(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
Como sociedad, presenciamos una suerte de "pérdida de valores" como resultado, entre otros, de los prejuicios ideológicos que promueven la negación de Dios y su enseñanza, sin sustituirlo por ningún imperativo categórico que de sentido y contenido moral a la vida. Vemos, con angustia, como se debilitan, especialmente entre las jóvenes generaciones, los valores humanos y cristianos que dan sentido al vivir cotidiano y que forman una visión de la vida abierta a la esperanza.
Fenómenos como el crecimiento de la delincuencia (en sus expresiones económicas y financieras) y el flagelo de la corrupción, que están minando nuestra institucionalidad democrática, deben ser intervenidos, ya no sólo desde una práctica represiva, sino también en el plano educativo, dirigido especialmente a las nuevas generaciones, ofreciendo una antropología ?que no sea relativista? y un modelo de vida que puedan responder a las más elevadas y profundas inspiraciones del alma, orientada a la promoción de la persona humana y a la convivencia pacífica.
Los valores son fundamentos insustituibles para proveer de estabilidad y solidificar los cimientos de la convivencia humana. Así, a pocos meses de celebrar el Bicentenario de nuestra independencia, es imperante proyectar nuestro futuro reafirmando y transmitiendo desde cada hogar los valores y principios éticos y morales que rescaten a nuestro pueblo de la degradación social, política y cultural en la que han caído muchos.
Frente al vacío moral, espiritual y existencial del ser humano hoy, nuestra fe cristiana ofrece a estos valores el verdadero y más adecuado fundamento: el amor a Dios, que es inseparable del amor al prójimo.[1] Del Amor deriva el sentido de la responsabilidad moral y de la solidaridad social.
La primacía de la persona sobre la sociedad, de la sociedad sobre el Estado y de la moral sobre la polítiquería, pero también la centralidad de la familia fundada en el matrimonio entre el hombre y la mujer, la defensa de la propiedad con su función social y su libertad, la importancia del trabajo y de la paz, son valores que "se basan en el supuesto de que el cristianismo es un mensaje de salvación encarnado en la historia, que se dirige a todo el hombre y que debe influir positivamente en la vida moral tanto privada como pública".[2]
La crisis que atraviesa Costa Rica es de orden estructural y de valores, más que política y económica y si queremos superar este bache debe promoverse una voluntad concorde, capaz de dejar de lado las divisiones y concertar el diálogo inspirado en esos valores y principios que forman parte del patrimonio de nuestro país. Es tiempo de afianzar la unidad de propósitos cuyo interés fundamental sea el bien común. Basta ya de ensayos simplemente ideológicos.
Las actuales dificultades deben estimular a todos, pero especialmente a quienes tenemos nuestra fe puesta en Cristo, a potenciar nuestro testimonio y a encarnar el Evangelio en nuestra vida. No permitamos que las etiquetas ideológicas que nos endilgan, tales como trogloditas o conservadores, merme nuestro entusiasmo por asumir y promover estilos de vida inspirados en la sobriedad, en la solidaridad y en la responsabilidad, capaces de construir una sociedad más justa y un futuro mejor para todos.
Mi especial invitación a los jóvenes, en este mes de julio, a ser protagonistas de transformación mediante valores sólidos, apartando de sí toda superficialidad.