Responsive image

Iglesia

El Señor ama perfectamente

Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de San José; XXV Domingo del Tiempo Ordinario


«Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos», estas palabras del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura son la síntesis de la Liturgia de la Palabra de este Domingo XXV del Tiempo Ordinario. 


Ante la tentación del ser humano de hacernos una idea de Dios muy acorde a nuestra mentalidad, hoy el Señor quiere que recordemos que el modo de pensar y de actuar de Dios no es, ni siquiera cercano, a nuestro modo de pensar y de actuar. 

El actuar del amo de la viña en la parábola del Evangelio de Mateo, humanamente hablando, parece ser un despropósito, ¿cómo van a recibir la misma paga quien ha trabajado el día entero y quien ha trabajado únicamente una hora? La forma de pensar del ser humano indica que el modo justo de actuar es que quien trabajó más horas tenga una mayor retribución. 


Pero esto no es así, el dueño de la viña actúa distinto y todos los trabajadores reciben la misma paga, tanto el que trabajó el día completo como el que trabajó sólo un rato al final de la tarde. 


Claramente la parábola hace referencia al modo de actuar de Dios y cómo la justicia retributiva que vivimos espontáneamente los seres humanos, es decir que quien la hace la paga, no es la forma como Dios actúa. La justicia de Dios no se basa en la retribución de los actos, es decir el premio por el bien y el castigo por el mal, sino que la base y el fundamento de la justicia de Dios es el amor, como lo recordaba la Oración Colecta. 


Si leemos con atención la parábola, queda claro que no se ha cometido ninguna injusticia, ya que el pago acordado entre el dueño y los trabajadores de la viña es de un denario y esa fue la paga recibida. Aunque humanamente creamos que los que trabajaron más debieron ganar más, la recompensa, el pago por su labor fue la que se acordó con el dueño de la viña antes de ir al trabajo. 


El problema se da cuando los que habían trabajado todo el día ven que los que trabajaron menos tuvieron la misma paga. El dueño de la viña habla de envidia ante su bondad, es decir, de la incapacidad humana de alegrarse por el bien que ha recibido el prójimo y de la mezquindad del corazón que separa a un ser humano de otro aunque caminen juntos hacia la misma meta. 


Esas actitudes son precisamente lo que nos distancia de los pensamientos y de los caminos de Dios. El Señor ama perfectamente, sin envidias, sin segundas intenciones, sin ningún interés más que nuestra salvación. Además, Él es paciente, espera nuestra respuesta hasta el último momento, hasta la última hora del día, es decir, espera hasta el último instante de nuestra vida, para que aceptemos su invitación a vivir junto a Él por toda la eternidad. 


¿Qué sería de nosotros si la justicia de Dios fuera como la del ser humano que castiga todas las faltas? Pero esto no es así. Reitero, los pensamientos y los caminos de Dios son distintos a los humanos, la justicia de Dios es el amor, la compasión y la misericordia; una justicia que no descansa hasta hacernos partícipes de la vida divina. 


Hoy el llamado que se nos hace es a trabajar para que nuestro camino sea más cercano al caminar de Dios y que nuestros pensamientos estén más en sintonía con el pensamiento de Dios. En palabras de Pablo en la Segunda Lectura, el llamado es a «que llevemos una vida digna del evangelio de Cristo». 


Esto será posible cuando cada uno ponga en práctica, en su relación con los hermanos, la experiencia de amor, de paciencia y de misericordia que ha tenido con el Señor, es decir, esto será posible sólo cuando tratemos al hermano como Dios nos ha tratado a nosotros. 


Debemos reconocer con humildad que esto no es fácil, sigue saliendo a flote la humanidad que nos aparta del pensamiento y del actuar de Dios, por eso en nuestro caminar, que busca unirse al de Cristo, se hace urgente el acercarnos a la comunión eucarística, porque alimentarnos con el Cuerpo de Cristo, nos da la gracia sacramental que nos configura con Él y por tanto nos ayuda a ir uniendo nuestra vida a la suya y actuando más acorde a las mismas actitudes de Cristo. 


Por esto, haciendo eco de la carta enviada a los obispos del mundo y aprobada por el papa Francisco que dice: «es necesario y urgente que volvamos a las eucaristías presenciales», hoy hago un llamado a que, con el cuidado necesario y la puesta en práctica de todas las medidas sanitarias, nos acerquemos a la eucaristía para que, alimentados del Cuerpo y la Sangre del Señor, obtengamos la gracia sacramental ?que es gracia santificante? que nos fortalecerá en este camino de asemejarnos cada día más a Cristo y nos animará para que nuestras acciones sean cada vez más conformes a las acciones del Señor.