"Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón" Pbro. Alfonso Mora M
Muchos de nuestros maestros coinciden en que esta es la fiesta del amor de Dios. Recordamos cómo lo expresa Jesús: "No hay mejor amigo que aquél que da la vida por sus amigos". Y abre su pecho para que, de su Corazón, brote la fuente infinita de su amor para con nosotros. También resuena permanente en nuestros oídos del espíritu la insistencia de Jesús, Maestro del Amor, pidiéndonos que nos amemos unos a otros como Él nos ama.
Ojalá que esta solemnidad, tan arraigada en el corazón de nuestro pueblo, nos mueva a todos a dar frutos de amor que, como el amor que Dios nos tiene, no conozca límites y esté significado por frutos de bien, que fortalezcan la esperanza de una vida mejor que brote de nuestros mismos corazones.
No podemos perder de vista un rasgo que brota, más bien, de las revelaciones privadas a grandes testigos de esta devoción, tales como Santa Matilde, la gran Santa Gertrudis y, más tarde, Santa Margarita María de Alacoque. Estamos hablando de los actos de reparación a que estamos llamados los cristianos, de cara a la extremadamente numerosa variedad de profanaciones que brotan de una sociedad cada vez más alejada de Dios.
Hay en el Misal dos propuestas de Oración Colecta. La segunda nos lleva a poner el acento en los actos de reparación. Nos invita a decir: "Oh Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación".
En la Liturgia de la Palabra, las lecturas de los tres ciclos son altamente expresivas del amor que Dios nos profesa, por el que nos creó y nos llama a compartir con Él la plenitud de la vida. Este año nos toca el ciclo B.
El Señor se enamoró de nosotros y no ha sido por nuestras virtudes, grandeza, heroísmo o audacia. El Señor nos ama porque quiere, porque es eterna su misericordia y porque así le pareció bien. Qué misterio tan grande: Dios se enamora de un pueblo y lo elige para sí.
(I). Si Dios nos ha amado, nosotros estamos llamados a amar de la misma manera. Tal es la tarea, tal la llamada que sacude hasta el fondo de nuestra alma. (II). Además, ha revelado las cosas grandes a los pequeños y, por medio de su Hijo, manso y humilde de corazón, alivia a los que lo buscamos enseñándonos por su medio a ser firmes en la fe. La humildad y mansedumbre de Jesucristo es el modelo para la vida del creyente. Atendamos el llamado del Señor a vivir como él vivió (Ev).
En esta fiesta del Corazón de Jesús tenemos signos muy elocuentes de lo que es Dios, de cómo nos ama y de cómo quiere nuestro Padre del cielo. La fiesta del Sagrado Corazón nos permite sumergirnos en el amor del Padre y experimentarlo devota y agradecidamente.
Y, por qué nos ama Dios Israel experimentó un particular enamoramiento de Dios sabiendo que no era el pueblo más grande, ni el más virtuoso. Dios lo ama solamente porque así lo quiere él. Como Israel, nosotros sabemos que el Padre de Jesucristo nos ama. Nos ha dado pruebas de ello, de hecho nos ha dado a su propio Hijo.
En esa donación de su propio Hijo, que tiene un corazón manso y humilde, el Padre de los cielos ha revelado su eterno amor a los humanos, lo ha revelado a los pequeños, a los pobres, a los sencillos, a los que tienen corazón de pobre. El Padre revela su amor absoluto a quienes se acercan a él, a quienes, cansados y agobiados, se le acercan por medio de Jesucristo, manso y humilde, y lo aceptan como Padre siendo injertados en la divinidad por medio del Redentor.
Ahora bien, todo ese amor exige de nosotros unas acciones propias de quienes han sido injertados en el amor de Dios, como la lanza penetró en el costado de Jesucristo. El amor de Jesucristo nos pide vivir un amor semejante, amor compasivo y misericordioso, amor que se entregue integralmente por los pobres, y en esa entrega apenas estaremos aprendiendo a vivir la vida de Dios. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.