(VIDEO) Mensaje de Mons. Daniel Blanco, III Domingo de Cuaresma
Continuando con el tema de la Alianza que nos está acompañando esta cuaresma, hemos escuchado en la primera lectura, la narración de uno de los momentos más importantes en la Historia de la Salvación: la Alianza que YHWH realiza con el pueblo que ha salido de la esclavitud en Egipto, Alianza que se sella con la entrega de los Diez Mandamientos y la aceptación de lo estipulado en este decálogo, por el pueblo elegido.
El pueblo judío realiza la conmemoración anual de esta Alianza celebrando la fiesta de la Pascua, fiesta en la que se realizaban los sacrificios de distintos animales en el Templo de Jerusalén.
Esto llena de significado la acción hecha por Jesucristo y que nos narra el evangelio de San Juan, cuando, precisamente en los días de Pascua, él expulsa del Templo de Jerusalén a los mercaderes y a los animales que son utilizados para los sacrificios.
Jesús, con sus palabras «destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días» hace referencia a la cruz y a la resurrección, y manifiesta con claridad que el verdadero templo es él mismo, presencia de Dios en medio de la humanidad y que el verdadero sacrificio es el realizado por él en el patíbulo de la cruz. Por tanto, la cruz será la señal ?pedida por los judíos? y que da autoridad al gesto que Cristo ha realizado en el Templo de Jerusalén.
Como ya se ha dicho las semanas anteriores, toda alianza realizada en el Antiguo Testamento, hace referencia a la Nueva y Eterna Alianza sellada por Cristo en la cruz, por tanto, también la Alianza del Sinaí la contemplamos en referencia a la cruz de Cristo que trae la auténtica libertad que consiste en el perdón de todos nuestros pecados y la invitación a participar de la gloria del Cielo.
Por esto, San Pablo es enfático en manifestar el auténtico significado de la cruz. Ésta, que es considerada escándalo para los judíos y locura para los paganos, es, para quienes somos cristianos, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
La cruz es parte esencial de nuestra fe cristiana, así lo dice el papa Francisco al afirmar que «La cruz cristiana no es un utensilio de la casa o un adorno para llevar, sino la cruz cristiana es un recordatorio del amor con que Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado» (Angelus, 12.03.2017).
La cruz, por tanto, es signo del amor de Dios, que se entrega en sacrificio por nuestra salvación, es signo de la victoria sobre la muerte y el pecado, es signo del modo perfecto cómo actúa Dios, que saca la mayor de las bendiciones de un instrumento que el mundo veía como locura y como escándalo.
Así como el pueblo elegido, busca observar el decálogo, signo de la alianza, haciendo memoria del poder de Dios, que con mano poderosa y brazo extendido los sacó de la esclavitud en Egipto, los cristianos debemos contemplar la cruz, para encontrar en ella la fuerza para cumplir el mandamiento que es distintivo de nuestra fe y que es resumen de los diez mandamientos presentados en el libro del éxodo: el mandamiento del amor, que nos debe llevar a vivir con radicalidad el amor a Dios y el amor al hermano, porque como dice San Pablo «amar es cumplir la ley entera» (Rom. 13, 10).
La cuaresma que estamos viviendo nos recuerda insistentemente que el cristiano vive en una constante búsqueda de conversión, es decir, de volver el corazón a Dios y reconocer con humildad que necesitamos de su amor, de su gracia y de su fortaleza para cambiar todo lo que nos aleja de él y de los hermanos, para vivir con espíritu renovado las fiestas pascuales.
Por esto, volvamos la mirada a la cruz, fortaleza y sabiduría de Dios, fuente de toda bendición, instrumento de nuestra salvación y signo del amor de Dios por nosotros, en ella encontraremos la fuerza necesaria para vivir este camino cuaresmal con auténtico espíritu de conversión, para que la conmemoración de los misterios de la cruz y la resurrección del Señor nos faculten para una vivencia cada vez más profunda del amor, que nos une a Dios y nos capacita para servir al hermano.