Mons. Daniel Blanco, XII Domingo del Tiempo Ordinario
El Domingo anterior, se nos recordaba que Jesucristo, durante su ministerio público anuncia la llegada del Reino de Dios con su predicación, con sus gestos milagrosos y con sus acciones misericordiosas.
En el texto del evangelio que se ha proclamado, san Marcos nos narra cómo Jesús, con el gesto milagroso de calmar el mar y la tormenta, anuncia la cercanía de Dios para con la humanidad y por tanto, este milagro confirma que el Reino ya está presente en medio de su pueblo.
El mar, en aquella cultura era considerado un lugar que infundía temor, un lugar lleno de caos y de oscuridad y por tanto era signo de la presencia del mal.
Pero ya desde el Antiguo Testamento, como lo hemos escuchado en la lectura de Job, Dios se presenta como quien que es capaz de gobernar el mar y la tormenta: es Dios quien abre el Mar Rojo para dar libertad al pueblo elegido y como escuchábamos en la primera lectura, Dios pone límite al mar, Él lo gobierna porque lo ha creado y toda la creación depende de su Creador.
El acontecimiento de la tormenta en el mar de Galilea, permite que se pueda manifestar la cercanía de Dios.
San Marcos presenta a Jesús, calmando y gobernando el mar solo con su palabra. Este milagro es sumamente expresivo y manifiesta con claridad quién es Jesús. Jesús es el Verbo que ha puesto su tienda entre nosotros, el que acompaña al Padre en la creación y por quien todo fue creado, es Dios y por tanto puede mandar sobre la creación.
El Señor está con su pueblo, el Reino está presente en la historia. Jesús con su palabra calma la tempestad y calma el mar violento. Él es el Dios creador, Él es el Emmanuel el Dios con nosotros.
Esta acción de la omnipotencia de Dios va a mostrarnos que el Señor manifiesta su potestad, no como signo de poderío, sino que lo hace siempre en favor del ser humano, siempre manifestando amor y compasión por la humanidad a quien ha venido a salvar. Estos signo de su poder, son manifestación de su amor y de su misericordia.
Su Reino en medio de nosotros es anticipo de lo que será la vida perfecta junto a él en la eternidad donde, como dice el Apocalipsis, el mar ya no va a existir, es decir donde la omnipotencia de Dios hará que todo aquello que es contrario a Dios, todo aquello que aparta al ser humano de Dios, será vencido para vivir en plenitud en la presencia de Dios en la perfección de su Reino, viviendo con Él y para Él, como ha afirmado Pablo en la segunda lectura.
Durante el último año y medio hemos vivido situaciones que nos llenan de temor y de dolor, hemos experimentado de cerca situaciones en las que pareciera que el mal va ganando la batalla y que Dios guarda silencio. Un virus ha traído enfermedad, muerte, pobreza, soledad, tristeza, lejanía.
Pero la fe en Jesucristo nos asegura que, también en medio de esta tempestad, como con los apóstoles en el evangelio, Él sigue junto a nosotros, luchando con nosotros y animando nuestro caminar. Él continúa mostrando su omnipotencia con los signos de su cercanía y su compasión en medio de tanto sufrimiento humano.
También a nosotros nos pide tener fe, a no temer y tener la certeza de que Él está a nuestro lado y que con su gracia y fortaleza seremos capaces de salir adelante y de ayudar a los hermanos, con solidaridad, caridad y compasión, a que también ellos puedan salir adelante en medio de la tempestad.
Hace cerca de un año, el papa Francisco, en los momentos de mayor confinamiento debido a la pandemia, dirigía estas palabras a la humanidad a la luz del evangelio de este Domingo: «El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor».
Confiemos siempre en el amor y la cercanía de Cristo, que nunca nos abandona. Que el Dios-con-nosotros que gobierna la creación para mostrarnos su compasión y su misericordia nos dé a todos la capacidad de mirar con fe y tener la claridad de que hemos sido creados por Él y para Él, por tanto, aún en medio de la tempestad y por más difícil que sea el camino, la meta siempre será contemplar su Gloria.