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Iglesia

«Que bien se está aquí... hagamos tres chozas».

(VIDEO) Mensaje de Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José. II Domingo de Cuaresma

El ciclo litúrgico que estamos viviendo este año nos presenta, en las lecturas del Antiguo Testamento, narraciones de momentos de la Historia de la Salvación en las cuales el Señor hace alianza con el ser humano.

El domingo anterior escuchamos la alianza hecha con Noé y su familia después del diluvio, hoy se ha nos ha narrado la alianza que Dios hace con Abraham y las siguientes semanas escucharemos otros momentos en los que Dios realiza o renueva una alianza con el Pueblo Elegido.

Estas alianzas hacen referencia a la Nueva y Eterna Alianza sellada por Cristo en la Cruz, alianza única e irrepetible que ha traído salvación para la humanidad.

Con respecto al pasaje que presenta la liturgia de este segundo domingo de la cuaresma, el libro del Génesis relata el momento en que Dios pide a Abraham sacrificar a su hijo Isaac.

Isaac es el hijo de la promesa, el hijo amado, el hijo predilecto, así lo llama el mismo Dios al hablar con Abraham.  En Isaac se cumplían todas las promesas, todo lo que Abraham había sacrificado en su vida se veía recompensado en su hijo Isaac.

Abraham había dejado su tierra, sus comodidades y sus posesiones por responder al llamado de Dios y por creer en la promesa de una descendencia tan abundante como la arena del mar y las estrellas del cielo.

El fruto de todo este sacrificio era Isaac, el hijo de la promesa; pero ahora el Señor también se lo pedía en sacrificio.

Abraham acepta, nuevamente el llamado de Dios, tiene fe, posiblemente no tiene muy claro el porqué del actuar de Dios, pero sabe que las promesas del Señor se cumplen y sale a sacrificar al hijo predilecto.

Todos conocemos lo que sucede, el Ángel del Señor sostiene la mano de Abraham y el sacrificio no se realiza.  El Señor reitera su promesa de la gran descendencia de Abraham y hace una alianza que ha cumplido hasta el día de hoy.

El texto del Evangelio, como todos los años el segundo domingo de Cuaresma, nos presenta el episodio de la transfiguración.  San Marcos nos da elementos que nos hacen recordar la narración del sacrificio de Isaac.

La lectura del Génesis habla precisamente de sacrificio:  en el evangelio, Jesús ha anunciado a sus discípulos su pasión y muerte en la cruz.

En el episodio narrado en la primera lectura se hace referencia a Isaac como el Hijo Predilecto, el Hijo Amado; esta es la forma como ha llamado el Padre a Jesús en el evangelio.

El Génesis habla de una promesa o una alianza cumplida:  Jesús muestra su gloria, muestra su esplendor y deja claro que las promesas mesiánicas se van a cumplir en la Alianza sellada en la Cruz.  Y aunque ha anunciado la pasión, la transfiguración asegura que ésta no terminará con la muerte, sino que culminará con la gloria de la resurrección y la herencia de una multitud de hijos, incontable como la arena del mar; hijos que ya no nacen de la carne sino del Espíritu, que por el bautismo nos une a Cristo Resucitado.

Todo esto lo vieron y lo escucharon los tres discípulos que Jesús escogió como testigos.  Y la reacción de ellos fue decir «que bien se está aquí... hagamos tres chozas».

La contemplación de la Gloria los hizo desear que esta realidad no cambiara.  Pero Jesús los hace bajar del monte y los hace caminar junto a él hacia Jerusalén, hacia el Gólgota, les hace entender que para vivir en plenitud esa realidad gloriosa que han contemplado en el Tabor durante la transfiguración, es necesario pasar por el camino de la Cruz.

Este es el propósito del camino cuaresmal que estamos viviendo.  Unirnos cada día más a Cristo, por medio de la oración, de la escucha de su palabra, de la caridad, del sacrificio, de la austeridad y de las cruces que en la vida nos corresponde asumir; para que también participemos de su victoria gloriosa, cuando él nos una a su resurrección y nos haga vivir con él eternamente.

Es un camino que, ciertamente, no es fácil; pero el Señor, como en la transfiguración, hoy sigue mostrando la cercanía de su gloria anticipada, al quedarse en la Palabra proclamada que guía nuestra vida y en las especies eucarísticas que alimentan nuestro caminar hacia la Pascua.  Que al acercarnos al Señor, que es Palabra y es Pan Eucarístico, obtengamos la fortaleza para caminar con Él hacia el Gólgota y así también participar con Él de la gloria del Tabor.