Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano. Palabras del 14 de setiembre en Parque Central al recibir la antorcha de la libertad.
Al celebrar 200 años de nuestra independencia le damos gracias a Dios por este regalo que recibimos cuando menos lo esperaban nuestros antepasados, y vemos la independencia como un hecho consumado, pero, llamo la atención de que conquistar la libertad es una tarea que nunca se termina. No por azar el "Himno patriótico al 15 de septiembre"[1] es un auténtico elogio a la libertad como exigencia que brota del reconocimiento de la dignidad y el valor de toda persona humana. La frase: "Sepamos ser libres no siervos menguados" nos invita a reconocer que la libertad no es tan sólo ausencia de tiranía o de opresión, sino que ella encierra una lógica interna y un aprendizaje ordenado a la verdad que se realiza en la búsqueda y en el cumplimiento de esa verdad: "Entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.» (Juan 8,32), nos enseña Jesús, quien desde la Cruz nos otorgó la verdadera libertad.
La historia nos enseña que alejada de la verdad sobre el hombre, la libertad se convierte en libertinaje, y en la vida política en la arbitrariedad de los más fuertes o la arrogancia del poder. La mentira empequeñece al ser humano y daña en su esencia la libertad. Nada nos ata, nada nos esclaviza, somos llamados a la auténtica libertad, aspiración real de todos los pueblos, teniendo siempre presente que "la libertad está orientada sobre todo al amor" y no al puro individualismo.[2]
Por ello hoy con mucha alegría mencionamos a costarricenses, que motivados por la fe se comprometieron en gestar lo que hoy disfrutamos como país, hago referencia al papel sobresaliente que, en el contexto de las Cortes de Cádiz (1808-1813), desplegó nuestro representante, el sacerdote P. Florencio Castillo (1778-1834), hoy benemérito de la patria, destacándose, por encima de todo, por defender la libertad completa de los indígenas y la concesión del derecho de ciudadanía a los afrodescendientes nacidos en América.
Cabe mencionar también el 13 de octubre de 1821 cuando fueron recibidas y leídas en Cartago la declaración de Guatemala y la de la diputación de León del 28 de setiembre, el 12 de noviembre de 1821 fue nombrada una Junta Superior Gubernativa presidida por el Pbro. Nicolás Carrillo Aguirre (1864-1845). Esta Junta elaboró un pacto social en el que Costa Rica se daba organización propia, y es la que se considera la primera Constitución de nuestra patria. Es el llamado "Pacto de Concordia", que entró en vigencia el 1º de diciembre de 1821. El ?Pacto de Concordia? fue firmado por veinte miembros de la Junta de Legados, entre ellos siete sacerdotes.
Como sucedió en todo el período colonial, los sacerdotes en Costa Rica, y en ellos la Iglesia, jugaron un papel de primer orden en el campo educativo, de salubridad, de guías de las comunidades, y, al momento de la independencia, contribuyeron en la organización y en la estructuración del nuevo Estado de Costa Rica.
No podemos olvidar la presencia destacada de los franciscanos en nuestro territorio dejando una huella presente en nuestra historia, pues, valores evangélicos acentuados en la espiritualidad franciscana, como la fraternidad universal y el respeto mutuo, la solidaridad y la preocupación por los más vulnerables, el aprecio y el cuidado de la creación, forman parte de nuestro ser costarricense, herencia de la evangelización franciscana.
Costa Rica apostó a lo largo de toda su historia por el impulso de la educación como medio eficaz de ascenso y promoción social. La Iglesia igualmente asumió desde entonces una papel importante en estas áreas, abriendo centros educativos e impulsando por ejemplo la educación técnica y la educación superior, prueba de ello la Universidad Santo Tomás.
Colocando el diálogo inteligente y eficaz como vehículo, se alcanza un nuevo acuerdo nacional en la década de los cuarenta del siglo pasado, para dar vida a las garantías sociales, en buena parte iluminadas por la Doctrina Social de la Iglesia, que gestaron la Costa Rica solidaria y equitativa de buena parte del siglo XX.
Es así que también se selló el acuerdo de paz en 1948, ratificando su vocación pacifista, al abolir el ejército, al garantizar la pureza electoral e impulsando un nuevo Estado impulsor de la inclusión social.
A doscientos años de nuestra Independencia, hoy con mucha esperanza hemos de apostar por la libertad ya no de cadenas de opresión que nos vinculen a una nación dominante, sino tomar conciencia que nuestra Patria sufre las constantes acometidas del sometimiento colonial ideológico que se impone bajo el nombre de progreso.
Las colonizaciones ideológicas y culturales son nuevas formas de esclavitud mundial, de alienación de los pueblos y de desprecio de civilizaciones. Como nos enseña el Papa Francisco, estas son verdaderas «blasfemias y suscitan persecuciones furiosas: "Introduciendo «novedades» malas, hasta llegar a considerar normal «matar a niños» o perpetrar «genocidios» para «anular las diferencias», tratando de hacer «limpieza» de Dios con la idea de ser «modernos» y al compás de los tiempos." [3]
Es tarea de todos hoy, unir voluntades para lograr superar polarizaciones sociales que no conducen a nada bueno, polarizaciones políticas, económicas, ideológicas, que son claramente destructivas, por lo que con mucha esperanza soñemos con una comunidad nacional dialogante, que busca siempre ser constructora del bien común, que en una sociedad realmente moderna está por encima de todo interés personal, gremial o de poder.
El Bicentenario de nuestra Independencia nos llega en un momento en que nuestras raíces, la familia y la institucionalidad en general, deben defenderse con firmeza. Nuestro presente nos reclama una mayor cohesión como país, un esfuerzo y compromiso con la reconciliación y la amistad social.
Que estos doscientos años de vida independiente nos animen a conducir a nuestro país por caminos de justicia y verdad, capaces de desterrar la vergonzosa inequidad, la corrupción y la impunidad, en fin, una Costa Rica en la que las personas cuenten con los mismos derechos, deberes y oportunidades. Derribemos todos los muros que nos separan, solamente unidos podremos ser constructores de la Costa Rica, que sigue apostando por la educación de calidad para todos, fortaleciendo el acceso a la salud, a la verdadera igualdad de oportunidades, a sentirnos en verdad hermanos.
Agradecidos con Dios por su bondad derramada en nuestro país, le pedimos que como Padre nuestro que es, formemos en verdad la familia de hermanos que se aman, que nos de el pan material y espiritual a todos, que por el desempleo no haya hermanos que no tienen qué comer, que seamos constructores de reconciliación, perdonando y pidiendo perdón, que seamos capaces de apostarlo todo por la verdadera libertad.