivir la esperanza cristiana, porque esta historia, con sus limitaciones y dolores, llegará a la plenitud y la perfección cuando al final de los tiempos todo sea instaurado en Cristo.
Por tanto, este domingo, la palabra de Dios nos indica que estar preparados significa vivir la esperanza, tal y como lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir como esa «virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (CEC 1817).
Es decir, la esperanza cristiana es aspirar al Reino con confianza plena de que las promesas de Cristo serán cumplidas, eso llena de gozo nuestro corazón, por lo que la esperanza nos hace vivir, en las distintas circunstancias de esta vida peregrina, con la alegría que da la certeza de que nuestra meta es el encuentro con la gloria de Dios.
Pero esa esperanza, nos decía el Catecismo, no se vive con las propias fuerzas, sino impulsados por la fuerza del Espíritu Santo y el Espíritu no nos permite quedarnos inertes esperando que las cosas sucedan, sino que el Espíritu anima a la vivencia de todas las enseñanzas de Cristo, es decir nos mueve a vivir el amor, la misericordia, la compasión, la justicia, la solidaridad, el perdón y la paz.
Por tanto, este domingo, se nos está llamando a prepararnos a la venida del Señor viviendo la esperanza cristiana, es decir actuando siempre impulsados por el Espíritu y por tanto contribuyendo en la transformación de la historia, allanando los senderos e igualando lo escabroso, es decir viviendo las enseñanzas de Cristo -que se compilan en el mandamiento del amor- las cuales expanden su reino mientras peregrinamos en este mundo y que preparan nuestro corazón para cuando llegue el momento de encontrarnos con Él en la plenitud de su Gloria.