Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José
El evangelio de San Marcos presenta a Cristo anunciando en tres ocasiones su pasión y su muerte. Dos de estas tres ocasiones las hemos escuchado en el evangelio dominical hace algunas semanas.
Estos anuncios de la pasión, Jesús los ha hecho para dejar en claro que la verdadera misión del Mesías no es el triunfo meramente humano que le daría características similares a las de los jefes de este mundo, sino que esta misión es la del siervo doliente de YHWH explicada por el profeta Isaías en la primera lectura, es decir el siervo debe ser triturado con el sufrimiento, su vida debe ser entregada como expiación, pero las fatigas de su alma y sus sufrimientos justifican a muchos porque él carga con los crímenes de todos.
Esta misión del Mesías, que el mismo Cristo ha anunciado y que es su entrega como siervo doliente, como nos indicaban los evangelios las semanas anteriores, no fue comprendida por sus discípulos y el evangelio de este Domingo vuelve a poner en evidencia esta situación.
Los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, piden a Jesús estar sentados en los puestos principales una vez que la gloria del Mesías sea patente, creyendo equivocadamente que esa gloria tiene que ver con poder humano y posiciones de privilegio. Esta situación indigna a los otros apóstoles, posiblemente porque ellos también hubiesen querido ocupar alguno de estos puestos de preeminencia.
Ante esto, para dejar claro una vez más lo que significa seguirlo, Jesús enseñará que ser discípulo implica hacer su mismo camino, es decir hacer el itinerario que pasa por la prueba, por el sufrimiento y por la cruz. Y que en la vivencia de la fe, no se deben buscar las prerrogativas de los jefes de este mundo, sino que se debe ser el servidor de todos, imitándolo a Él, que no ha venido a ser servido sino a servir.
Este Domingo, Jesús vuelve a decirnos con claridad, que el discípulo no puede hacer un camino diferente al del Maestro, por lo tanto, el camino del cristiano, para que éste sea un auténtico camino cristiano, debe pasar por la cruz y por el servicio al prójimo, dejando de lado toda pretensión de fama, poder o puestos de importancia.
Cristo ha venido a servir con tal radicalidad, que da su vida por la humanidad entera y esta es la radicalidad que todo cristiano está llamado a vivir.
Por esto, nuestra vida como cristianos, independientemente de la vocación o ministerio que ejerzamos, siempre debe ser un servicio al hermano, sin pretensiones de grandeza o sintiéndonos superiores a los demás, todos debemos estar dispuestos a servir a los hermanos, incluso con la propia vida, si esto fuera necesario, tal y como lo hizo Jesucristo.
Esto no significa esconder los carismas o las virtudes que el Señor pone en nuestra vida por medio de su Espíritu (esto tampoco sería correcto), sino que esas virtudes y esos carismas serán para servir a Dios y a los hermanos, nunca para querer sobresalir, para vanagloriarnos o para pretender puestos de privilegio que nos alejen de los hermanos o de la vida comunitaria.
Nos dice el papa Francisco al respecto: «El camino del servicio es el antídoto más eficaz contra la enfermedad de la búsqueda de los primeros puestos; es la medicina para los arribistas, esta búsqueda de los primeros puestos, que infecta muchos contextos humanos y no perdona tampoco a los cristianos, al pueblo de Dios, ni tampoco a la jerarquía eclesiástica. Por lo tanto, como discípulos de Cristo, acojamos este Evangelio como un llamado a la conversión, a dar testimonio con valentía y generosidad de una Iglesia que se inclina a los pies de los últimos, para servirles con amor y sencillez» (Angelus, 21/10/2018).
Por tanto, trabajemos por configurarnos cada vez más a Cristo, con la oración y con la vida sacramental, para que, con su gracia, podamos recorrer el camino que Él mismo nos ha trazado, que pasa por la cruz, por el servicio al hermano y que llega a la vida eterna.