Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José
La liturgia de la palabra de este domingo XXX del tiempo ordinario es una bellísima exhortación a la vivencia de la esperanza y del seguimiento de Cristo, aun en medio de las situaciones difíciles que se puedan experimentar.
La promesa -llena de consuelo- que hace el profeta Jeremías al pueblo en el exilio, anuncia la salvación del resto fiel de Israel, junto a pueblos provenientes desde los confines del mundo.
En medio del sufrimiento, la enfermedad y el llanto, quienes emprendan este nuevo éxodo hacia la tierra prometida, obtendrán el consuelo de Dios que se presenta como un padre lleno de misericordia.
El salmo 125, haciendo memoria de las acciones de Dios a través de la historia, nos ha recordado que El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros. Y lo más grande que Él ha hecho por la humanidad es enviar a su Hijo Único para que nos regalara su salvación.
Los últimos domingos, hemos escuchado en el evangelio de Marcos, que Jesús anuncia que en Jerusalén, hacia donde se está encaminando, asumirá el sufrimiento de la cruz y de la muerte, siendo esta la misión del Mesías, que trae la salvación a la humanidad.
Esta es una misión encomendada a Cristo, por el Padre, quien le otorga la tarea de ser Sumo y Eterno Sacerdote, como lo ha recordado la carta a los hebreos en la segunda lectura. El Mesías asume la naturaleza humana, igual a nosotros en todo menos en el pecado, por eso conoce a la perfección nuestros sufrimientos y, compadecido, se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz para darnos la salvación.
El camino del Mesías, por tanto, pasa por la cruz, por el sufrimiento y por la muerte, pero tiene como meta la resurrección y la gloria eterna. Y este camino será también el de todos los que decidan seguir a Cristo.
Esto, no fue comprendido por los apóstoles, como lo meditábamos los domingos anteriores, pero sí fue percibido perfectamente por el ciego Bartimeo. Aquel que no podía ver, supo, en el momento que Jesús pasaba a su lado, que quien estaba caminando cerca de él, era el Mesías, el hijo de David, quien cumplía todas las promesas de los profetas y que podía cambiar su sufrimiento en gozo. En su ceguera pudo ver más que el resto, reconociendo a Jesús como Mesías, y una vez que recibe el milagro y recobra la vista, se convierte en discípulo y lo sigue en su camino hacia Jerusalén, donde el Mesías culminará su misión.
Por tanto, la palabra de este domingo nos recuerda cuál debe ser el camino que como cristianos debemos seguir:
· Primero, reconocer a Jesús como el Mesías Salvador, quien se compadece de nosotros y nos consuela en medio de nuestros sufrimientos y distintas experiencias de cruz.
· Segundo, que al hacer experiencia de su misericordia y de su compasión nos pongamos en camino y lo sigamos, para que convertidos en discípulos, unamos nuestra vida a la de Cristo, y pasando junto a él por la cruz, también nosotros participemos de su resurrección.
· Finalmente, que este camino discipular, que llena de esperanza y de ánimo el corazón, aun en medio de las situaciones dolorosas de la vida presente, nos haga testigos de las obras grandes que Dios hace por nosotros, y así animemos a quienes no encuentran razón a sus propias situaciones de dolor.
Que la gracia de Dios, que de manera admirable recibimos particularmente en los sacramentos, nos dé la fuerza para ser discípulos, que con esperanza no sólo sigamos a Cristo, sino que con nuestro testimonio, también confortemos en medio de sus sufrimientos a los hermanos y los animemos para que ellos también se conviertan en discípulos de Jesús.