Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José
Iniciamos el camino de un nuevo año litúrgico con la celebración de este primer domingo de Adviento.
Este es un tiempo en que nos preparamos, con la oración, con la escucha de la palabra de Dios, con la celebración de los sacramentos y con distintos actos de piedad popular, para la venida del Señor, entendida esta venida en su doble dimensión, la venida en carne, es decir la Navidad y la segunda y definitiva venida al final de los tiempos.
El tiempo del Adviento, por tanto, consta de dos partes, cada una nos prepara para uno de estos acontecimientos.
La primera parte del Adviento, la que estamos iniciando este domingo nos recuerda que Jesús volverá, por tanto nos prepara para la segunda venida del Señor y la segunda parte, que iniciaremos el 17 de diciembre, nos preparará para la primera venida del Señor es decir para la conmemoración de la Navidad.
Por eso estas primeras semanas del Adviento, la palabra de Dios que se proclama, nos está recordando que Jesús va a volver, tal y como lo decimos en el Credo: «creemos que de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin».
También lo decimos en otros momentos de la celebración eucarística, por ejemplo en el Padre Nuestro, cuando pedimos que venga su Reino, o después de la consagración cuando aclamamos ¡ven Señor Jesús!
Por esto, la verdad de nuestra fe cristiana, que nos asegura que Jesús va a volver, nos debe llenar de esperanza, porque es la promesa de una vida perfecta vivida junto a Cristo eternamente.
Esto es lo que la palabra de Dios en este domingo, con el que iniciamos el Adviento, nos ha dicho con toda claridad.
El evangelio de San Lucas nos presenta a Jesús anunciando su regreso. Él se presenta como el Hijo del Hombre que va a venir con poder y majestad.
Su venida será el signo de la liberación, de la vida plena que se ha prometido desde antiguo y que hoy, el Señor por medio el profeta Jeremías ha anunciado. El Hijo del hombre es el vástago de David es el Señor-nuestra-justicia, quien trae salvación para el género humano.
Este anuncio de salvación implica la preparación constante de todo creyente. Jesús invita a estar atentos, ya que aquel día vendrá de repente. Asimismo los indicios que da, no permiten saber el día ni la hora. Desastres naturales y angustia en las gentes ha sido parte de la historia de la humanidad en todas las épocas y los signos en el sol y la luna y los astros que se tambalean es lenguaje apocalíptico que indica que la creación entera se estremece ante el poder de su creador. Por tanto, el llamado del Señor es a estar despiertos y atentos, constantemente preparados para su venida gloriosa.
¿Cómo debe ser esta preparación?
La misma palabra de Dios este domingo nos presenta tres elementos que nos ayudarán a estar preparados:
· La sobriedad de vida, que nos haga centrar nuestra vida en Dios y nos haga alejarnos de todo aquello que nos aparta de Él. Estar siempre preparados implica hacer opción fundamental por Dios, y aún en nuestras limitaciones humanas, hacer de Dios nuestro todo.
· La oración: Jesús nos dice que debemos, estar siempre despiertos, rogando con fuerza a Dios. La oración nos hace reconocer humildemente la necesidad que tenemos de Dios, sólo su fuerza y su gracia nos permitirá peregrinar en este mundo, con la esperanza puesta en su venida gloriosa que nos hará participar de su misma vida divina. Al inicio de la celebración eucarística, se ha bendecido la Corona del Adviento y se ha encendido la primera vela, este signo que utilizaremos para la oración comunitaria y familiar, nos ayudará en esta preparación a la venida del Señor.
· La vivencia del amor mutuo, nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura, será el emblema que nos permitirá presentarnos, santos e irreprensibles, ante Jesús cuando venga acompañado de sus santos.
Estos tres elementos deben ser vividos con toda radicalidad en este tiempo de Adviento y en estos tiempos tan extraordinariamente particulares que hemos vivido durante los últimos veinte meses. La sobriedad de vida, la oración y el amor mutuo, nos permitirán estar cerca del hermano, ser signo de alegría para aquellos que más están sufriendo y ser instrumentos de la esperanza que nos asegura que aunque existen agobios y cruces, nuestra meta es el encuentro con el Señor que vendrá a instaurar un reino glorioso que no tendrá fin.