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Abogada nuestra

(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano


La Madre del Señor es invocada con diversos títulos o advocaciones con las que confiamos a su protección todos nuestros cuidados y nuestras peticiones. Gran parte de esas súplicas las resume esta oración de la Iglesia: Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Toda Santa. Nos ponemos en sus manos ahora, en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo, y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf. Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso." [1]

Nuestra Señora del Carmen es, a propósito, una de esas advocaciones marianas que expresan la esperanza que el pueblo de Dios deposita en esta compañera de camino que es invocada como "Abogada del Purgatorio" y" Patrona de las gentes del mar", reconocimientos especiales de la protección de la Madre de Dios a lo largo de nuestra vida.

Al discernir los orígenes de esta particular devoción, descubrimos en las palabras de Nuestra Señora a San Simón Stock - el domingo 16 de julio de 1251- su cercanía maternal: "Recibe hijo mío este Escapulario de tu orden, que será de hoy en adelante señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los que lo vistan. Quien muriese con él, no padecerá el fuego eterno. Es una señal de salvación, amparo en los peligros del cuerpo y del alma, alianza de paz y pacto sempiterno".

Este enfoque, lleno de esperanza, puede opacarse por las imágenes que se centran en la angustia de los penitentes en medio de las llamas del infierno y no en la Madre que, con su Hijo en brazos, se hace eco del anuncio de la esperanzadora resurrección.  Con María, la Iglesia clama en su Liturgia: «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos».  

 La devoción a la Virgen del Carmen está fuertemente asociada a las ánimas benditas del purgatorio y, por tanto, una devoción llena de caridad fraterna, ya que honrando a la Madre del Carmen nos acercamos con cariño a todas esas almas que están en camino (purgatorio) a la plenitud de la Gloria.  En efecto, los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, aunque están seguros de su eterna salvación, experimentan después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. Además, "esta enseñanza se apoya en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, Ese camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios, ese ?momento" transformador de este encuentro está fuera del alcance del tiempo terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del "paso" a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo. Al invocar, pues, la protección de Nuestra Señora del Carmen "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo." [2]

Que por su intercesión la Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, nos alcance de su querido Hijo, el perdón de los pecados y la salvación de nuestras almas y nos conceda siempre su amorosa protección. 

 

 

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

RUEGA POR NOSOTROS

 

 



[1] Catecismo de la Iglesia Católica n. 2677.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica n.975