Yenier Antonio Salazar-Hidalgo, seminarista de la etapa de Iniciando el Camino del Discipulado.
Soy de Santa Marta de Río Nuevo, un pueblo del cantón de Pérez Zeledón. Pertenezco a la Parroquia San Ramón Nonato de la Diócesis de San Isidro. Provengo de una familia católica practicante. Crecí con mis padres, cursé la escuela y el colegio con normalidad, así como la universidad, soy Ing. Agrónomo, Lic. del TEC y Lic. en Docencia de la UCC.
Mi fe se desarrolló al lado de mi familia, pero más específico con mi abuela materna, Adita Elizondo Calderón, que de la paz goce. Con ella me enamoré de Jesús y de María, por medio del servicio en el canto, la Legión de María y el ser catequista. Mi vida transcurre normal como cualquier muchacho que tiene sueños y metas por delante, sirviendo al Señor en la Iglesia. Nunca había pasado por mi mente la opción de ser sacerdote, ni siquiera la intención. Siempre he sentido mucha admiración por los sacerdotes, a tal punto que consideraba que eso era de valientes, y lo sigo considerando. Recuerdo que siento el llamado cuando estaba en la Universidad, tenía entre 20 y 21 años. Servía como catequista y cantor en una filial de una parroquia de la Diócesis de Ciudad Quesada, y una vez salí de la capilla del lugar y en mi mente tuve un pensamiento, una sensación, una voz que no puedo explicar, sobre el sacerdocio, pero solo dije "son loqueras mías, debo dejar eso" pero seguí sintiendo lo mismo, recuerdo que algo le había contado a mi mamá, y tomé la decisión de "no hacerle mente", ya que mis proyectos eran otros.
Finalizando la universidad, gano una beca para una pasantía en USA durante un periodo de mes y medio, luego empiezo a buscar trabajo y rápidamente me contratan, inicio mi trabajo con mucho entusiasmo, pero justo cuando trabajaba, aquel pensamiento, la sensación, la voz sobre el llamado en mi corazón volvió. Pensaba que siempre había servido a la Iglesia, y lo seguía haciendo, yo creía que ya estaba realizado en mi vida y que con mi profesión y el trabajo esos sentimientos se iban a ir, pero no fue así.
Empiezo a buscar excusas y no seguir "eso". Luego surge una oportunidad de estudiar en el extranjero, pero no hubo frutos. Yo cambio de trabajo, me propongo nuevos objetivos, sigo estudiando en la Universidad, pero la inquietud vocacional aumenta considerablemente, hasta que no aguanté más, y un día frente al Santísimo en Catedral le dije al Señor: "aquí estoy, si esto es lo que quieres para mí, haz todo para que pueda serlo, por voluntad propia no puedo y tú ayuda a mi familia". Y así fue, todo lo dejé en manos de Dios, ahí surgió espontáneamente el valor de hablar con un sacerdote. Fue espontáneo, ya que me animé a hablar con el padre Édgar Orozco porque él antes de celebrar la Misa de 4 pm en Catedral sale al atrio a recibir a las personas y ese día pasé y lo saludé, me alenté a conversar con él. Me escuchaba y acogía mis inquietudes, existía un temor grande de contarlo, de gritarlo, sentí paz al decirlo y al recibir su acogida, de él escuché las palabras del título de este testimonio.
Me dominaba el miedo en todo momento sobre todo lo que sucedía. Sentía incertidumbre y duda, ¿por qué a mí?, "yo ya tenía todo". Era irreal, imposible pensar que yo pudiera renunciar al trabajo, no veía como eso podría pasar. Pero solo el Señor se encargó de esto. Recuerdo mi temor para realizar los procesos vocacionales, para ir a la Casa Santa María a recibirlos, pero sin duda, la paz y la alegría que encontré cuando le dije sí en la carta para entrar a mi primer año, le dije: aquí estoy para seguirte y amarte, para hacer tu voluntad.
No existen palabras para expresar el gozo que siente mi corazón sobre como el Señor actúa en mi vida, para que yo haya tenido el valor en mi corazón y emprender en dar una respuesta; respuesta a un llamado que el Señor me había hecho hace muchos años. Hoy a mis 26 años me encuentro en el Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles cursando el II semestre de la etapa Iniciando el Camino de Discipulado, contento y con mucho entusiasmo de escuchar al Señor y seguir su Palabra.
Recuerda llenar tu corazón de valor y ese valor de confianza en Dios, para que puedas decirle con entrega y paz al Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad, porque como dice el papa Francisco, no tengas miedo, lo pide el Señor, y sin duda, vale la pena decir que sí.