VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
Este 1° de noviembre celebramos el día de Todos los Santos, solemnidad en la que la Iglesia pone su mirada en aquellos que, recibiendo la herencia eterna prometida por el Señor en el discurso de la montaña (Mt 5, 1-12), se regocijan al contemplar el rostro de Dios. Los santos son modelos a seguir pues inspiran al seguimiento fiel y nos acompañan en el camino de la imitación de Jesús. Su huella marca la vida de la Iglesia y con la solidez de su fe y la contundencia de su amor son antorchas para las presentes y futuras generaciones. Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, «nos une a Cristo, del que proviene, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del pueblo de Dios»[1]
Cabe preguntarnos: ¿Quién está llamado a ser santo? ¿Qué significa ser "santos"? Comúnmente creemos que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos o privilegiados, pero San Pablo, al hablar del gran designio de Dios, afirma que "Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor" (Ef 1, 4).
La santidad, que es la plenitud de la vida cristiana, no consiste en realizar proezas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir su palabra "La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús, como afirma san Pablo: «Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo»[2]
Dicho esto ¿Cómo puedo recorrer hoy el camino de la santidad y responder a esta llamada que el Señor me hace? Más aún ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? Una vida santa no es fruto, principalmente, de nuestras pretensiones o acciones, es Dios quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma. "Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia."[3] Ahora bien, Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que conlleva; pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
En los santos reconocemos como la fuerza del Espíritu Santo actúa en todo tiempo y lugar, pues la santidad no es un episodio superado en la vida de la Iglesia. Hoy, como ayer, muchos hermanos manifiestan, de múltiples modos, la presencia poderosa y transformadora del Resucitado, incluso de la forma más silenciosa pues la santidad no es sino el amor plenamente vivido. ?Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él? (1 Jn 4, 16), el amor a Dios y al prójimo es el sello del verdadero discípulo de Cristo".
A muchos de estos santos nos los topamos todos los días, personas buenas, gente "normal", cuya bondad y testimonio diario es heroico. "Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad".[4]
Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre. Anhelemos la santidad y, ante todo, vivamos sirviendo y amando a los demás, sigamos el ejemplo de nuestro santo Patrono San José, quien respondió al plan de Dios en su vida diaria.