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Iglesia

Laetare: Domingo de la Alegría

(VIDEO) Mensaje de Mons. Daniel Blanco, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de San José. IV Domingo de Cuaresma


Las semanas anteriores la Palabra de Dios ha sido constante al presentarnos momentos de la Historia de la Salvación en los que YHWH hace alianza con el pueblo elegido, mostrando así su amor y su misericordia de Padre.

Hoy el libro de las Crónicas hace un resumen de esta historia, dejando claro que Dios siempre ha sido fiel a la alianza, nunca ha abandonado a su pueblo y reitera su amor a pesar de la infidelidad del pueblo elegido.  Estas infidelidades tampoco son disimuladas por la primera lectura, cuando recuerda como el pueblo ha dado la espalda a Dios, no ha cumplido con su parte de la alianza y ha olvidado las acciones maravillosas realizadas por el Señor en su favor.

Pero esto no ha hecho que Dios se aparte del pueblo, sino que con paciencia y misericordia, continuamente perdona y renueva la alianza, como lo narra la primera lectura, cuando el Señor llama a Ciro, rey de Persia para que reconstruya el Templo de Jerusalén y para que permita al pueblo elegido regresar a la Tierra Prometida.

El culmen de este amor de Dios por la humanidad es la realización de la nueva, eterna e irrepetible Alianza, sellada en el acontecimiento pascual:  Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

Es por medio de esta Alianza, como ha dicho San Pablo en la segunda lectura, que el Padre, con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y nos reservado un sitio en el cielo y muestra por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros.

Ciertamente es incomparable la riqueza de su gracia, porque el modo de actuar de Dios, manifiesta un amor tan profundo por la humanidad, que un signo de muerte como lo es la Cruz, será el instrumento para traer la salvación al género humano.

Cristo hace referencia a la cruz, en el evangelio, cuando anuncia a Nicodemo el acontecimiento salvífico indicando que el Hijo del Hombre será elevado como lo fue el estandarte de la serpiente en el desierto durante el éxodo.  La serpiente era signo de muerte, tanto por su veneno mortal como por introducir el pecado que provocó la expulsión de nuestros primeros padres del paraíso; pero también la serpiente, en el estandarte de bronce elevado en el desierto se convirtió en signo de vida y de salud para aquellos que lo contemplaron luego de ser mordidos por las serpientes en el desierto.

Jesús, en su conversación con Nicodemo, indica claramente que ha venido a salvar a la humanidad, que él ha sido enviado no para condenar sino para redimir, y que esta salvación se hace por medio de la entrega, consciente y voluntaria, de su vida por cada uno de nosotros.

Esta entrega se concretará en el patíbulo de la Cruz, que ya la semana pasada Pablo nos decía que era signo de muerte, de escándalo y de locura, pero Cristo la ha transformado en Trono de Gloria desde el cual él mismo, con la entrega de su vida, ha sellado con el Padre, por medio de su sangre derramada, la Alianza Nueva y Eterna que trae salvación a todo el género humano, Alianza que nunca podrá ser rota o aniquilada, porque no dependerá de la santidad del ser humano, como lo ha recordado San Pablo en la segunda lectura, sino que depende únicamente de Cristo que es Dios Verdadero, pero también es Hombre Verdadero y por tanto rubrica esta Alianza en nombre de toda la humanidad.

Esta verdad, que es fundamento de nuestra fe, es lo que llena de alegría este camino cuaresmal que estamos viviendo y de manera particular este domingo que la Iglesia llama Laetare, es decir Domingo de la Alegría, porque la verdad de la redención y la cercanía de la Pascua llenan de gozo el corazón del creyente, como ha dicho el papa Francisco es la alegría que nace de «Mirar al Crucificado y decirnos interiormente: "Dios me ama" (Angelus, 11.03.2018).

Pero esta alegría no debe quedarse solamente en un bonito sentimiento sino que la alegría que nace del sabernos amados, debe llevarnos al compromiso de amar.  Este compromiso es también un elemento primordial del caminar del cristiano y una señal clara de que la conversión va por buen camino, ya que la caridad es una obra de piedad a la que el Señor nos llama constantemente y de manera particular durante la cuaresma.

Por tanto, continuemos nuestro camino de conversión en esta cuaresma, pidiendo al Señor la gracia de testimoniar la alegría cristiana que nace de sabernos amados y salvados, testimonio que debe ser acompañado de acciones concretas de amor, misericordia y solidaridad.