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Iglesia

Solemnidad de Nuestra Señora de los Ángeles

Homilía, Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José


Celebramos con gran gozo, la fiesta de la patrona de Costa Rica, la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de los Ángeles.  Este día en particular, venimos hasta su altar para pedir que siga cuidando nuestro país que está a las puertas de celebrar el bicentenario de vida independiente.  También ponemos en las maternales manos de María la Iglesia en Costa Rica que está celebrando con alegría y agradecimiento el centenario de la creación de nuestra nación como Provincia Eclesiástica.

Quienes tuvieron la responsabilidad de elaborar la liturgia para la celebración eucarística de este día colocaron como primera lectura un texto del libro del Eclesiástico que hace un elogio a la Sabiduría, personificándola y dándole características que, a quienes somos cristianos, nos permite comprender que esa perfecta sabiduría es Cristo mismo.

El texto presenta a la Sabiduría como salida de la boca de Dios, la primogénita entre todas sus creaturas, creada por la mano de Dios desde la eternidad y que vivirá eternamente.  Esta Sabiduría llama a todos a participar de su heredad que es precisamente gozar de esa misma vida eterna, junto al Creador.

Claramente, el libro del eclesiástico, nos está presentando la síntesis kerigmática de quién es Jesucristo, es el Mesías anunciado desde antiguo, es la Palabra que se ha hecho carne, el eterno, salido de la boca de Dios, que puso su tienda entre nosotros, que predicó el Reino, que murió y resucitó para hacernos partícipes de su heredad.

Esta hermosa síntesis del acontecimiento salvífico en la persona de Cristo, en esta fiesta dedicada a la Santísima Virgen María, se une de manera sublime, con lo que Pablo escribe a los cristianos de Galacia en la segunda lectura:  Dios ha enviado a su hijo, para que nosotros seamos constituidos hijos y podamos llamar a Dios, Abbá, Papá.  Y para que esto se concrete en la Historia de la Salvación -dice el Apóstol- el hijo de Dios ha nacido de mujer.

Con esta pequeña frase de San Pablo, podemos ver, meditar e incluso sorprendernos del papel que la Santísima Virgen María juega en la Historia de la Salvación, el «Sí» de María, ha cambiado la historia de la humanidad, transformándola, precisamente, en Historia de Salvación.  Dios entra en la historia humana, tomando un cuerpo en el seno de María, para realizar la obra salvífica, pero lo hace con el consentimiento de María, con su fiat, con su:  «aquí está la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38).

La acción salvadora de Dios, realizada en su Hijo Jesucristo, se ha servido de la generosidad de aquella joven doncella de Nazareth que ha entregado toda su vida a Dios y ha dejado que Dios actuara en ella para que esa entrega fuera absoluta y radical.  Porque su «Sí» implicó la alegría de la maternidad, pero en general implicó sufrimiento, en acontecimientos como la falta de posada en Belén, la persecución de Herodes, la huida a Egipto y principalmente en lo que ha sido narrado en el texto evangélico, el acontecimiento de la Cruz, donde el «Sí» de María ha significado la contemplación del momento cruento de la crucifixión y muerte de su hijo Jesucristo.

Pero, cada uno de esos momentos de sufrimiento, en el «Sí» de María se han convertido en Historia de Salvación y de manera particular el momento de la Cruz.

En el Calvario, contemplamos el mayor momento de entrega.  La Madre que entrega a su Hijo y el Hijo, que en ese momento culmen, pide a su Madre que su «Sí» se extienda, ya no sólo para ser Madre del Salvador sino para ser Madre de la Iglesia y, de esta manera, que la protección de María cubra a cada uno de quienes somos sus hijos, como ya lo había hecho con su pariente Isabel y en la bodas de Canaán.  Porque el «Sí» de María, deja der ser únicamente un Sí a Dios y se transforma en un Sí al hermano.

Esta protección de la Madre del Cielo, que ha experimentado la Iglesia desde aquel momento, es la que ha experimentado nuestro pueblo, en el hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, en ella se ha experimentado el amor, la cercanía, la protección de Dios.  En ella podemos sentirnos unidos, disfrutando, todos por igual, del amor de la Madre.  Esta experiencia del amor de Dios, reflejado en la protección de María Santísima, es lo que motiva tantos signos de piedad de los que somos testigos cada año.  Cada paso de quienes caminan hacia la casa de la Madre es respuesta al amor y a la protección que han experimentado en su vida por parte de la Santísima Virgen María.

Y aunque todos estos actos de piedad, que ya por segundo año consecutivo no se han podido realizar con la intensidad de siempre, son actos que realmente conmueven y manifiestan el amor a María, no son suficientes.  La Iglesia nos enseña que la devoción a nuestra Madre no puede quedarse únicamente en la veneración y en estos gestos de piedad, sino que la auténtica devoción, acompaña estos actos piadosos con la imitación, porque como nos enseña el Concilio Vaticano II, «la Virgen es tipo y modelo de la Iglesia» (LG. 63), es decir, la Iglesia y por tanto cada uno de quienes somos bautizados, debemos ver en María un ejemplo y un modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana.

Estamos llamados, por tanto, a vivir como María, dando un «Sí» al Señor, escuchando su voz y haciendo su voluntad, pero también y no menos importante, dando un «Sí» al hermano, en medio de sus dificultades, en medio de sus sufrimientos, en medio de esta emergencia sanitaria que ya por más de un año, tiene a muchos hermanos sumidos en gran angustia y dolor.

Para nadie es un secreto que esta pandemia que estamos viviendo ha causado sufrimientos, y, al mismo tiempo, ha desnudado situaciones difíciles que vive nuestro país desde mucho tiempo antes:  la creciente pobreza de muchísimos hermanos y hermanas, el desempleo, la desigualdad social que se expresa en las diferencias de ingresos, de lugares para vivir, de brechas en el ámbito laboral entre hombres y mujeres, solo por citar algunos aspectos, la inseguridad, la corrupción, la brecha tecnológica y educativa que pone en evidente desventaja a las periferias del país y a los más desposeídos, aumentando los ciclos de pobreza, deben llevarnos a replantearnos nuestras maneras de vivir, en esa plenitud que la Sabiduría de Dios ya nos enseñaba.

Todas estas situaciones son preocupantes, y deben ser atendidas por quienes tienen la responsabilidad de gobernar nuestra nación, quienes, como nos ha enseñado el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, «deben poner la política al servicio del Bien Común» (Cfr. FT 154).  Ésta también debe ser una consigna de quienes han presentado o presentarán sus nombres como candidatos para las elecciones presidenciales y legislativas del próximo año.

Se trata entonces de buscar las condiciones sociales, políticas, culturales, económicas y ambientales, que hagan posible que todos los habitantes del país alcancemos la realización de todas nuestras capacidades.  Porque el Bien Común no es la suma del bienestar de unos pocos, sino el bien de todos, por esto se debe colocar como un principio que oriente la Política y junto con ella, toda la vida en sociedad.

Por esto, aunque esta responsabilidad de quienes gobiernan es innegable, el compromiso de la construcción de un mundo más justo y solidario y concretamente la construcción de una Costa Rica bicentenaria, mejor para todos, es responsabilidad de cada uno de los que habitamos esta nación:  autoridades del Estado, Iglesia, sector privado y en fin cada uno de los actores sociales de nuestro país estamos llamados a contribuir y a aportar con compromiso para salir juntos y fortalecidos de esta crisis sin precedentes que vivimos.  Éste también es un llamado del papa Francisco cuando nos recordaba que «nadie se salva solo, únicamente es posible salvarse juntos» (Cfr. FT 32).

Por esto, humildemente quisiera, con la palabra de Dios que se nos ha proclamado y que ya hemos meditado, y también contemplando la figura de María, la Reina de los Ángeles, y su «Sí» a Dios y su «Sí» al hermano, insistir en que la responsabilidad de la construcción de la Costa Rica del bicentenario, es responsabilidad de todos y de manera particular de quienes nos decimos cristianos y devotos de la Negrita, porque, como ya había indicado anteriormente, la verdadera devoción debe ir más allá de los actos piadosos, que aun siendo hermosos y necesarios, deben pasar, de la sola devoción, a la imitación de las virtudes de María, las cuales nos permitirán aportar en la construcción de una sociedad más solidaria y justa.

¿Cuáles podrían ser estas virtudes?

Solidaridad:  El evangelio de Lucas, nos dice que María, una vez que el ángel Gabriel le anuncia que será la madre de Cristo, sale presurosa, corriendo hacia las montañas de Judea para ayudar a su pariente Isabel.  María se muestra solidaria, ante la necesidad del otro, arriesgando su vida y su salud para colaborar con aquella adulta mayor que necesitaba de su colaboración.

Este tiempo de pandemia nos ha permitido ser testigos de muchos ejemplos como éste, tantos y tantas que en primera línea han puesto su vida al servicio de los demás, arriesgando su salud e incluso su misma vida para acompañar a quienes están enfermos.  Agradecemos su servicio y oramos por cada uno de ellos.

La solidaridad nos hace salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros intereses, muchas veces egoístas, para pensar en el otro y ponernos a servir al otro, sintiéndonos responsables todos de todos(Cfr. SRS 38)

Por esto, la virtud de la solidaridad, debe seguir brillando en esta reconstrucción de nuestro país.

Empatía:  San Juan relata en su evangelio la preocupación de María ante la falta de vino en las Bodas de Caná, una preocupación que no se queda en la lástima ni mucho menos en la crítica.  María es una mujer empática, que la mueve a buscar una solución ante la necesidad del hermano.

Generalmente no tendremos la solución de todos los problemas en nuestras manos, pero la empatía nos debe mover en la búsqueda de soluciones en conjunto, dejando la crítica destructiva y cualquier interés personal, económico, partidista o de cualquier índole de lado para trabajar por el Bien Común.

Responsabilidad:  San Lucas presenta un episodio en la vida de la familia de Nazareth, que conocemos como el niño Jesús perdido y hallado en el templo.  Jesús de 12 años se queda en el Templo de Jerusalén después de una peregrinación.

María y José, conscientes de su responsabilidad de padres, regresan a buscar a Jesús.  Ellos, aun sabiendo que Jesús es el Hijo de Dios, conocen su compromiso de cuidarlo y educarlo y, Jesús, nos dice la Escritura, se mantuvo bajo su autoridad.

El futuro de un país pasa por la educación de sus niños.  Es un derecho inalienable de los padres de familia educar a sus hijos según sus creencias.  Llamamos a todos los padres de familia a asumir esa responsabilidad y velar por la educación integral de sus hijos.

Asimismo la responsabilidad implica hacer lo que corresponde según las funciones que se desempeñen, con honestidad, con empeño, con probidad y con integridad.  Si todos realizamos lo que nos corresponde responsablemente, el trabajo de construcción de la Costa Rica del bicentenario será menos difícil.

Comunión:  Los Hechos de los Apóstoles, nos narra que María está con la comunidad apostólica, unida en oración y en la fracción del pan.  María es una mujer de comunión, no crea polarización.  En estas primeras comunidades cristianas no existían intereses particulares, sino que se trabajaba por el Bien Común, por el bien de todos los hermanos.

Sólo con el compromiso de trabajar en comunión, con la convicción de que unidos somos más fuertes y que las divisiones ideológicas o partidistas no nos permitirán superar esta crisis, es que debemos ponernos a trabajar por el bienestar de todos los que habitamos este país, con decisiones y acciones que nos encaminen a nuevas formas de convivir y evitando el peligro de «olvidar al que se quedó atrás» (Francisco, 11.04.2021).

Esto no es nuevo en Costa Rica, ya en los años cuarenta del siglo pasado, nuestros abuelos, dejando de lado rencillas y diferencia ideológicas y partidistas construyeron una nación, teniendo como base la Doctrina Social de la Iglesia, que buscaba la solidaridad, el Bien Común, las garantías sociales para todos y, creando instituciones como la CCSS la cual hoy también debe ser protegida y fortalecida.

Por esto, a pocas semanas de iniciar, de manera oficial, la campaña política en la que se elegirá a los nuevos gobernantes, no permitamos que elementos, meramente partidistas, busquen polarizar al país, al contrario, como lo pedíamos los obispos en febrero pasado, que en esta campaña política, todos los que han presentado sus nombres para postularse como candidatos para ocupar puestos en el ejecutivo o el legislativo «pongan al servicio del país sus mejores conocimientos, experiencia y capacidad, y hablen al pueblo con transparencia sobre los temas de interés nacional, que miren al desarrollo integral en procura del bienestar de toda la nación» (Mensaje de la CXXI Asamblea Ordinaria de la CECOR, 26.02.2021).

Sigamos encomendando nuestra nación a la maternal intercesión de María y pidamos la gracia para imitar sus virtudes de solidaridad, empatía, responsabilidad y comunión, porque, como nos recordaba Mons. Víctor Manuel Sanabria «La Virgen siempre ha estado al lado de todos los hijos de la Patria, de esta tierra que escogió como su habitación y morada de predilección, pues ella es portadora de paz y de fraternidad» (Carta Pastoral, 01.01.1950).

¡Nuestra Señora de los Ángeles, ruega por nosotros!