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Iglesia

Alimento para la vida eterna

(VIDEO) Mensaje de Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José


El relato de la multiplicación de los panes y los pescados que escuchamos en el evangelio de la semana anterior y el inicio del relato del evangelio de este Domingo en que se nos narra que la multitud continúa siguiendo a Cristo, son el preámbulo del sermón conocido como el Discurso del Pan de Vida, que estaremos escuchando las próximas semana en el capítulo sexto de San Juan.

El evangelio narra cómo Jesús le deja claro a la multitud las razones por las cuales lo están siguiendo.  Jesús les indica que lo siguen únicamente porque saciaron su hambre, porque fueron testigos y receptores de un gesto milagroso como lo fue la multiplicación de los alimentos.

Ante esto Jesús les dice claramente que este seguimiento debe tener otras motivaciones.  Que la motivación verdadera para seguir a Jesús no debe ser saciar el hambre material, el hambre del pan que se acaba, sino que se debe trabajar por el alimento que dura para la vida eterna.

La insistencia de la muchedumbre que sigue a Jesús es tener una experiencia que sacie sus necesidades, tal y como fue saciada la necesidad de alimento del pueblo hebreo por el desierto con el maná.  Pero Jesús les dice que Él puede saciar la totalidad de los anhelos del corazón humano y no sólo la necesidad del alimento corporal.  Jesús viene a traernos, con su propia vida una vida abundante.  Con su muerte y resurrección Cristo nos da la auténtica vida, no aquella vida que tuvieron los que caminaban por el desierto que aún con el milagro del maná y las codornices murieron antes de llegar a la tierra prometida, sino que Cristo mismo se presenta como aquel que da vida, vida perfecta, vida que no acaba.  Él es el verdadero pan del cielo porque proporciona lo que ningún otro alimento puede brindar:  Vida Eterna.

Para esto será necesario, según lo dicho por el mismo Cristo, creer en Jesús para que este seguimiento no sea motivado únicamente por los milagros que realiza, sino por la convicción de que Jesús es el enviado por el Padre, el Dios con nosotros, el Verbo que se hace carne.

Y creer en Jesús, nos dirá el papa Benedicto XVI «no se trata de seguir una idea, un proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva, de dejarse conquistar totalmente por él y por su Evangelio» (Angelus, 05.08.2012).

Creer, por tanto, será encontrarse con Jesús, configurarse con Él y transparentarlo en nuestra propia vida, como hemos dicho en otros momentos, creer es mostrarse cristiano.

Lo explica de manera muy hermosa el papa Francisco cuando dice que creer en Jesús:  «nos permite cumplir las obras de Dios. Si nos dejamos implicar en esta relación de amor y de confianza con Jesús, seremos capaces de realizar buenas obras que perfumen a Evangelio, por el bien y las necesidades de los hermanos» (Angelus, 05.08.2018).

Hoy, la palabra proclamada insiste en que el ser humano, que busca constante e insistentemente aquello que sacie su corazón y su alma, encontrará esa plenitud en su vida, sólo cuando su alimento sea Jesús, Pan de Vida.  Y esa plenitud de vida, que da el encuentro con Jesucristo, hará de cada persona humana, una creatura nueva, que vive en la justicia y en la santidad de la verdad, como nos ha pedido el apóstol Pablo en la segunda lectura.

Justicia y santidad que podríamos traducir con las palabras del papa Francisco:  perfumar con Evangelio el mundo y principalmente las situaciones de necesidad de los hermanos.

Porque al lograr saciar el anhelo de plenitud en nuestro encuentro con Cristo, seremos capaces, de no quedarnos en las dificultades propias y ver más claramente las necesidades del hermano, compadecernos de ellos y acompañarlos tanto en sus sufrimientos como en su camino de encuentro con Cristo.

Acerquémonos por tanto a Cristo, Pan de Vida, que se ha quedado de forma real y sacramental en la eucaristía, como lo dirá el mismo Jesús con más claridad en el evangelio de las siguientes semanas, en este sacramento encontraremos el alimento que sacia nuestra sed de eternidad y que fortalece nuestro compromiso de llevar el buen olor del Evangelio al mundo.