(VIDEO) Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar de San José
Este Domingo XXI del Tiempo Ordinario se concluye la lectura del capítulo VI del Evangelio de San Juan, en el cual Jesús ha dicho que es el pan de vida, el pan bajado del cielo y que quien lo come tiene vida eterna.
En este capítulo, el Señor ha indicado con total claridad, que su cuerpo y su sangre que se entregan en la cruz por nuestra salvación, están real y sacramentalmente en el pan eucarístico, el pan bajado del cielo, porque su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida; alimento que configura con Cristo a quien lo come y lo une de tal forma que lo conduce por su mismo camino, el cual lo lleva a la vida eterna, pero pasando por la realidad de la cruz.
Por esto, la narración del evangelio indica que la multitud murmura en contra de Cristo diciendo que su predicación tiene palabras que son fuertes y escandalizan. La gente que ha estado con él desde el milagro de los panes se ha dado cuenta de que el seguimiento de Cristo va más allá de la experiencia de la multiplicación de los panes y los peces. Seguir a Cristo implica asumir la cruz que lleva a la salvación, es decir que el cristiano debe optar por Cristo, por la totalidad de la persona de Cristo, de su mensaje y de la radicalidad de su evangelio que llama a dar la vida para alcanzar la verdadera vida.
Este llamado a la radicalidad ocasiona que la mayoría de aquellos que seguían a Jesús decidan alejarse, pero también provoca una adhesión más profunda de los doce que lo reconocen como el Santo de Dios, el único que tiene palabras de vida eterna. Será este pequeño grupo el que, luego del envío del Espíritu Santo, anuncien el evangelio, la verdad de la salvación y la radicalidad de vida cristiana que implica seguir a Cristo a pesar de las dificultades, anuncio que hacen con su propia vida, viviendo el testimonio de las primeras comunidades cristianas que tenían todo en común y que fueron capaces incluso de dar la vida por el evangelio.
La falta de compromiso en el seguimiento del Señor no es nueva en la muchedumbre que sigue a Cristo, ya en el antiguo testamento se ha visto en muchas ocasiones cómo el pueblo que ha visto las obras magníficas de Dios se aparta y le da la espalda, por eso Josué invita al pueblo de Israel, que ya está gozando de la tierra prometida, que elija con quien decide estar, si con los dioses paganos que han conocido en tierras extranjeras y durante el camino del éxodo o si eligen a YHWH. Escuchamos en la primera lectura que el pueblo elegido opta por el Señor, por seguirlo y servirlo.
Esta también será la opción que eligen los doce y que vivirán con radicalidad.
La palabra de este domingo es clara en su mensaje, seguir al Señor implica optar por Él con radicalidad y coherencia y por eso es una llamada en libertad. Dios mismo, por medio de Josué en la primera lectura y por el mismo Cristo en el evangelio, advierte sobre el compromiso real del seguimiento pero también deja al libre albedrío de cada persona si opta o no por el Señor, nos enseña el papa Francisco «Adherirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino» (Angelus, 23.08.2015).
En el caminar de cada ser humano, se presentarán muchas opciones para elegir y posiblemente la elección por lo que es más fácil o satisfactorio suelen ser las elecciones más comunes. Incluso en la vida de la fe esto es así, cada vez más vemos religiones hechas a la medida personal, espiritualidades que no comprometen y formas de vivir la fe que rechazan la cruz, donde elegimos aquello que nos gusta o nos conviene y rechazamos todo aquello que nos compromete, especialmente cuando ese compromiso es con el prójimo.
En esta libertad, que es signo del amor de Dios por la humanidad, hoy también quienes somos cristianos por el bautismo, estamos llamados a optar por un seguimiento que vaya más allá de lo externo y que implique un compromiso de radicalidad. Es decir, que nuestro ser cristiano nos comprometa a vivir con coherencia el mensaje predicado por Cristo, aunque esto no sea popular y no atraiga a multitudes. Que la vivencia del evangelio, que por tantas razones puede incomodar a algunos, no desanime nuestro caminar, sino que nos comprometa más con el hermano y nos una más profundamente a Cristo y a su camino que ciertamente implica cruz pero que nos llena de alegría y plenitud el corazón y que nos lleva a la verdadera vida.
Pidamos al Señor el Espíritu que da vida, el mismo Espíritu que animó a los apóstoles a elegir a Cristo, para que también nos anime a nosotros a hacer opción por el Señor y vivamos con radicalidad el evangelio, asumiendo la cruz y caminando esperanzados hacia la vida eterna, sabiendo que no es fuerza nuestra sino que es la fuerza que Dios mismo nos da con el Pan de Vida, el que nos alimenta en cada eucaristía y nos fortalece en este camino de vida cristiana.