Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José
Decíamos la semana pasada que el evangelio de San Marcos nos ha presentado durante todo este año litúrgico, cómo las acciones que Jesús realiza, sus palabras, sus milagros y sus actos de misericordia, son las acciones que confirman que Él es el Mesías anunciado y esperado.
Esa verdad fue asimilada por el grupo de los 12, que en la persona de Pedro hacen profesión de fe, diciendo con claridad que Jesús es el Mesías.
Pero el evangelio, también es claro en afirmar, que los apóstoles no han logrado comprender lo que significa el mesianismo de Jesús y continúan dándole categorías humanas de poderío y ostentación.
Por esto, también desde el Domingo anterior, Jesús anuncia que el Mesías deberá ser entregado en manos de los hombres, va a morir y al tercer día va a resucitar. Esta verdad sobre su pasión y muerte, Jesús lo comunica por segunda vez en el evangelio que se proclama este Domingo, queriendo enfatizar sobre la verdadera misión del Mesías.
Pero, así como se dejaba en evidencia la incomprensión de Pedro la semana pasada, este Domingo el evangelio muestra la incomprensión del resto de los 12, cuando, después de este segundo anuncio de la pasión, los discípulos discuten durante el camino, no acerca del camino de la cruz sino sobre quién es el más importante entre ellos.
Esta situación le permite a Jesús, recordar nuevamente, qué significa ser su discípulo: Seguir a Cristo, significa configurarse con él, asumir su mismo itinerario, aun con las limitaciones humanas y trabajar en ser presencia de Jesús con los otros, viendo en el pequeño y descartado el mismo rostro de Cristo que nos lleva a servirlo, a protegerlo y a acogerlo. Esto unirá al discípulo al amor trinitario y le dará el impulso para continuar ese peregrinaje que, como el mismo Jesús decía el Domingo anterior, implicará también cargar la cruz.
Porque esa es la suerte del justo, como indica la lectura del libro de la Sabiduría, ya que vivir según a Dios le agrada, es decir escuchando su voz y cumpliendo sus mandamientos, incomodará a aquellos que no han cumplido la ley y se apartan de los principios en los que fueron educados.
Esta incomodidad provocó la persecución contra Cristo, ha provocado la persecución contra los cristianos a lo largo de los siglos y seguirá ocasionando incomprensión y crítica mientras los cristianos vivamos la fe, tal y cual lo pide el Señor en la Palabra proclamada este Domingo, es decir viviendo la verdadera Sabiduría, que no es el conocimiento o la primacía humana, sino que es vivir la plenitud del ley que es el amor como lo hemos pedido en la oración colecta.
Esta sabiduría, como lo recordaba Santiago en la segunda lectura, hace que el cristiano viva la pureza, la paz, la comprensión, la misericordia, la sinceridad y la justicia, es decir nos hace tener una relación tal con el Señor que nos impulsa a ser presencia y llevar los dones del Mesías a los hermanos, especialmente a los más pequeños y vulnerables.
Vivir esta enseñanza evangélica, nos enseña el papa Benedicto XVI, «requiere siempre una profunda conversión -de todos nosotros-, un cambio en el modo de pensar y de vivir; requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente» (Angelus, 23.09.2021).
Por esto, como el salmista, con humildad, sabiendo que somos necesitados de Dios, confiemos nuestra vida al Señor, es Él quien nos ayuda, y nos da la gracia para vivir según la sabiduría divina, escuchando su voz, viviendo la conversión todos los días, haciendo su voluntad, que es la única que nos da verdadera felicidad, y sirviendo y acogiendo con amor al hermano, especialmente al más pequeño y vulnerable, en quien servimos y acogemos al mismo Dios.