Jorge Sánchez Sánchez Seminarista III FDMC
En medio del surgimiento de
la nación costarricense como territorio soberano e independiente y la
construcción que esta conlleva, es imposible no pensar en todos aquellos
pensadores, y visionarios líderes comunales, laicos comprometidos, políticos y clérigos
que en común unión fueron sabios en el liderazgo y pastoreo del pueblo
nacional. Estos valientes fueron capaces de adherirse al Evangelio, para dirigirnos hacia una democracia basada en la
práctica de los valores cristianos y humanistas, como el bien común, el amor al
prójimo, la justicia, el trabajo digno y la paz. De igual forma la
interiorización de la doctrina social de la Iglesia, facilitó
trazar el camino
y cimentar los bastiones de la enseñanza pública,
impulsándola en el pueblo costarricense desde la colonia de forma
institucionalizada, bajo la tutela de la Orden de los Padres Jesuitas,
específicamente en el Colegio de San Luis Gonzaga (1842) y posteriormente el
establecimiento de la enseñanza
superior con Universidad de Santo Tomás (1863-1888).
Así mismo como nos lo recuerda la
Doctrina Social de la Iglesia, son los
principios de la subsidiaridad y la solidaridad, los que sostienen el quehacer
social. Nos recuerda el mismo documento, que a lo largo de la historia
y siempre bajo la luz del Espíritu Santo que guía e ilumina
a su Iglesia, la reflexión en relación a la
tradición de fe facilita la configuración progresiva y coherente en respuesta a
los desafíos del tiempo presente y el desarrollo social de los habitantes de
este mundo.
"Estos
principios, expresión de la verdad integra sobre el hombre conocida a través de
la razón y de la fe, brotan del encuentro del mensaje evangélico y de sus
exigencias comprendidas en el Mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo
y en la Justicia con los problemas que surgen en la vida de la sociedad"1
Por esta razón, la identidad y la
construcción constante del ser costarricense, no se puede desligar de lo
verdaderamente importante, lo fundamental, es decir, el amor a servir a los
hermanos en medio de la realidad nacional. Siempre que sea basados en las luces
que nos brinda el Magisterio como Rerum
Novarum del Papa León XII,
Quadragesimo Anno, del Papa Pío XI y Mater
et Magistra de Juan XXIII, pero también con los testimonios de valentía y
fraternidad y la voz profética de algunos líderes como Monseñor Víctor
Sanabria, Dr. Rafael Calderón Guardia, Manuel Mora Valverde, Luis Demetrio
Tinoco y otros más. Ellos, dejando las mezquindades personales y estableciendo
el diálogo social a la luz de la Iglesia, lograron frutos invaluables como el
establecimiento de las Garantías Sociales, la fundación de la Caja
Costarricense del Seguro Social, la implementación del Código Civil, en un
nuevo impulso a la educación superior, clausurada desde 1888.
De
esto, hemos sido testigos, de una Iglesia
preocupada por la nación costarricense y la asiste
en momentos de crisis,
de dolor, así como en los de
alegría y gozo. Momentos en que la voz la Iglesia,
ha tenido que ser
profeta, denunciando lo que se hace mal y lleva
a la perdición del ser humano, siendo
maestra, para enseñar el camino que lleva a unión
y la paz, siendo mediadora para llevar diálogo
cuando los hijos de esta nación
se vuelven unos contra otros por intereses
personales que desatan
crisis civiles y siendo consuelo
y madre
cuando los hijos de este país
atraviesan dolor, angustia y hambre a causa de la naturaleza o las políticas
económicas.
Hoy, más que nunca, usted y yo,
miembros de la Iglesia que es madre, maestra y defensora de la humanidad,
tenemos como modelo por excelencia de sierva y madre de consuelo, a la Madre de
Dios, Santa María Reina y Señora de los Ángeles. Que en palabras de los
distinguidos e ilustres historiadores Carlos Meléndez y Rafael Obregón "Ella es la virgen que forjó esta nación y en
su regazo nació, creció y se formó la idiosincrasia del ser costarricense" y con ello, la gran responsabilidad, evangélica de escuchar y ayudar en la
construcción de una nación capaz de aprender de su pasado, ser valiente en el
presente y mirar con esperanza el futuro. Desplazando de su ser el desordenado
amor propio, el materialismo de la sociedad moderna, y la dificultad de
determinar a veces las exigencias de la justicia.2