Mensaje del Arzobispo Mons. José Rafael Quirós
Tenemos el inmenso gozo de encontrarnos hoy Jueves Santo en esta celebración, donde se consagrará el santo crisma y se bendice el óleo de los que serán bautizados y el óleo de los enfermos. El año pasado no fue posible esto, sino que tuvimos que esperar hasta el mes de mayo, dado el fuerte asedio de la pandemia en su etapa inicial de contagio.
En verdad, experimentamos el gozo de poder encontrarnos, saludarnos personalmente y vernos, algo que hace falta a toda familia, y cuánto más a quienes el mismo Señor ha constituido familia sacramental por el Orden. Es que al participar del sacerdocio de Cristo en el ministerio sagrado, los lazos que nos unen son muy fuertes, hemos sido ungidos por el mismo Espíritu del Ungido por excelencia, para una misión que no podremos cumplir si no es en unión estrecha con Él y en comunión con la Iglesia.
Ante "un mundo cansado de su propia cultura, un mundo llegado al momento en el cual no hay ya evidencia de la necesidad de Dios" y por lo tanto "La gente parece no tener necesidad de nosotros, parece inútil todo lo que hacemos" (Benedicto XVI, Encuentro con el clero de Aosta, 25 junio 2005), sabemos que con la mirada puesta únicamente en el Señor, podemos decir que hoy más que nunca es necesario nuestro ministerio, pues, no somos simples funcionarios de una empresa humana, sino, aquellos elegidos para hacer presencia de quien es ?camino, verdad y vida?, en quien se ha cumplido de manera plena, lo que el profeta Isaías manifestó fue su experiencia de llamado vocacional.
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres," (Is. 61, 1). Hoy más que nunca percibimos la necesidad que tiene la humanidad de ese anuncio de la buena nueva. En medio de la confusión la buena noticia es luz, es la verdad que hace libres y evita toda manipulación. Por lo que les invito a acoger lo que San Pablo indicaba a Timoteo, "anuncia la Palabra, insiste a tiempo y destiempo, reprende, corrige y exhorta con toda paciencia y conforme a la enseñanza". (2Tim. 4, 2). Es fundamental para todos no olvidar que "El sacerdote hace presente a Cristo Cabeza de la Iglesia mediante el ministerio de la Palabra, participando en su función profética. In persona Christi et in nomine Christi, el sacerdote es ministro de la palabra evangelizadora, que invita a todos a la conversión y a la santidad; es ministro de la palabra cultual, que ensalza la grandeza de Dios y da gracias por su misericordia; es ministro de la palabra sacramental, que es fuente eficaz de gracia. Según esta múltiple modalidad el sacerdote, con la fuerza del Paráclito, prolonga la enseñanza del divino Maestro en el interior de su Iglesia". (Instrucción, El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial", n. 9. Congregación para el Clero).
De ninguna manera podemos quedarnos pasivos, en este sentido nos enseña el Papa Francisco: "los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya «no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos» y que hace falta pasar «de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera ». (Evangelii gaudium n. 15). Este es el camino por el que queremos transitar mediante el proceso de evangelización arquidiocesano. Tener claro que no son meras ocurrencias, si no es, ponerse en sintonía con el magisterio actual de la Iglesia. Aquí repito lo que en otras ocasiones he dicho: no entiendo que un sacerdote diga que está desmotivado, porque se le pide caminar en comunión y sinodalidad, en la misión evangelizadora.
Hago mención también, de lo que el Santo Padre Francisco manifestó en enero pasado a los Obispos y sacerdotes venezolanos, "No podemos actuar solos, aislados, autosuficientes, con agendas encubiertas. Es indispensable que volvamos siempre a Jesús, que nos reunamos en fraternidad sacramental, para contarle y contarnos entre nosotros «todo lo que hemos hecho y enseñado»
Les invito a acoger con verdadero entusiasmo la tarea evangelizadora como camino transformador, en un mundo que vive de espejismos fabricados sobre cimientos falsos. Entre ellos está el equivocado humanismo sin Dios que con fuerza y mucho financiamiento se está imponiendo, es aquí donde el sacerdote ha de presentarse como el primer convencido que la verdadera humanización se da en Cristo, que "el hombre se hace hombre cuando se supera infinitamente; por tanto, es más hombre cuando menos cerrado está en sí mismo, cuanto menos "limitado" está (...) el hombre verdadero es el que más se abre, el que no sólo toca lo infinito -¡el Infinito!- sino el que es uno con él: Jesucristo" (Bendedicto XVI, Encuentro con los sacerdotes de Belluno-Feltre y Treviso, 24 julio 2007) el hombre por excelencia. No hay tarea más fascinante que ofrecer desde Cristo, el horizonte amplísimo de realización humana, desde los valores que son permanentes y dan sentido a la vida de toda persona.
Transitando en este año del primer centenario de la Provincia Eclesiástica y de nuestra Arquidiócesis, es necesario mirar con alegría el empeño y valentía con que los primeros misioneros evangelizaron nuestro país. Cómo no mencionar a los franciscanos recoletos, Fray Antonio de Andrade, Fray Pablo de Rebullida, Fray Lucas de Rivera y Fray Lucas Morillo, quienes adentrándose en las espesas montañas de Talamanca, en 1605, anunciaron a Jesucristo y sembraron en el corazón de los fieles un especial amor por San José, padre adoptivo de Jesús. Como ellos, a los largo de estos cien años como Arquidiócesis tenemos el ejemplo de obispos y sacerdotes que entregaron su vida evangelizando, de acuerdo a los criterios pastorales de la época.
Fue así como Monseñor Víctor Sanabria, además de la predicación en las celebraciones litúrgicas, mediante las cartas pastorales iluminaba el caminar del pueblo de Dios. En su octava carta pastoral afirmó: "El púlpito es cátedra de enseñanza y tribuna de orientación para la opinión católica. Está llamado a colmar las lagunas que, debido a la deficiencia de la preparación religiosa de nuestra masa católica, se observan en nuestra vida religiosa íntima". Con claridad hace mención de la falta de formación en lo elemental de la fe, algo que no es distinto a lo que vivimos hoy y que nos ha llevado a insistir en la necesidad de formación.
Anota de algo que igualmente hoy podemos observar y con mayor claridad ante la exposición a los medios, dice: "Ejemplos podrán darse de católicos que crean ser de buen tono y hasta necesario hacer alarde de su no catolicismo, o, lo que es peor, de anticatolicismo, antes de sustentar o defender una tesis católica, cualquiera que ella sea, no vaya a ser que alguien quisiera tacharles, como si ello fuera una tacha, como personas adictas al pensamiento católico". Igual hoy, existen católicos meramente de nombre, se dicen católicos, pero que sostienen tesis ideológicas contrarias a la fe. Sin duda que día a día debemos como pastores, empeñarnos muchísimo en la formación de nuestros fieles como parte fundamental de nuestra tarea evangelizadora, por lo que elogio las escuelas formativas que ya se tienen en algunas parroquias, y creo necesario se tenga en todas. En este orden quiero puntualizar, cómo los párrocos han de estar involucrados totalmente en el proceso catequético, no es suficiente con dejarle todo al laico que coordina esta área.
Siendo San José, esposo de la Virgen María, padre adoptivo de Jesús, y nuestro santo Patrono, en este Año Josefino y en adelante, estamos llamados a asumir actitudes particulares de este Santo. Señalo por ejemplo, estar atentos a la Palabra que nos viene del cielo y seguirla con fidelidad, aplicando por supuesto el discernimiento requerido para no llegar a confundir el mensaje recibido con el propio capricho o punto de vista. José nunca acomodó lo escuchado a sus propios planes, todo lo contrario, abandonó lo suyo para seguir lo que Dios le pedía. Hoy nos pide hacer resonar su Palabra en todos los rincones y ambientes, caminando en comunión con la mirada fija en una única meta.
Como José, no podemos conformarnos con hacer algo, sino que de manera decidida hay que ponerse en camino y darlo todo, un pastor no puede conformarse con dar lo mínimo, al pueblo de Dios siempre debemos dar lo máximo de nuestras capacidades. Se trata de empeñarlo todo por el Señor, dando lo que de Él hemos recibido. En la medida que se actúe así pronto se verán los frutos, dado que el Espíritu es el que da el crecimiento a la semilla que se ha plantado. Cuando no se deposita la semilla en el campo, difícilmente podemos esperar fruto alguno, de ahí la importancia de estar todos caminando sobre el mismo sendero.
Al proponernos este año enfatizar nuestra acción pastoral en el matrimonio, familia y jóvenes, estamos en sintonía con el año "Amoris laetitiae". No hay duda que muchos de los males que sufrimos como Iglesia y sociedad, se sustentan en la desintegración de la familia y en último término en una distorsionada antropología, donde no es la persona y su dignidad lo que ocupan el centro, sino la persona en cuanto es útil para conseguir los propósitos de una ideología que centra todo en su visión egocentrista, individualista y utilitarista. Revistiendo todo engañosamente de bondad y falso progreso, de ahí que se esté atacando constantemente la propuesta del matrimonio y la familia, con su fundamento el amor auténtico y permanente. No hay duda, que para el bien de todos hemos de continuar sin temor alguno, proponiendo el matrimonio del hombre y la mujer, sobre el que se sustenta la familia, desde la cual se construye toda sociedad.
Es interesante cómo en un estudio sociológico sobre la familia se afirma "Es imprescindible por tanto, para las organizaciones sociales en su conjunto, reconocer que todo lo que sucede en la familia repercute a un nivel más amplio, trasciende su ambiente particular para influir en la sociedad en su conjunto". Estas voces que desde la ciencia se dan, no resuenan, pero a nosotros nos ayudan para continuar con la misión que se nos ha encomendado de no renunciar a nuestros principios, y así continuar respondiendo a las necesidades de todo ser humano, conforme al plan de Dios.
El año pasado tan difícil para todos, y lo que seguimos viviendo, ha dado la oportunidad para constatar la gran generosidad de cada uno de ustedes, en la atención a los más necesitados. En las 110 parroquias se han hecho y se siguen haciendo esfuerzos para llegar a los que más lo requieren, sin hacer ninguna diferencia, a todos se les da un mismo trato aunque no pertenezcan a nuestra Iglesia. Se ha procurado llegar a los enfermos, observando todos los protocolos requeridos, sé que algunas veces no han sido comprendidos por este asunto, pero, hay que continuar adelante. Valga la ocasión para destacar la labor de los capellanes en los hospitales, entregados a la atención espiritual directa a los enfermos y personal sanitario.
Por todo esto, elevemos nuestra alabanza al Señor por su bondad al regalarnos el ministerio sacerdotal, pero no olvidemos que para vivirlo en verdad", el sacerdote tendrá fija su mirada en Cristo, seguirá sus enseñanzas, sus acciones y sus ejemplos, íntimamente persuadido de que no es suficiente para él limitarse a cumplir con sus deberes a los que están obligados los fieles, sino que debe tender cada vez más aquella vida santa que exige la dignidad sacerdotal, según las advertencias de la Iglesia". (Pio XII, Exhort. Apost. "Menti nostrae", n. 11).
Hermanos, el que Obispos y presbíteros estemos en comunión ofreciendo el único sacrificio que el Padre acepta, por Cristo, con Él y en Él, junto a todo el pueblo de Dios, en el día que en la Última Cena instituye la Santísima Eucaristía, ha de animarnos a todos a seguir adelante, a pesar de las tormentas que puedan azotarnos. Dispongámonos todos a sentarnos a la mesa y participar del banquete que Cristo nos ha preparado, es Él mismo que nos dice hoy "tomen y coman esto es mi Cuerpo, tomen y beban esta es mi Sangre".
ASÍ SEA.