Mensaje Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El Domingo anterior al finalizar la lectura del discurso del Pan de Vida en el capítulo VI de San Juan, la palabra de Dios nos recordaba que seguir a Cristo implica una opción radical por el Señor, por su Reino y por sus enseñanzas.
Por esta razón, cuando en este Domingo la palabra de Dios nos habla sobre la manera verdadera en que deben cumplirse los mandamientos, debemos volver nuestra mirada a las enseñanzas de Cristo cuando nos ha dicho que no ha venido a abolir la ley sino a darle plenitud.
El cumplimento fiel del decálogo y de toda la ley era el modo en que el pueblo elegido se reconocía cumplidor de la alianza y se sabía unido estrechamente a YHWH, por eso cuando se olvidaban de los mandamientos, era necesario recordarlos, como se ha narrado en la primera lectura, en la cual se ha recordado una norma que es fundamental para entender la controversia que se da en el Evangelio entre Jesús y los fariseos y los escribas. Ha dicho Moisés: «No quitarán nada y no añadirán nada a lo que les mando».
La polémica que narra el evangelio de Marcos entre Jesús y los escribas y fariseos se fundamenta en la pregunta que estos hacen a Jesús: ¿Por qué los discípulos no siguen la tradición de nuestros mayores y comen con manos impuras? La tradición de las abluciones antes de las comidas, son rituales que se fueron añadiendo a través de los años a las normas bíblicas que el pueblo elegido recibió por parte de YHWH. Y estas tradiciones, que no eran parte de la Sagrada Escritura, fueron prescritas por fariseos y escribas como si fueran emanadas por Dios.
Ante esto, la frase fortísima de Cristo, que trata de hipócritas a estas personas, porque han dejado de lado los mandamientos de Dios para aferrarse a tradiciones humanas, dejando de lado lo fundamental que es la escucha de Dios y el cumplimiento de su voluntad, para quedarse con costumbres secundarias que nada enriquecen la vida de la fe.
El Escucha Israel, que tantas veces es usado en el Antiguo Testamento y que hemos oído en la primera lectura, debe llevar al ser humano, a abrir su corazón a Dios, a encontrar su voluntad y a descubrir cuál es la plenitud de la ley, que es, según la enseñanza de Cristo, la vivencia del amor a Dios y al prójimo. Todo verdadero mandamiento nos debe llevar a amar, si no esta norma no proviene de Dios.
Por esta razón, estas tradiciones que reclaman los escribas y fariseos, no son mandamientos que vengan de Dios, porque no llevan a amar a Dios ni al hermano, buscan únicamente una pureza ritual, que incluso puede alejar del prójimo cuando éste es considerado impuro.
La palabra de Dios de este Domingo, aprovecha esta controversia de Jesús con los escribas y fariseos para dejarnos dos enseñanzas:
· Primero, nos enseña que nada externo al ser humano puede provocar la impureza de éste porque nada que haya sido creado por Dios provoca impureza. Las impurezas nacen del corazón, nacen en el interno de cada persona y estas impurezas son las maldades y los pecados que nos alejan de Dios y que hacen daño al hermano alejándonos de la comunidad, mencionaba Jesús las malas intenciones, los robos, las injusticias, los adulterios, entre otros.
· Segundo, esta controversia nos deja claro cuál es la verdadera pureza de corazón y cual la religión pura e intachable a los ojos de Dios, como lo ha dicho Santiago en la segunda lectura. La vivencia auténtica de la fe se resume en la vivencia del amor. El apóstol Santiago hablará de cuidar a huérfanos y a viudas, dos de las poblaciones más vulnerables de aquella época. En el amor, la solidaridad y la compasión radica el testimonio de una vida cristiana verdadera.
Este Domingo somos exhortados a escuchar la voz de Dios, a abrir nuestro corazón a él, para desterrar toda impureza que nos aleje de Él y de los hermanos y a poner en práctica sus enseñanzas y mandamientos, los cuales nos deben llevar a amar y servir a los hermanos, es así como nuestro nombre de cristianos tendrá credibilidad.