(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
La celebración de la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, nace como respuesta a algunas herejías que negaban la presencia real de Jesús en las especies eucarísticas.
Por esa razón, en épocas normales, se debe salir en procesión eucarística para testimoniar al mundo que los católicos creemos que en el pan y el vino consagrados está Jesús con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, tal y como lo dijo él mismo en la Última Cena.
Esta verdad de nuestra fe católica, está sustentada en las lecturas de la Palabra de Dios que se han proclamado y que nos aseguran que la Eucaristía es actualización de la Alianza Nueva y Eterna sellada por Cristo en la Cruz, y que el pan y el vino, por la acción sacramental, son realmente su cuerpo y su sangre, alimento de salvación y presencia que acompaña nuestro peregrinar hacia la casa del Padre.
Como mencioné anteriormente, las lecturas proclamadas hacen especial énfasis en el signo de la Alianza.
El libro del Éxodo narra cómo el pueblo de Israel, realiza un rito que servirá para recordar la Alianza que YHWH ha hecho con ellos al entregarles las tablas de la ley. El pueblo acepta el decálogo y promete obedecerlo y «hacer todo lo que dice el Señor» y como signo de esta promesa se dan los sacrificios de animales y se hace la libación en el altar y la aspersión sobre el pueblo de la sangre de los animales sacrificados. Moisés, al realizar este rito, indica «Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes».
Esta Alianza implica la obediencia del pueblo, situación que muchas veces no se cumplió. Por esto, Dios promete una Alianza Nueva que se inscribirá en el corazón del ser humano.
La Carta a los Hebreos nos habla de esa Alianza Nueva, realizada por el sacrificio de Cristo en la Cruz. Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, ofrece el sacrificio de su misma vida; la sangre que se derrama es su misma sangre. Como ha dicho el autor sagrado, si la sangre de los animales sacrificados devolvía la pureza legal al pueblo de Israel, la sangre de Cristo derramada en la Cruz, devuelve al género humano la pureza de la primera creación, perdona todos los pecados y da la herencia eterna prometida, es decir la salvación de toda la humanidad.
Y esta Alianza ya no depende de la obediencia del pueblo, que sabemos falla con tanta facilidad, sino que depende de Cristo, que aprendió sufriendo a obedecer. Una obediencia absoluta al Padre que hace que la Alianza, Nueva y Eterna sea perfecta y sus frutos de salvación alcancen a toda la humanidad.
Cristo ha querido que esta Alianza, realizada una vez y para siempre, se actualice en el memorial del sacramento eucarístico. El sacrificio cruento de la Cruz se actualiza de manera incruenta en el sacrificio del altar. San Marcos, en su relato evangélico deja claro que Jesús, cuando realizaba, al acabar la cena, el rito litúrgico de tomar el cáliz, que era el rito que recordaba la Alianza del Sinaí, indicó claramente que ese sería el rito que actualiza la Nueva y Eterna Alianza que se selló con el derramamiento de su sangre en la Cruz. Ese cáliz, por tanto, contiene la sangre de la alianza que se derrama para la salvación de todos.
El Papa Benedicto XVI, resume esta doctrina, que es parte esencial de nuestra fe católica, afirmando que «fue durante la última Cena cuando estableció con los discípulos esta nueva alianza, confirmándola no con sacrificios de animales, como ocurría en el pasado, sino con su sangre, que se convirtió en "sangre de la nueva alianza". Así pues, la fundó sobre su propia obediencia, más fuerte, que todos nuestros pecados» (Homilía, 11.06.2009).
Por tanto, en la eucaristía, hacemos memorial, actualización del acontecimiento pascual con el cual Cristo nos ha redimido. El pan y el vino consagrados son su cuerpo y su sangre entregados en la cruz por nuestra salvación, así lo ha dicho el mismo Jesús en el evangelio. Y son pan y vino, para que al comerlos nos unamos y nos identifiquemos con el mismo Cristo, que quiere hacerse uno con nosotros.
El Papa Francisco al respecto nos dice «La última Cena no es solamente anticipación de su sacrificio que se realizará en la cruz, sino también síntesis de una existencia entregada por la salvación de toda la humanidad [?] Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don» (Angelus, 07.06.2015).
Este año, al igual que el anterior, no podremos hacer manifestación pública de nuestra fe en la presencia real en la eucaristía por medio de la procesión eucarística, por tanto asumamos el compromiso de que al acercarnos a la comunión, al comer el cuerpo y al beber la sangre del Señor nos dejemos transformar por Él, nos asociemos realmente a su vida, y así seamos don de Dios para los hermanos, de esta manera, aún sin procesión, podremos dar testimonio de la presencia real de Cristo en las especies consagradas que hemos comulgado, siendo nosotros mismos presencia de Cristo para los hermanos.