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Iglesia

Fiesta de Santa Faustina Kowalska

Mensaje de Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, Obispo Auxiliar de San José


La palabra de Dios en esta fiesta de Santa Faustina Kowalska, nos pone de frente a la misión para la que el Señor la escogió, es decir se apóstol de la Misericordia de Dios.

En la Iglesia, ser apóstol, vivir la apostolicidad, significa que se debe ser testigo y que se debe anunciar a Cristo y su mensaje de amor.  Y esto, Santa Faustina, lo hace de manera excepcional.  Ella es testigo de la Misericordia de Dios y en ella se cumplen las palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, ella es de aquellos a los que se les han revelado los misterios del Reino, por ser humilde y sencilla.

Una mujer enamorada de Dios, que desde pequeña experimentó el llamado a seguirlo, con poca educación formal, dedicada a labores domésticas para sobrevivir, fue capaz de experimentar la Misericordia de Dios en su vida por su humildad, es decir por saberse necesitada de Dios y abrir el corazón a su gracia y a su misericordia.

El amor de Dios sobrepasa todo conocimiento humano, como dice San Pablo en la segunda lectura.  Por eso, el don de la humildad, que nos hace comprender la necesidad que tenemos de Dios, que se contrapone a la soberbia que creer que todo lo podemos y todo lo sabemos, nos hará colmarnos de la plenitud misma de Dios.

Santa Faustina, en su vida de entrega, de oración, de enfermedad y de sacrificio, Dios la acompañó con su Misericordia y le reveló los secretos del Reino, secretos que quedan plasmados en su Diario ?«Evangelio de la Misericordia», lo llamaba San Juan Pablo II?, una joya de la espiritualidad moderna, que claramente transparenta su experiencia de Dios y testimonia su fortísima vida de fe que la configura de tal modo a Cristo, que sufre en su vida sus mismos padecimientos los que ofrece por la conversión de la humanidad.

Dentro de la vida de consagración religiosa, Santa Faustina, vive su apostolado, también anunciando la Misericordia de Dios, y lo hace en el silencio.  Una cosa que pareciera contradictoria, anunciar en el silencio.  No es absolutamente contradictorio.  Su vida de piedad y oración, su sencillez, su servicio humilde a la comunidad donde residía, la hacían anunciar la Misericordia de Dios con su sola forma de vivir.  Y principalmente, su configuración a la voluntad de Dios, como ella misma manifestaba, «santidad y perfección consisten en una estrecha unión de mi voluntad con la voluntad de Dios», haciendo la voluntad de Dios es que se anuncia su Misericordia y viviendo la humildad que nos abre al amor de Dios es que podemos testimoniar su Misericordia.

Pero esta celebración no puede quedarse sólo en ver las maravillas que Dios hizo en la vida y vocación de Santa Faustina.  No puede movernos sólo el maravillarnos.  Esa no es una auténtica devoción a los santos.

Ciertamente nos maravillamos del modo en que Dios da su gracia a Santa Faustina, pero ese asombro debe darse porque ella es un ser humano, como cualquiera de nosotros, que tuvo la virtud de dejar actuar a Dios en su vida, su experiencia de la Misericordia la hizo abrazar esa Misericordia.

Pero esa es una experiencia que Dios quiere tener con todos nosotros, porque la santidad no es un privilegio de algunos, sino que es la vocación de todo bautizado.

Por lo que la devoción, nos debe llevar sí a maravillarnos, pero también a comprometernos a imitar las virtudes de aquella a quien le tenemos devoción, no sólo porque Dios hizo obras maravillosas en ella, que realmente las hizo, sino porque obras maravillosas, según nuestra propia vocación, puede hacer el Señor en cada uno de nosotros.
Por tanto hermanos:

·      Imitemos a Santa Faustina en la humildad de corazón para reconocer la necesidad que tenemos de la misericordia de Dios.
·      Imitémosla en la vida de servicio según nuestra propia vocación.
·      Imitémosla viviendo nuestro ser cristianos en una estrecha unión con Cristo en la oración.
·      Imitemos el modo en que unió su voluntad a la voluntad de Dios.

Esto será posible sólo cuando, como Santa Faustina, nos nutramos del alimento eucarístico.  Es en el Cuerpo y la Sangre del Señor, alimento de salvación, donde encontramos la posibilidad de irnos configurando con Cristo, experimentar su amor y fortalecernos para anunciar al mundo la Misericordia de Dios.