Mensaje de Mons. Daniel Blanco. II Domingo de Pascua
Con la celebración de este día, concluimos la primera semana de la Pascua, la Octava de la Pascua, ocho días en los que la Iglesia como un solo Domingo ha celebrado con alegría y esperanza la Resurrección de Cristo.
Este Domingo de la Octava de la Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, como lo ha querido llamar San Juan Pablo II, ha sido en la historia de la Iglesia el momento en que los bautizados en la noche de la Pascua eran incorporados a la comunidad y por tanto la Palabra de Dios busca catequizar a estos recién bautizados sobre la importancia de la vida comunitaria en el camino de la fe.
Por esto, las lecturas que se han proclamado, presentan a Cristo, como Dios misericordioso y a la comunidad cristiana, no sólo como receptora de esta misericordia, sino como aquella comunidad que se distingue por la vivencia de la misericordia entre quienes son hermanos por el bautismo.
El evangelio, que se proclama todos los años en este II Domingo de Pascua, muestra a Jesús Resucitado, que se presenta delante de la comunidad cristiana naciente, lo que es causa de una alegría y una esperanza tal que no lo pueden callar, lo comunican a quien no estaba presente, a su compañero Tomás, pero éste no cree. Tomás pide signos, pide ver al resucitado, tocar las llagas. El apóstol, duda en su fe y en el testimonio del resto de la comunidad. Su lejanía de la comunidad ese primer día de la semana, no le permitió encontrarse con Cristo y no le permitió crecer en su fe junto a sus hermanos.
La semana siguiente, el primer día de la semana, Tomás está con el resto de la comunidad y puede ver al Resucitado, ve su cuerpo glorificado, ve las llagas que recuerdan la Cruz, lo toca y puede hacer una profesión de fe, que ningún otro apóstol había hecho hasta ese momento, dice «Señor mío y Dios mío». Llama a Cristo, Señor, YHWH, es decir lo llama Dios, indicando que en Jesús se cumplía la profecía, Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el anunciado desde antiguo y que cumple con la Misión de salvarnos. Es el Dios de Misericordia, que inunda con su amor a todo el género humano.
La experiencia de Tomás nos confirma que es junto a la comunidad de hermanos que el creyente vive la fe, crece en la fe y hace experiencia de la misericordia divina, esto no es posible hacerlo solos, nos perdemos, nuestra fe se desvirtúa, se empieza a creer en la idea de Dios que nos hacemos y no la verdadera, la que fue predicada por el mismo Cristo.
Por esto la primera y la segunda lectura son insistentes en la necesidad de la vivencia comunitaria como encuentro de hermanos y experiencia de la misericordia concretizada en la vivencia del amor al prójimo, como lo ha dicho de forma tan hermosa la primera carta de San Juan «Todo el que ama a un padre ama también a los hijos de éste», recordando así el mandamiento del amor.
Este amor al hermano, se concretiza en la vivencia comunitaria, tal y como sucedió en las primeras comunidades cristianas. El libro de los Hechos de los Apóstoles recuerda cómo aquella comunidad cristiana primitiva vivía el auténtico amor, donde todos ponían en común sus bienes, para que nadie pasara necesidad, donde el sufrimiento del hermano era el sufrimiento de la comunidad y la alegría del hermano era la alegría de la comunidad: «tenían un solo corazón y una sola alma».
El llamado que se nos hace en este domingo es a vivir la comunión, a crecer en comunión, a no alejarnos, a no estar aislados y también a que nuestra experiencia del resucitado, la experiencia de su misericordia, la vivamos junto a los hermanos, en amor y solidaridad con ellos; de esa forma es que acrecentamos la fe y de esa forma es que damos testimonio.
La experiencia de la Misericordia de Dios, en una celebración como la de este Domingo, puede convertirse en un culto vacío, egoísta y por tanto un culto no cristiano, si no se da el paso de compartir con el hermano -con cada hermano- esta Misericordia que Dios me regala.
Esto, que no siempre es fácil de vivir, es posible, también en comunidad, cuando el Primer día de la Semana, el Domingo, el día de la Resurrección tenemos nuestro encuentro comunitario en la fracción del pan, en la eucaristía y de este modo como comunidad nos instruimos con su palabra y nos alimentamos con su cuerpo y con su sangre, manjar que nos capacita para vivir la misericordia y amar con la fuerza que viene de Dios.